Víctimas del 8B-06 reclaman justicia

Víctimas del 8B-06 reclaman justicia


Los sobrevivientes de la tragedia del autobús 8B-06 se sienten en el olvido después de 10 años, a la vez que reclaman un mejor servicio en el transporte público.

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Recuerdan los nueve años de la tragedia del bus 8B-06Conmemorarán tragedia del bus 8B-06, en La Cresta, ocho años después

La enfermera Ligia Atencio, una de las más afectadas por aquel hecho, dijo sentirse abandonada por la justicia y el Estado, junto con otras víctimas. Ella por su condición requiere el uso frecuente de cremas y padece de problemas pulmonares.

Mientras que, Luis Contreras coincidió con Atencio al manifestar que, “tras 10 años nos sentimos mal y tristes con la injusticia que se hizo con nosotros. Al Estado no le ha importado el sistema de transporte público ni nuestra condición física”.

Así mismo se expresó Edgar Escartín, quien también reclama un buen servicio de transporte para los panameños, para que la muerte de sus tres familiares no sea en vano. “Yo perdí a tres personas que amaba”, indicó

El incendio del autobús de pasajeros de la ruta Mano de Piedra-Corredor Norte causó 18 muertos. El vehículo ardió tanto que las llamas elevaron la temperatura a cerca de 400 grados centígrados, según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses. 

TRAGEDIA

Hace exactamente 10 años, 45 panameños decidieron abordar el autobús 8B-06 de la ruta Mano de Piedra-Corredor Norte. La muerte también lo hizo.

El trayecto, estimado en 1 hora y 15 minutos, transcurrió con normalidad hasta que los pasajeros comenzaron a sentir “mucha calor”, que se incrementaba con el transcurrir del tiempo. Fue entonces cuando el vehículo se detuvo en la calle Martín Sosa, frente a la iglesia Hosanna, y de pronto se convirtió en una bola de fuego.

El saldo fue fatal: 18 personas muertas, 5 heridos de gravedad y el resto con algunas lesiones leves. El autobús ardió tanto que las llamas elevaron la temperatura a aproximadamente 400 grados centígrados. Se trataba de la mayor desgracia en el sistema público de transporte colectivo, en los últimos años.

“Literalmente fue un infierno”, señala la enfermera Lidia Atencio, una de las sobrevivientes más afectadas por aquella tragedia, y quien junto con el resto de las víctimas intenta recuperarse después de una década completa.

Aquel 23 de octubre de 2006, la población pasaba la jaqueca del referéndum con el que se había aprobado la ampliación del Canal de Panamá. Ese era el tema de discusión en todo el país.

En cambio, Atencio salió de su hogar en Ciudad Bolívar, corregimiento de Alcalde Díaz, con dirección hacia el Hospital del Niño, en Bella Vista, donde laboraba en la sala de cuidados intensivos. Acudió un poco más temprano, porque una de sus compañeras le pidió que la suplantara.

La enfermera inicialmente se transportaba en un autobús de la ruta Ciudad Bolívar hacia su destino, pero decidió bajarse y abordar el 8B-06, porque ese la llevaría más rápido, pero no fue así.

Cuando el bus explotó frente al templo religioso, Atencio fue una de los 27 tripulantes que pudo salir, con ayuda de otra persona, aunque tiene muy pocos recuerdos del momento. “Yo no sé cómo salí y cómo caminé. Esa parte de mi vida no la recuerdo”, cuenta la mujer a la que las llamas afectaron un 30% de su cuerpo.

Hoy se siente abandonada por la justicia y el Estado, junto con otras víctimas. Por su condición requiere el uso frecuente de cremas y acondicionadores de aire, también padece de problemas pulmonares y estomacales. “Los panameños olvidamos, pero nosotros no. No queremos un nuevo 23 de octubre”, lamentó.

AMARGO CUMPLEAÑOS

Otro de los rostros visibles de este siniestro en estos dos lustros ha sido Luis Contreras, quien también carga en su cuerpo las marcas de aquel instante amargo.

Su esposa estaba de cumpleaños el 25 de octubre, razón por la cual decidió salir de su vivienda en Santa Librada a pagar un dulce. La idea era darle una sorpresa a la mujer que buena parte de su vida le ha acompañado.

Cuenta que en San Isidro el ambiente dentro del autobús era sofocante, pero el conductor continuaba. Percibía que algo no estaba bien, pero en su mente la intención de fascinar a su cónyuge era lo que le motivaba, desde el penúltimo puesto del autobús en el que viajaba.

También se había ganado la lotería un día antes. Es decir, había motivos para estar bastante animado.

Sin embargo, la suerte le cambió en cuestión de minutos y se vio envuelto en aquel fiero incendio. Contreras era un hombre relativamente joven, de tez morena y con características atléticas, pero el siniestro era más fuerte. De hecho, expresa que una persona desde afuera del transporte logró romper una de las ventanas, lo sujetó y sacó del bus.

“Si no hubiera estado esa persona yo hubiera muerto”, comenta este hombre, quien expresa que aún mantiene las lesiones y frecuentes problemas pulmonares.

A esta víctima le inquieta que en los próximos años le salgan más complicaciones y quizás “morir” por las secuelas que le dejó el accidente. Incluso, manifiesta que constantemente solicita citas para atenderse con neumólogos en las instalaciones de salud, y afronta problemas para que lo atiendan.

A la vez, lamenta que pocas cosas hayan cambiado, desde aquella fecha hasta el momento, en el sistema de transporte público. Por ejemplo, señaló a los nuevos vehículos que se utilizan para transportar a los pasajeros, conocidos como metrobús, los cuales considera que no han llenado las expectativas de los usuarios.

Contreras labora en el Ministerio de la Presidencia desde el año 2007, y señala que no ve mejoras a su situación.

“A 10 años nos sentimos mal y tristes con la injusticia que se hizo con nosotros los sobrevivientes. Al Estado no le ha importado el sistema de transporte ni nuestra condición física”, manifiesta el funcionario, quien junto con Atencio coincide en que fueron mártires de un sistema de transporte que desde hace años incumplía las normas, con cierta complacencia de las autoridades.

Hace una década moría un estimado al año de 50 panameños víctimas de atropello de los popularmente denominados “diablos rojos”, y aunque el 8B-06 no tenía las características de ese tipo de vehículo, sí era parte de aquel “desorden generalizado” en el sistema público de transporte.

Para que tenga una idea, el 8B-06 no contaba con puertas de emergencia y las ventanas estaban casi condenadas. Algunas ventanas solo podían abrirse 2 pies y otras, menos de 10 pulgadas, lo que impedía prácticamente el paso de una persona que pesara más de 170 libras o midiera más de 1.65 metros de altura.

En otras palabras, Atencio y Contreras viajaban en una jaula. Ellos prefieren llamarlo una “trampa de muerte”.

Irónicamente, ese autobús fue adquirido entre 1999 y 2004, con financiamiento del Banco Nacional, como parte de un llamado plan de modernización del transporte en el que se adquirieron docenas de este tipo de buses.

‘PERDÍ A MI FAMILIA’

Mientras algunos todavía tratan de recuperarse de las heridas físicas que les dejó este siniestro, otros sobrellevan los golpes emocionales, como Edgar Escartín, quien perdió a su esposa Zuleika de Escartín y a sus hijos, Alvin y Josué, de ocho y cuatro años, respectivamente.

Cerca de la 1:50 p.m., mientras conducía su taxi, Escartín recibe una llamada de su cónyuge para decirle que llevaría al pequeño Alvin a la escuela de fútbol del Real Madrid, capítulo de Panamá, en el corregimiento de Ancón. Específicamente quedaron de encontrarse frente al templo religioso Hosanna para de allí partir hacia la academia deportiva. Esa fue la última vez que habló con su pareja.

Una vez se aproxima al punto de encuentro, narra Escartín que observa mucho humo y gente en la zona, motivo por el cual pensó que podía tratarse de estudiantes de la Universidad de Panamá protagonizando una protesta.

“Comencé a llamar y llamar a mi esposa. El celular sonaba y nadie respondía, por lo que decidí estacionar mi taxi cerca del lugar donde ocurría el hecho”, sostiene.

Mientras se aproximaba al autobús en llamas, observó a varios vecinos angustiados alrededor del incendio y quizás pensó que su familia iba en transporte colectivo, pero todavía no se resignaba y decidió buscarlos en el Hospital del Niño, el Hospital Santo Tomás, y en el Complejo Hospitalario Arnulfo Arias Madrid de la Caja de Seguro Social.

Tampoco veía el nombre de sus dos pequeños, ni el de su amada en la lista de sobrevivientes de la Policía Nacional, ni de otros estamentos de seguridad, como el Cuerpo de Bomberos.

Las dudas comenzaron a atormentarlo, mientras las llamas seguían consumiendo parte del 8B-06, pero consideraba que podía encontrar a su hijo jugando fútbol. “Era mi última esperanza”, puntualiza.

De inmediato se dirigió a Clayton, a la Fundación Real Madrid donde practicaba su pequeño, pero sus entrenadores, entre ellos René Mendieta, ex seleccionado nacional, les aseguraron que no llegaron al campo de juego.

“Fue algo muy duro. Allí comprendí que ya no estaban. Quiero que sepas algo, ellos me prepararon antes de irse, porque me llevaron a un retiro espiritual y eso motivó mi fe”, sostiene Escartín, quien volvió a rehacer su vida y ahora tiene una escuela de fútbol llamada Los Ángeles de JAZ, con las iniciales de los familiares que perdió.

Ahora, también reclama un mejor servicio de transporte para los panameños, para que la muerte de sus tres familiares no sea en vano. “Yo perdí a tres personas que amaba y me atendí con dos psicólogos, pero ahora me refugio en Dios. El pueblo panameño se ha sacrificado mucho y merece cambios”, expresa.

EL HÉROE

En medio de la tragedia también hubo héroes que hoy no pueden contar su hazaña, pero de eso pueden dar testimonio sus familiares.

Aquel nefasto 23 de octubre, Margarita Sepúlveda viajaba con su entonces esposo, Jorge Luis Núñez, y el pequeño Jafet Núñez, de dos años de edad. Ellos vivían en el sector de Mano de Piedra y se dirigían al centro de la ciudad.

Como todos los sobrevivientes, señala que sentía “calor”, pero el autobús continuaba su trayectoria y cuando llegaron al punto del incidente tenía pocos minutos para reaccionar, por lo que fue en ese momento cuando su pareja decidió arriesgar su físico y romper una de las ventanas.

Núñez no solo salvó la vida de su familia, sino que logró rescatar a otros pasajeros más. Finalmente, no pudo mantenerse por más tiempo, porque el incendio a lo interno del vehículo cobraba más fuerza y tuvo que saltar fuera del transporte.

Este héroe silencioso falleció dos años después a manos de asaltantes, cuando llegaba a su casa, pero tanto su familia como otros pasajeros del 8B-06 lo recuerdan por como, en aquel momento, con sus pies rompió los cristales del autobús y evitó más muertes ese trágico día.

EDUCACIÓN VIAL

David Ramírez, quien perdió a su hijo (del mismo nombre) en esta tragedia y que ahora es director de Educación Vial de la Autoridad del Tránsito y Transporte Terrestre, sostuvo que aceptó el cargo porque sintió que puede ayudar desde esa nueva trinchera. “Yo no quería seguir llorando más, sino ayudar a mi país, y por eso asumí este rol”, acotó.

Por ejemplo, informó que declararon la semana de la educación vial en octubre, para que la fecha no se olvide, y para ello firmarán un acuerdo con el Ministerio de Educación para que este tema sea incluido en el currículum. “No se puede negar que el sistema de transporte aún tiene deficiencias, pero hoy se ve la lucha que empezamos como usuarios en 2006”, dijo.

Tras 10 años, Atencio, Contreras, Escartín, Sepúlveda y Ramírez tratan de reorganizar sus vidas desde diferentes escenarios. Aquella tragedia del 23 de octubre de 2006 los marcó, tanto física como emocionalmente, para siempre. Hoy ellos son los rostros martirizados de los usuarios que demandan un mejor sistema de transporte.

 

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