Una enorme valla con letras en colores alegres advierte al viajero de que está a pocos metros de entrar al centro de Paso Canoas, la última comunidad de Panamá antes de cruzar a Costa Rica: “¡Bienvenidos al Mall Jerusalem!”.
Justo detrás de ese letrero hay un edificio gris con ventanas polarizadas a medio abrir. De ellas cuelgan ropa, toallas y algunas sábanas.
No hay conserjes ni recepcionistas. En su lugar hay dos agentes del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), vestidos de verde oliva, que custodian el lobby de este hotel bautizado Millenium.
Por las únicas escaleras que hay en este lugar empiezan a bajar cubanos de todas las edades. Algunos van con la cabeza baja mirando sus teléfonos inteligentes, y otros, más chispa, se percatan de la presencia de periodistas.
En una esquina, en las inmediaciones del hotel que ahora se ha convertido en un albergue, algunos de ellos esperan para hacerse un corte de cabello.“¡Llamen al pastor!”, dice uno, mientras que los niños –que han salido de pronto- se posan frente a la cámara y preguntan si está encendida.
El pastor Pavel Fernández es uno de los cubanos que tiene, hasta ahora, mayor tiempo varado en este punto del país, desde la última vez que Costa Rica no les permitió el ingreso –diciembre 2015-, debido a la crisis que tuvieron cuando un mes antes Nicaragua cerró sus fronteras y dejó en ese país a unos 8 mil cubanos.
“Tengo cuatro meses aquí [en Panamá]”, asegura Fernández.
Cuenta que llegó en diciembre del año pasado junto a su esposa, pero no tuvieron la suerte de ser incluidos en la lista de los que podían tomar el avión hasta ciudad Juárez, México, como parte del acuerdo del “puente aéreo humanitario” entre ambos países.
Fernández, que hizo algunas misiones de evangelización en Ecuador y otras regiones, hace cálculos y dice que gastó en su viaje hasta Panamá cerca de $1,500.
Por el momento, se ha convertido en uno de los voceros de los casi 550 cubanos alojados en este edificio. Es muy activo en las redes sociales: a través de Facebook y Twitter denuncia algunas adversidades que han tenido que sortear, así como el bloqueo de países en Centroamérica.
Los cubanos en Panamá pedimos a los gobiernos del área que se nos dé un espacio en la reunión para tratar el tema migratorio cubano
De las habitaciones del hotel continúan bajando más cubanos. Es mediodía de jueves y el sol es inaguantable. Una ambulancia de la Cruz Roja se estaciona de reversa justo en la entrada del Millenium. Es entonces cuando los inmigrantes empiezan a rodearla.
Las dos puertas traseras se abren y tres funcionarios empiezan a repartir comida: arroz y menestra.
Algunos hacen la fila, los más jóvenes prefieren fumarse un cigarrillo, otros continúan en el celular, y hay quienes optan por comprar la comida en los pequeños comercios de Paso Canoas.
“¿Cuándo será el día que se haga un buen reportaje sobre lo que realmente pasa, y no vengan a preguntarnos si la comida está buena o no?”, se queja Laureano Couso mientras espera su turno para recibir su porción de alimentos.
Lleva gafas oscuras, pantalón a la rodilla y suéter holgado. En 1994 salió de la isla hacia Europa; en 2009 decidió regresar a su patria a visitar a su familia. Pero cuando intentó tomar el avión para salir, el régimen de los Castro no se lo permitió, sino seis años después (en 2015).
“Nos tildan como inmigrante económico. El pueblo de Cuba no es inmigrante económico, es un pueblo que vive huyendo de 57 años de dictadura”, asegura.
El hotel queda a menos de cinco minutos a pie del cruce de la frontera. En la única calle que hay en este lugar se levantan comercios controlados en su mayoría por la comunidad judía. También hay abarroterías y fondas.
Libardo Montero es el administrador de la fonda Darwin desde hace 22 años. “No hemos tenido problemas [con los cubanos]… son buenos clientes”, destaca.
En los últimos meses, asegura, ha tenido buenos ingresos: vende por día unos $150.00, el doble que hace un año.
Los pobladores se mezclan con los cubanos que caminan por la estrecha vía. “Esa es cubana”, dice un vendedor ambulante de fresas, con cierta picardía, cuando pasan dos jóvenes.
La mayoría de los que están en los albergues son fáciles de distinguir: hay quienes les gusta vestir a la moda y llevan tatuajes. Uno de ellos muestra con orgullo el suyo: se alza la camiseta negra que lleva puesta y enseña la Virgen de la Medalla Milagrosa dibujada en su espalda.
EL HANGAR
A lo lejos, el hangar de mercancía de San Isidro –como lo llaman- parece un penal: detrás de la cerca de ciclón que lo rodea, custodiado por agentes del Senafront, hay hombres sin camisa, en pantalón corto y en chancletas que caminan a paso lento por el lugar.
Algunos buscan un espacio para refugiarse del sol. De no ser por los niños que de pronto salen corriendo por el enorme patio empedrado, y de las mujeres que cruzan el portón de entrada hablando por teléfono, uno creería que los hombres esperan pacientemente cumplir su pena.
En este lugar, que está a 10 minutos antes de llegar al hotel Millenimun y previo al puesto de control de Senafront sobre la vía Interamericana –a 50 kilómetros de la ciudad de David, Chiriquí-, es donde hay más cubanos. Hasta el 6 de abril la cifra oficial indicaba que eran 878.
Dentro y fuera de la bodega hay cientos de tiendas de campaña. Hay colchones inflables y varias toldas instaladas por el Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc). La cerca de ciclón sirve para tender la ropa.
A esta hora, 1:30 p.m., la temperatura marca los 30 grados, pero la sensación en este punto del país es cerca de los 37°. “¡Qué calor que hace!”, comenta uno de los agentes del Senafront.
Un pequeño carro de una empresa telefónica llega a la entrada para vender tarjetas con saldo, pero se retira pronto porque se le agotaron.
Rubén Gabino intenta alcanzarlo, pero llega tarde. Se queja y dice: “¿Periodistas? Yo estuve perdido tres días en la selva. Vi a los narcotraficantes, vi a los indios. Nos ayudaron… comí pescado así”, relata mientras intenta demostrar con sus manos el tamaño del pez que se habría comido.
En ese viaje lo acompañaba su sobrino. Cruzaron selva y montañas.
Historias similares empiezan a escucharse en el hangar. “Caminamos horas y cruzamos 10 montañas”, hasta llegar a Darién, cuenta Alexander Baragaño, de 28 años. Aún tiene el amargo recuerdo del día en que una de sus compatriotas que hacía el peligroso recorrido en el mismo grupo murió tras un ataque al corazón. “La enterraron allá mismo”, agrega.
Óscar Méndez, 33 años, ingeniero en sistemas, interrumpe y pide que le envíen un mensaje de agradecimiento por la atención que han recibido en Panamá, sobre todo a la Iglesia católica.
Marta Jiménez, 45 años, contadora, solicita que les permitan continuar su camino. “Por favor, solo queremos llegar a Estados Unidos para tener una buena vida, pero sobre todo un mejor salario, más nada”.
Frank Rodríguez, 33 años, máster en Ciencias Pedagógicas, es uno de los que lleva la vocería del grupo. A su juicio, los gobiernos de Costa Rica, Nicaragua, México y Panamá deben llegar pronto a un acuerdo para que solucionen esta crisis. Y reitera “nosotros no nos queremos quedar aquí en Panamá, ni en Costa Rica, ni en Nicaragua… solo queremos ir a Estados Unidos”.
En los últimos días han elevado solicitudes para que tomen en cuenta su posición durante la reunión que sostendrán los cancilleres de la región este martes 12 de abril.
Dentro del hangar el calor es asfixiante. Los pequeños ventiladores de pedestal que hay expulsan aire caliente. Pese a ello, hay decenas de cubanos que toman la siesta para pasar la tarde calurosa.
En los últimos días han hecho peripecias para conseguir el agua para bañarse y lavar la ropa. Hay quienes optan por ir al río más cercano.
Ángela Buendía, jefa nacional de Organización Comunitaria de Sinaproc, es la que lleva el peso de la atención de todas estas personas.
“Esta es una situación nueva, no solo para Panamá… por eso es un poco más difícil manejarla, pero trabajamos sobre las lecciones aprendidas”, destaca la funcionaria desde su centro de operaciones, un pequeño cuarto frente al improvisado albergue en donde hay cajas con equipo de limpieza, bolsas de arroz, botellas de agua y un enorme ventilador.
El gobierno, explica, se encarga de dotarle de agua, baños portátiles y hoteles. También le dan comida básica: arroz, menestra y algún enlatado.Igualmente le brindan atención médica a través del Ministerio de Salud, principalmente a las 38 mujeres embarazadas.
Hasta la tarde del 6 de abril, la cifra oficial indicaba que en Paso Canoas había 1,987 cubanos. De esos, 714 son mujeres, 1,172 hombres, 53 niños y 48 niñas.
La cifra cambia día a día, reconoce Buendía. Cada 24 horas pueden llegar 50 a 60 inmigrantes más, desde Puerto Obaldía, Darién. Por eso, este fin de semana la cifra superaría los 2 mil.
EL POLÉMICO CAMPAMENTO
La llegada de más cubanos a Chiriquí obligó a las autoridades a poner en marcha un plan B, puesto que ya no caben más en los cuatro albergues u hoteles que han habilitado.
Hugo Méndez, gobernador de Chiriquí, estima que estarían sumándose en los próximos días cerca de mil personas procedentes de Cuba, y que han hecho la misma travesía que sus antecesores. Al sumarse con la actual cantidad de personas, se podría concluir que para esta semana habría unos 3 mil cubanos atascados en la frontera.
Decidieron entonces ubicar al nuevo grupo -que está por arribar a esa provincia- en un viejo campamento construido hace años por una empresa hidroeléctrica en la comunidad llamada Los Planes, en el distrito de Gualaca, a hora y media de la ciudad de David -y a dos horas de la frontera-. Pero el lugar, con más de 10 años de no usarse, está deteriorado.
Los Planes, una comunidad de 110 personas que se dedican a la agricultura y ganadería, es un lugar rodeado de montañas donde la brisa es capaz de arrancar sombreros y tumbar gafas.
El campamento está compuesto por varias casas de una planta, todas de madera, incluso el piso. Sinaproc informó que no todas serán habilitadas.Pinos del tamaño de un edificio de siete pisos rodean este nuevo albergue.
Por las noches, el frío en este lugar congela los huesos, cuentan los vecinos.
El gobernador calcula que este campamento tiene la capacidad –una vez sea rehabilitado en los próximos días- de recibir hasta mil 200 personas.
'Pies secos pies mojados'
Sin embargo, aclaró de inmediato que la orden que le dictó el Presidente de la República era de albergar a un máximo de 800.
Esta decisión de hospedar temporalmente a este grupo de inmigrantes alertó a los pobladores de Los Planes.
María Samudio, de 65 años de edad, no está del todo contenta. Dice que no le consultaron a nadie y que de la noche a la mañana tendrán nuevos vecinos.“Preocupa la seguridad”, añade. Su nieto, Luis Samudio, coincide con su abuela, pero da un voto de confianza.
Sostiene que hay que ponerse del lado de los cubanos, por lo que hay que darles oportunidad, darles refugio, siempre y cuando las autoridades brinden una buena vigilancia.
Anayansi Miranda también cree que no es correcto que se les deba negar el paso, “mientras se les arreglen sus papeles”.
Ella vive en una casa rodeada de veraneras, flores y árboles de papaya. Los dos perros que hay no se toman la molestia de ladrarles a los extraños que acaban de llegar a entrevistar a su dueña: continúan durmiendo sobre el césped verde. Son las 10:00 a.m. del viernes. Aquí solo escucha la brisa que mece los árboles de los alrededores.
El gobernador reconoce que tuvo que mediar con los residentes de Los Planes porque la mayor preocupación que manifestaron es si habría seguridad.
“No sabían exactamente qué tipo de personas iban llegar, si tenían que salir del albergue… Las cosas van a ser más fáciles con la logística de seguridad, porque el lugar está totalmente cercado y habrá policías las 24 horas…”, agregó Méndez.
Debajo de los enormes pinos, funcionarios del Sinaproc cortan con motosierra la madera que utilizarán para arreglar el campamento.
RESTRICCIÓN
En Paso Canoas empiezan a caer las primeras lluvias de abril. Los cubanos que deambulan durante el día en esta zona limítrofe corren a buscar cualquier refugio.
Del otro lado de la frontera, un funcionario encargado de la sede de Migración de Costa Rica de Paso Canoas resume la situación actual así: “La orden de Presidencia es no dejar pasar a cubanos”.
Advierte de que no puede dar declaraciones oficiales, pero cuenta “como todo el mundo sabe” que Costa Rica restringió el paso de este grupo de inmigrantes por la crisis que tuvieron en diciembre con los 8 mil cubanos. “Fue un gasto enorme”, agrega el funcionario desde una de las puertas de esta institución.
Dos inmigrantes procedentes de África se acercan al funcionario para escucharlo.
“Aquí [en la frontera de Costa Rica] tenemos unos 100 africanos. No tienen papeles, no tienen documentos”, añade.
Muy cerca de Migración está el puesto policial de Costa Rica. Un agente que está en la entrada nos remite a la sala de guardia. Detrás de una pequeña ventana hay dos policías más, sentados detrás de un pupitre ordenando papeles. Uno de ellos informa que el encargado no está porque se encuentra elaborando un informe que servirá para el proceso de transición de mando.
Es viernes y no hay policías ticos en motos en este paso en la frontera, el cual se puede cruzar con facilidad a pie. Solo vendedores, comerciantes y taxistas.
De lado panameño, el pastor Pavel Fernández junto al resto de sus compatriotas espera impaciente que de la reunión de este martes 12 de abril se produzca la noticia que quiere escuchar desde hace cuatro meses: pueden continuar su camino hasta Estados Unidos.