Una de las reglas no escrita de un buen tamborito panameño es que el pujador, el repicador y la caja atraigan con su sonoridad a la pareja que en el centro de la pista se mueve alegremente al ritmo de una tonada.
“Hojita de guarumal/ donde vive la langosta”, se escucha en la voz de la cantalante que, atenta a la copla, se inclina para escuchar el sonido que despiden estos instrumentos musicales del folclor panameño.
Quienes la acompañan repiten el coro que vuelve a alegrar a los que con sus aplausos acompasados llevan el ritmo de esta pegajosa armonía vernacular.
La caja, el pujador y el repicador que se utilizan en este baile son fabricados preferiblemente con madera de cedro amargo, pues “le da un mejor sonido y es más duradera”, comenta el artesano Miguel Antonio Ávila, quien a toda costa preserva esta costumbre interiorana.
Señaló que se motivó a elaborar estos instrumentos al observar que en su natal Parita, provincia de Herrera, el tamborito estaba a punto de extinguirse por la falta de estos.
PERFIL
“Cuando se hacían fiestas no se podía hacer un tamborito, pues casi nadie ni siquiera tenía una caja, y no era nada fácil que quien tuviera la prestara, ya que las guardan como parte del patrimonio familiar”, afirmó.
Fue así como, gracias a la ayuda que le brindó un experto tamborero pariteño, Randol Navarro, que un buen día Miguel se aventuró a fabricar su primer tambor.
Cuenta que en sus inicios esto fue complicado, pues no tenía herramientas ni para abrirle el hueco al árbol en el que trabajaba.
“Una semana me tomó hacer un tambor de 12 pulgadas, que ahora hago en tres días”, aseguró, en el preciso momento en que una sonrisa se escapó por las comisuras de sus labios.
En su residencia, ubicada en la barriada Santo Domingo de Parita, Ávila comparte esta labor junto con sus dos hijos adolescentes, Miguel Ángel y Miguel Antonio, quienes también parecen disfrutar el hecho de saber que mediante este trabajo, además de aportar ingresos a la economía familiar, están preservando un aspecto importante de la tradición panameña.
“Hojita de guarumal/ donde vive la langosta”, se escucha a lo lejos el coro de esta tonada, en tanto que Miguel y sus vástagos continúan mediante sus manos resguardando el ser panameño.
TROPIEZOS EN LA PISTA
No obstante, pese a la labor de estos artesanos, actualmente este trabajo se torna no muy grato, debido a la falta de árboles para utilizar en estos menesteres, así como del cuero, preferiblemente de venado.
Ávila explicó que conseguir un permiso en el Ministerio de Ambiente para talar un árbol para estos fines es una tarea engorrosa, por la que hay que pagar entre $30 y $60, dependiendo de su grosor.
Respecto al cuero, detalló que ya quedan pocas personas con permisos autorizados para cazar, aunque reconoce que el venado es un animal en vías de extinción.
“El cuero que utilizo se lo compro a un señor oriundo de Pesé, quien me cobra de $20 a $25, de acuerdo con el tamaño”, adujo.
Describió que el cuero se compra crudo, o sea, que no viene seco, por lo que hay que exponerlo por al menos cuatro días al sol, tiempo en el cual se le agrega ceniza y sal para evitar el mal olor y la llegada de insectos, moscas principalmente.
CONSERVACIÓN
Por todo esto, señala que las autoridades deberían impulsar programas que propicien la preservación del venado, tal y como se hace con las iguanas, mediante la creación de fincas reproductoras que ayuden a su preservación.
Esto, recalcó, por ende estaría ayudando a conservar una de las más vistosas actividades de la tradición panameña, que utiliza el cuero de este animal.
Aclaró que las cajas y los tambores también pueden elaborarse con cuero de vaca, aunque, según los entendidos, el sonido difiere mucho del de venado.
El entrevistado indicó que en la comunidad de La Pasera de Guararé, provincia de Los Santos, se consigue un cuero de vaca muy fino, aunque aclaró que un pujador, un repicador y una caja valen más si están hechos con cuero de venado, por su durabilidad.
“La idea es que el tamborito, el auténtico, no muera. Que las futuras generaciones sepan diferenciar su sonido, su armonía, esa cadencia que hace que el hombre del campo vibre cada vez que escucha cuando el tamborero repica los cueros”, acotó.
LABOR CONJUNTA
Consciente de que el hecho de hacer tambores es solo una parte de la tarea para preservar el folclor, Miguel Antonio Ávila destacó que su primo Randol se dedica a enseñarle a la niñez pariteña a ejecutar estos instrumentos musicales.
Dijo que esta es una labor completa, toda vez que es la única manera en que los muchachos retomen el gusto por lo que somos como nación.
“La tradición no debe morir, pues si eso pasa no tendríamos una identidad como pueblo y mucho menos como país”, añadió.
En su residencia, Ávila siempre tiene un juego de tambores disponibles para cuando se presenta una actividad festiva, ya sea familiar o de la comunidad.
Referente a la comercialización de su trabajo, precisó que los tambores tienen un precio individual que varía entre $60 y $80, dependiendo del tamaño, mientras que el conjunto puede alcanzar los $250.
“Hojita de guarumal/ donde vive la langosta”, vuelve el viento a traer el coro de la copla de este tamborito panameño.