Graduarse tras la cortina de hierro

Graduarse tras la cortina de hierro


Casi todo el mundo conoce a alguien que haya estudiadio en el bloque comunista de Europa del Este. Durante décadas, fueron estos graduados la principal fuerza profesional en el mercado laboral panameño.

En el año del centenario de la revolución blochevique, estas son algunas de sus historias:

Vicente Ríos - Ingeniería hidrotecnica (1964-1969) - Moscú, URSS

La escuela primaria la estudié en Chitré, Herrera. Allá viví hasta primer ciclo, cuando me vine donde unas tías en calle 13 oeste y me gradué del Instituto Nacional en 1961. Comencé a trabajar en la Contraloría ese mismo año y después comencé Ingeniería Civil por la noche en la Universidad de Panamá. 

En 1964 un amigo me comentó que el Partido del Pueblo otorgaba becas para estudiar en Moscú. Yo no tenía que ver con ese ni con ningún otro partido, pero igual fui a aplicar. Éramos ocho, pero los otros siete aplicaban para economía o medicina, así que me sentí con suerte para estudiar ingeniería hidrotecnica. 

A las pocas semanas, ya era junio, me llamaron para decirme que tenía unos días para irme. Conocía poco de la URSS. Sabía que de su revolución y que existía la llamada Guerra Fría. 

El avión paró en Bogotá, Puerto Rico y luego París. Allí estuve tres días esperando por la visa. En Moscú nos esperaba un soviético que nos llevó a mi y a los otros siete panameños a las residencias estudiantiles de la Universidad Patricio Lumumba para la Amistad de los Pueblos. Nos hicieron pruebas médicas y comenzamos el año de preparatoria, que era para nivelar y aprender ruso. 

Al principio también tuve problemas con la comida. El centeno, por ejemplo, nunca lo llegué a comer. Igual con el tiempo hubo de todo un poco. A veces hacían pollo a la panameña, que era pollo guisado. 

Con el frío no tuve problemas, aunque es muy largo y la cantidad de nieve hace ver todo muy monótono. Al llegar el Estado nos daba abrigo, guantes, gorra, botas, bufanda. Ese primer año llegó la temperatura a 42 grados bajo cero. Aún con frío yo salía a conocer la ciudad. Fui al cine, al teatro. Conocer la Plaza Roja fue impresionante. 

Mensualmente recibía un estipendio de 90 rublos y eso alcanzaba para pagar todo lo que necesitaba. Incluso para ahorrar. Con eso pude comprar mi primera cámara fotográfica y también viajé a Turquía, a Grecia y por toda la URSS.

En lo educativo todo fue muy exigente. Los últimos meses no pude ni dormir. Presentamos pruebas prácticas en Kazajistán y Uzbekistán, sobre cómo construir represas y embalses. Mi tesis fue sobre una represa en el río Santa María. 

Volví a Panamá en julio de 1969. Llegamos dos muchachas y yo. En el aeropuerto nos esperaban nuestras familias. De repente se nos acercó la policía y nos pidieron que los siguiéramos. Conversamos largo rato y después nos llevaron al cuartel central. A las chicas les dijeron que se fueran a dormir a la casa pero que tenían que volver a la mañana siguiente. A mi me dejaron por tres días en el vestíbulo.

Me dejaron ir pero me advirtieron que los tres teníamos que volver todas las mañanas a reportarnos. En esa estuvimos por una semana, hasta que llegamos un día y estaba todo el Estado Mayor, incluyendo a Omar Torrijos. 

Resulta que cuando nos fuimos, en 1964, por los noticieros comentaban que era mentira que íbamos a la URSS. Decían que estábamos en China entrenandonos en guerrilla. Torrijos nos preguntó que qué hacíamos allá y nos advirtió de que no nos metieramos en problemas. 

Después de eso me fui a Chitré a descansar y a mi regreso a la ciudad apliqué en el Instituto de Recursos Hidráulicos y Electrificación (IRHE), donde trabajé por décadas. En Chitré la gente estaba sorprendida de que aún hablara español. Decían que había personas que se iban a Estados Unidos por tres meses y volvían hablando solo inglés.

He vuelto tres veces ya. En 1981, 2008 y 2010. Fui con mi esposa y mi hija. De aquellas épocas conservo muchas memorias. Todavía tomo vodka cada vez que puedo.

Pablo Navarro - Sociología (1971-1978) - Cracovia, Polonia

En el periódico salió que la embajada de Polonia daba becas para estudiar allá. Yo acababa de graduarme del Instituto Fermín Naudeau y ya estudiaba derecho en la Universidad de Panamá.

Las becas de Polonia eran deportivas, y como yo había sido selección nacional de natación, pude aplicar. Tres meses después de eso, en julio, tocan a mi puerta. Vivía en calle 19, El Chorrillo. Recuerdo que ese día llovía y el mensajero vestía un capote amarillo. Me había ganado la beca. Tenía que estar allá en septiembre, en menos de un mes. 

Solamente había un problema. La beca no incluía pasaje. Así que fui donde el embajador polaco y el me dijo que le diera un tiempo. A los dos días me llamó y me dijo que me iría el 21 de septiembre. Llegué a Varsovia cinco días después, tras pasar por Venezuela, Aruba, Curazao, Lisboa y Zurich. 

Llegué primero a Ludz a hacer el año de preparatoria. El idioma es difícil al comienzo, pues son muchas consonantes. A veces hasta sin vocales. Pero lo aprendes y comienzas a pensar en otro idioma. Yo ya soñaba en polaco al terminar ese año. Después me trasladaron a Cracovia, donde hice mi licenciatura y maestría en sociología. El nivel allá era muy estricto. Para poder presentar semestral, por ejemplo, yo tenía que haber aprobado todos los parciales y trabajos. Tenía que ganarme el último examen. No es como acá, que uno nivela al final. Había que tener al día también todos los exámenes médicos. Además, todos eran orales, hasta el de estadística.

El Estado polaco me daba una beca de mil zlotys, que eran como $15 en ese tiempo. Pero con eso yo pagaba todas mis comidas, transporte, libros. Todo. Podía ir una vez al mes al restaurante más caro de la ciudad y todavía me quedaba dinero. Si tenía buenas notas, la universidad me daba boletos para el cine, el teatro, la ópera. Querían que te culturizaras. 

En mi último año conocí a una polaca y nos vinimos a Panamá. Acá nos casamos. Al volver me molestaba el escándalo, la bulla. A mi, un chorrillero. 

He vuelto tres veces. La última vez fue hace 15 años. Polonia ya era capitalista y vi que ya no hacían filas para comprar cosas. Todo era desorden. 

Maritza Ortega - Medicina (1969-1976) - Kiev, Ucrania

Siempre quise ser médica, pero mi familia no tenía para pagarme la carrera. No por el costo de la misma, porque era casi gratuita, sino lo que implicaba. Soy de La Chorrera y estudiar en la ciudad implicaba alimentación, vivienda, transporte.

Mi mamá era costurera en la fábrica de Fermín Chang y estaba metida en el sindicato. Allí conoció a Marta Matamoros, que le sugirió que aplicara para una beca en la URSS. De aquel país yo solo sabía que estaba lejos y que daba becas. No sabía nada de izquierda ni de política.

Seis meses después de llenar los formularios, mi mamá llegó un día temprano a la casa. Eso significaba que algo había pasado. Me dijo que me iría a Moscú el 14 de agosto. Faltaban algunos días apenas. Era la primera vez que viajaba. Ni siquiera había ido sola a Capira. Mi papá vendió una res y me compró alguna ropa para frío y me fui. La ruta fue Venezuela, Curazao, Holanda. Allí estuvimos tres días mientras esperábamos la visa y entonces Moscú. Al llegar nos pusieron en cuarentena en una universidad enorme que quedaba en una colina. Un día nos llamaron y nos embarcaron en tren hacia Kiev. Al llegar sentí el cambio porque era un lugar muy rural. El 1 de septiembre comenzamos el año de preparatoria. 

Vivía con tres compañeras más en el mismo cuarto. Una de ellas soviética. Siempre había un local. Supuestamente para conversar y demás, pero creo que también era para que echara un ojo. Fue emocionante ver la nieve por primera vez. Recuerdo que salimos a hacer muñecos de nieve y enseguida volvimos a entrar para calentarnos. 

Allá conocí a un costarricense y nos casamos. Volvimos a Panamá al terminar nuestras carreras con la ilusión de volver a Ucrania por las maestrías, pero nunca lo hicimos.

A diferencia de otros países, en la URSS el aprendizaje médico era a través de los sentidos y lo físico antes de los laboratorios y la tecnología. Todo era observación, a diferencia de Estados Unidos, donde todo es al revés. 

Volví a comienzos de este milenio. Fui con mi hija a mostrarle el hospital de Kiev en el que ella había nacido. Le gustó mucho y nos trataron muy bien. Si yo volviera a nacer y tuviera esa misma oportunidad, me voy de nuevo. Allá viví. 

Gilberto Ceballos - Informática (1987-1993) - Lvuv, Ucrania

Mi familia tenía vínculos con el Partido del Pueblo así que ya yo tenía un tiempo militando antes de aplicar a la beca. Estudiaba en el Instituto Nacional y vivía en El Chorrillo. Cuando apliqué a la beca, ya estudiaba informática en la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP). Pero yo quería ingeniería en aviación, y apliqué para esa carrera en la URSS. 

Nos fuimos varios. La mayoría no tenía nada que ver con el Partido del Pueblo ni con el comunismo. Era simplemente una oportunidad para que los hijos de la cocinera obtuvieran educación de calidad. 

En Moscú estuve unos días. Suficientes para conocer la Plaza Roja, el Bolshoi, la ciudad en sí. También para conocer un poco la comida, que tenía mucha grasa y muchos lácteos.

Estuve por primera vez en mi vida en un tren cuando me enviaron a Kiev en un viaje de 12 horas. Allí estudié un año de preparatoria. Con el tiempo comenzamos a comunicarnos. Mi técnica era aprenderme 10 palabras diarias. 

Nunca pensé en conocer a personas de tantas partes del mundo, con las que todavía conservo el contacto gracias a las redes sociales. En Kiev conocí la ópera, la música de cámara. Culturizarse allá era una obligación. Me daban un estipendio para pagar mis cosas, pero como buen chorrillero, me moví para conseguir algo más. Los fines de semana hacía hojaldras y empanadas de carne y de atún y las vendía entre los latinos. Así ahorraba para poder irme a pasear.

Al terminar la preparatoria me enviaron a Vínnitsa para estudiar ingeniería en aviación. Pero en una prueba de presión se me reventaron los vasos capilares de los ojos y tuve que escoger otra carrera. Elegí informática y me trasladaron a Lvuv. 

Allá disfruté mucho: estuve en la selección universitario de voleibol e inventamos las noches latinas bailables. Con mis ahorros me compré un equipo de sonido y una vez al mes poníamos salsa, merengue, haitiano. Mucho Wilfrido Vargas y Eddie Santiago. Iban cubanos, bolivianos, peruanos, colombianos. Una vez al año hacíamos un festival latino con apoyo de la alcaldía. Era curioso ver a soviéticas que bailaban salsa hasta mejor que las latinas. También tuvimos un conjunto típico panameño. 

Allá aprendí el valor de la solidaridad. Por más mitos que existieran, nunca pasé hambre. Siempre había carne, ya fuera de caballo, de cabra, de nutria. Recuerdo una vez que fui al comedor con solo un rublo, y lo contaba a ver para qué me alcanzaría. La administradora me dijo que comiera todo lo que yo quería, que en la URSS nadie pasaba hambre. 

Vine a Panamá en 1990 a ver cómo había quedado mi barrio después de la invasión pero regresé del todo en 1993. Allá nunca nos adoctrinaron. Nadie nunca nos dijo que debíamos ser comunistas. Esos eran estereotipos que inventaban acá para que la gente tuviera miedo. 

César Iván Castillo - Periodismo (1987-1993) - Taskent, Uzbekistán

Cuando cerré después de contarle a mi mamá que me había ganado la beca, ella se sentó y lloró. Yo era su único hijo. Nunca había viajado y ahora me iba para el otro lado del mundo.

Me había graduado del Enrico Fermi y enseguida me había matriculado en ingeniería en la UTP. Vivíamos en Santa Ana.

Mi madrina estaba en el Partido del Pueblo y había conseguido una beca para su hijo. Me preguntó si yo también quería y le dije que sí. Yo quería estudiar en el exterior, pero nunca lo vi como una posibilidad real por el tema financiero.

Un día me llamó mi madrina y me dijo que en 15 días salía para Moscú. En el aeropuerto éramos como unos 300 panameños. Al llegar nos hicieron muchos exámenes médicos. Un día se me acerca una chica y me dice que al día siguiente saldría para Taskent. No sabía dónde quedaba eso y alguien dijo que en casa del rayo. Fueron tres días en tren. Íbamos un muchacho de Soná y otro de la ciudad. Solo hablaban uzbeko y ruso. Siempre me despertaba cuando el tren se detenía en una estación y eran lugares desolados, vacíos. Sentía que estaba en una película.

Durante el año de preparatoria costó acostumbrarse. Era un lugar en el que el 85% de la población era musulmana. Era otra comida, otras costumbres. Cuando terminé mi primer año de ingeniería, me di cuenta que eso no era lo que esperaba. Tenía problemas con las matemáticas. Y pedí un cambio a periodismo. Tuve que ir hasta Moscú para eso. A la vuelta lo hice en tren y me sentí muy emocionado al volver a Taskent. Comprendí que ese era mi hogar. Me gradué en 1993. Tuve la oportunidad de quedarme para una maestría, pero yo quería volver a Panamá. En la URSS uno no aprendía solamente cuestiones académicas sino un estilo de vida, cómo manejar necesidades, ser independiente, ser equitativo y solidario. Me siento orgulloso de haber estudiado allá. Me gustaría volver algún día, aunque sea de mochilero.

Allá no había ningún adoctrinamiento. Yo no tengo ni una pizca de comunista ni de izquierda. Pero allá sí aprendí que todo el mundo debe tener las mismas oportunidades: de estudio, de salud, de vida. Asegurar las cosas básicas no tiene que ver con izquierda ni con derecha, sino con humanismo.

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