El peregrinaje rumbo al campo Juan Pablo II ( Metro Park), en el corregimiento de Juan Díaz, empezó al alba, con panameños y extranjeros decididos a llegar antes que nadie para reservar el mejor lugar frente a la tarima principal, pese al desgaste que demandaba la caminata y al sol robusto del verano en el trópico.
Con atuendos cómodos y cargando niños, mochilas, petates, paraguas, sillas, colchones, almohadas, comida, guitarras, tambores y pedazos de cartones, la multitud bajaba del Metro, buses y vehículos como una suerte de avalancha humana, lista para una vigilia y para marchar entre cuatro y cinco kilómetros hasta la pradera habilitada entre el área de Juan Díaz y el manglar bahía de Panamá. Vecinos del área ofrecían hidratación constante a los caminantes con dispensadores de líquido y mangueras para los que no tenían reparos en darse una semiducha en plena vía pública a cambio de contrarrestar el calor y humedad de la mañana y tarde panameñas. Tiendas de acampar y banderas de países de los cinco continentes se fueron extendiendo por todo el terreno, mientras la tarde se despedía con un celaje de tonos rojizos poco antes de las 6:00 p.m., cuando el papa Francisco llegó y saludó desde el papamóvil a una concurrencia algo aturdida pero que respondió con ánimos y celulares listos para las fotos de rigor.
Todo estaba listo para comenzar la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud. Una coreografía evocando a la familia daba comienzo al acto en el que muchas personas contemplaban con atención lo que veían ante sus ojos.
Se mostraron tres testimonios. El primero fue el de Erika y Rodrigo, padres de una hija con síndrome de down que decidieron tenerla a pesar comentarios de los médicos y familiares. Posteriormente Alfredo, un expandillero que estuvo en conflicto con la ley y enfrentó problemas de drogas que logró superar gracias a la Fundación San Juan Pablo II.
El último relato lo dio Nirmeen, una joven palestina de 26 años de edad, que sufrió la persecución por profesar su fe en su tierra natal.
Luego el pontífice se dispuso a hablar con un lenguaje coloquial y distendido en un estilo muy característico suyo desde que asumió el cargo en el año 2013.
Comenzó diciendo que la vida que Jesús regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno.
"Esa vida no es una salvación colgada en la nube esperando a ser descargada, ni una aplicación nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de la autosuperación. Tampoco es un tutorial con el que aprender la mínima novedad”, dijo el pontífice en términos mileniales.
La Virgen María, prosiguió, no tenía ni redes sociales ni era una influenciadora o “influencer”, pero sin quererlo “se convirtió en la mujer que más influenció en la historia”.
“María es la influencer de Dios por confiar en el amor y en las promesas de Dios, la fuerza única y capaz de hacer cosas nuevas. (...) El sí y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades”, manifestó alto y claro el santo padre.
Francisco puso al público joven a reflexionar y pensar con la pregunta ¿Qué quiere Dios para que yo renueve mi corazón?
Para el pontífice decir sí a Dios es aventurarse a acoger la vida con sus fragilidades y contradicciones abrazando a nuestras familias, nuestros amigos y a nuestros países, sean cuales sean sus virtudes y defectos, tal como lo haría Jesús.
“¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor, alguien por ser extranjero, por estar equivocado, por estar enfermo o en una prisión no es digno de amor?”, se preguntó, diciendo que Jesús decidió amar al necesitado.
“Solo lo que se ama puede ser salvado. El amor del Señor es más grande que las contradicciones, fragilidades y pequeñeces”, agregó, vitoreado con emoción por los presentes.
Francisco llamó a abrazar la vida "como viene" y denunció la falta de oportunidades que tienen los jóvenes en la educación, el empleo, en su comunidad y entorno familiar en el que viven.
“Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra.”, dijo.
Una pregunta dirigida a los mayores fue: ¿qué raíces les estamos dando, qué cimientos para construirse como personas les facilitamos? El papa criticó la facilidad con la que tienen algunas personas de criticar a la juventud en vez de darles posibilidades para soñar un futuro. Esto resonó en el público pues le dieron una larga ovación.
Y es que la juventud, en palabras del papa, se siente invisible y deja de existir para sus comunidades. “¿Qué hacemos para generar futuro, familia y educación?”, repitió incansablemente.
“Sentirse considerado e invitado es algo más grande que estar conectados en la red. Significa encontrar espacios en el que puedan, usando sus manos, corazón y cabeza, para ser parte de una comunidad que necesitan y los necesita”, explicó.
De ahí, citó el ejemplo de Don Bosco, que decidió luchar por aquellos niños y jóvenes que se sintieron abandonados por sus comunidades siendo criticados y marginados abrazando la vida tal como es, “cómo lo hacen los ojos de Dios”. En ese sentido, resaltó el trabajo de la Fundación San Juan Pablo II en la que Alfredo logró recomenzar su vida.
"Ser un influencer en el siglo XXI es ser custodios de las raíces, de aquello que impide que nuestra vida se evapore en la nada, de todo aquello que nos permita sentirnos parte los unos a los otros”, dijo.
Ese mismo sentimiento que sintió la joven palestina Nermeen en la JMJ celebrada en la localidad polaca de Cracovia en 2016, como recordó el pontífice.
“¿Quieren ser influencer al estilo de María? Solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto es bueno, pero vacíos placebos (...) No tengan miedo de abrazar la vida”, finalizó.