Este martes, 5 de noviembre, culmina un proceso electoral sin precedentes en la historia de los Estados Unidos. Es un torneo que no se parece a ningún otro. Un expresidente convicto, blanco de intentos de asesinato. Un presidente que cede su candidatura a la vicepresidenta, cuando se hace evidente que está muy viejo.
Los dos candidatos compiten por alcanzar los 270 electores del colegio electoral, un resultado que fácilmente puede no coincidir con el voto popular, como ocurrió en el 2016. Las elecciones se definen en los swing states o estados bisagra y las encuestas en estos están tan cercanas, que será un número pequeño de norteamericanos en condados clave, los que decidan la suerte de Estados Unidos y el mundo.
Los ojos están puestos en Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Nevada, Carolina del Norte y Georgia. Es mejor tirar una moneda al aire, que intentar predecir lo que suceda en unas elecciones, que han sido todo, menos predecibles. Todas las opciones están sobre la mesa.
Es posible que el 5 de noviembre nos vayamos a dormir sin un resultado, lo que tampoco descarta que haya una barrida, o sea que uno de los dos candidatos se lleve la victoria en la mayoría de los estados en disputa.
Ha sido un proceso lleno de sobresaltos y ataques virulentos. Solo en la última semana, vimos a un comediante en un evento de Donald Trump describir a Puerto Rico como una isla flotante de basura, a las principales estrellas latinas reaccionar haciendo campaña con Kamala Harris, al expresidente Joe Biden regresar a la palestra diciendo que el lugar donde estaba la basura era en el rally republicano y a un Trump montándose (con problemas para abrir la puerta ) en un camión de basura. Algo así como “los recolectores de basura somos más”. Cualquier parecido con Panamá, es pura coincidencia.
Tres temas han dominado la elección: la economía, la migración y los derechos reproductivos de la mujer.
Los republicanos son percibidos como más aptos para manejar los primeros dos y los demócratas el último.
Hay dos brechas significativas que dividen a los votantes: la de género y la de nivel educativo. Las mujeres están con Kamala Harris y los hombres con Trump. Las capas del electorado con mayor número de años de educación formal están con los demócratas, y las menos estudiadas con los republicanos.
Esto evidencia la paradójica transformación de la política norteamericana en los últimos años: El partido Republicano con un candidato multimillonario, le llega a los segmentos de trabajadores que se sienten relegados por la globalización. El partido Demócrata liderado por una mujer multiracial de clase media, recibe el apoyo de las élites.
Hay otro elemento que afectará la decisión de los norteamericanos: la defensa de la democracia. James Carville, el legendario asesor de Bill Clinton, que acuñó la frase “es la economía, estúpido”, ha dicho que en este torneo, la aseveración apropiada sería “es la constitución estúpido”.
Carville hace referencia a la amenaza al sistema democrático, que para él y otros analistas, representa Trump. Mañana se contesta la pregunta, de si sigue siendo la percepción desfavorable que tienen los votantes de la economía (porque las cifras económicas dicen otra cosa) lo que define las elecciones.
En el ámbito internacional, el multilateralismo se enfrenta al aislacionismo de Trump. Con dos guerras andando el argumento de la continuidad, está en el apoyo a los aliados de Estados Unidos contra potencias autoritarias. Trump promete que terminará ambos conflictos pronto, sin decir cómo. Lo único claro, es que la consideración de apoyar a las democracias frente a las tiranías, no entra en su lógica.
La diferencia entre ambas visiones se da en un contexto de extrema volatilidad global. No se me ocurre una imagen que ilustre mejor el momento, que ver a Rusia utilizando tropas norcoreanas y misiles iraníes en su guerra contra Ucrania. ¿Qué podría salir mal? Absolutamente todo.
En este embrollo global, América Latina sólo ha tenido protagonismo por la crisis migratoria: un tema que junta lo doméstico con lo internacional. Los demócratas han endurecido los controles fronterizos y Trump ha prometido deportaciones masivas. La viabilidad legal y logística de éstas aún está por verse, pero de darse, tendrían un importante impacto económico y humanitario.
Panamá como país de paso de migrantes, aún con el plan de repatriaciones de José Raúl Mulino, se verá afectado. Lo peor es que el asunto no tiene visos de mejorar.
Si Nicolás Maduro asume como presidente en enero tras el escandaloso fraude electoral, se estima que hasta 4 millones más de venezolanos saldrían del país. ¿Qué hará el próximo mandatario o mandataria de Estados Unidos? Ese será su primer reto en la región.
Independientemente de quien gane, Panamá debe definir sus prioridades en la agenda bilateral con los Estados Unidos, entendiendo todo lo que está en juego: La importancia estratégica de la posición geográfica, el Canal y la próxima participación como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.