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Transportarse 'es un martirio'

En un nuevo cambio de manos, el transporte público panameño pasará al control del Gobierno con el reto de mejorar el servicio que  a diario utilizan unas 680 mil personas en la ciudad de Panamá y San Miguelito.La poca frecuencia, desorden y agresividad en el manejo y el libre albedrío al cobrar el pasaje son algunos de los rasgos negativos de la etapa híbrida que vive el sistema con metrobuses, ‘diablos rojos’ y buses ‘piratas’ en las calles.

Transportarse 'es un martirio'

Se desvanecen las últimas sombras de la madrugada y en la parada hay un puñado de personas que llegará tarde a su destino. Llevan casi una hora esperando un bus o “algo que resuelva”. Sus rostros son como poemas, poemas amargos.

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En la 24 de Diciembre, el celaje escarlata de la mañana suele alcanzar a decenas de usuarios del transporte colectivo panameño que abandonan de madrugada sus hogares y terminan “varados” por la poca frecuencia de los vehículos.

Son unas 680 mil personas en la ciudad de Panamá y San Miguelito las que cada día se enfrentan a un sistema público de movilidad que atraviesa una etapa tan miscelánea como dantesca, resultado de las mil 236 unidades del Metro Bus, 847 busitos “piratas” y la comunidad de “diablos rojos” que transitan las calles.

Es el híbrido en el que se ha convertido el transporte panameño, que ahora pasará a manos del Gobierno a través de Metro de Panamá, S.A., luego de los cinco años de gestión de la concesionaria Transporte Masivo de Panamá, S.A., operadora de Mi Bus y, más atrás, de las cuatro décadas de control que ejercieron los dueños de buses desde los tiempos de la dictadura militar.

Durante el anuncio del acuerdo, el presidente Juan Carlos Varela aseguró que “no va a escatimar recursos económicos para mejorar el transporte público”, una experiencia diaria que se aproxima a la detallada en las siguientes líneas.

‘METRO-PROBLEMA’

Si el metrobús no va cual lata de sardinas, el viaje mejora el servicio ofrecido por los “diablos rojos”. No se extraña, por ejemplo, la música a volumen de Carnaval, el vértigo de las regatas o el “pavo” o secretario pendiendo de la puerta mientras recita una y otra vez: “córranse que los puestos de la izquierda son de a tres [sic]”.

En un metrobús se pueden ver a usuarios que viajan muy serenos, sumergidos en las aplicaciones de sus celulares y que usan el botón de stop cuando su destino está cerca; nadie grita: “¡parada chof!”. Solo la voz de Carmencita, la herramienta sonora que detalla los altos de la ruta, rompe la atmósfera taciturna.

Los problemas llegan en las horas pico de las mañanas y tardes. Crece el volumen de pasajeros, el tráfico se robustece y mengua la frecuencia de los buses.

El resultado son vehículos del Metro Bus atestados de malhumorados usuarios que tienen que viajar muy juntitos, casi uno sobre el otro.

A esas horas, las penas empiezan en las zonas pagas, donde hay talantes poco amistosos, empujones y agravios dedicados a las madres de aquellos que intentan “jugar vivo para no formar la fila”, como vocifera, enojada, una señora que lleva encima unas siete décadas de vida y las compras del supermercado.

¿Puede ser peor? Un metrobús a reventar con destino a Las Mañanitas demostró que sí, cuando su acondicionador de aire colapsó con todo el tranque vespertino por delante.

El clima y los ánimos perdieron pronto su poca frescura, el sudor empezó a correr por los cuerpos y no quedó nada de paciencia para el chofer, blanco de una intensa diatriba (“¡Ya no se cabe mier...!”), por convertir el interior del vehículo en un “atracón” de carne humana que avanzaba como podía entre los resquicios del tráfico de las 5:30 p.m.

“El viaje de regreso a casa es un martirio...”, se le escuchó a un señor veterano que, de pie, pensaba en voz alta.

En un metrobús también se pueden ver efímeras presentaciones acústicas de artistas callejeros en busca de unas monedas, vendedores y predicadores con sus alcancías y letanías; y sillas y paredes con recados que dejan los amores escolares: “Heres [sic] mi love eterno”.

EL MACHO ALFA

Poco ha cambiado para los “diablos rojos”, que siguen en las calles desde aquel 15 de marzo de 2013, cuando se anunció su salida definitiva de las vías de la ciudad. Su supuesta extinción.

El “Ángel Ricardo” es uno de los sobrevivientes. Veloz y sonando un claxon colerizado, el “diablo” rodante se detuvo con brusquedad frente a la parada, una tarde de domingo de julio. El conductor de abundante peso, barba poblada, cabellos escasos y lentes oscuros, tenía afán y le pidió a hombres, mujeres, ancianos y niños que subieran “rapidito”. Sin perder un instante, el vehículo retomó la marcha con las personas aún tratando de acomodarse, sorteando vehículos cual videojuego de carreras en pleno corazón de Río Abajo.

La música complementaba el furor del recorrido, primero al ritmo de bachata: ¡Ella se mueve como máquina/máquina/máquina/máquina! y después en la voz del cantante Danger Man: ¡Película de terror/terror/terror! La facha del “diablo rojo” era precaria, con sillones rotos y malolientes, desnudo de pintura y con parte de su metal a merced del óxido, pero corría como gacela sobre el pavimento de la avenida José Agustín Arango, tomando “atajos” en vías contrarias, saltando en los huecos y acelerando cada vez que la luz del semáforo cambia a su brillo al malquerido tono naranja.

Solo el grito fuerte y a tiempo de “¡parada!” detenía el periplo y el vértigo.

Una madre joven con un bebé de pocos años en brazos abordó el bus en la Caja de Seguro Social de Juan Díaz. Fue la única vez que el amo del volante dio tregua y permitió que un pasajero se sentara antes de arrancar.

Otro día, en otro “diablo”, el viaje no fue tan violento por el pesado tráfico, pero sí sofocante. El “Sofía Ninoska” avanzaba apiñado hasta la puerta en dirección al este, cuando una llovizna obligó a cerrar puerta y ventanas. Y los olores corporales empezaron a mezclarse.

Algunos escuchaban su propia música sin audífonos: reggae, salsa sensual, bachata o reguetón. Otros, con hambre, masticaban papas y plátanos fritos que ofrecían con entusiasmo los vendedores en los semáforos; un par estaba en lo profundo del sueño pese a la temperatura de combustión y no faltó la pareja que, al fondo, se expresaba cariño, justo cuando de un celular se escuchaba el verso romántico que habla “del color que tiene el final de la noche”, en la canción Tabaco y chanel. Sigue pasando de todo un poco en las entrañas de un “diablo rojo”.

¿Y el “pavo”? Hacía de las suyas, quejándose de la poca cooperación de los usuarios, metiendo gente por la puerta trasera y repartiendo piropos a cuanta chica se encontrara en aceras y paradas. “¡Psss! Tengo un puesto pa ti mami”, convidaba el escuálido muchacho, muy pícaro esa tarde/noche de lluvia.

Casi al final de la travesía, un pasajero desprevenido se acercó a la puerta para bajar y puso en la mano del conductor una moneda de 25 centésimos.

— Falta un ‘cuara’ hermano, espetó el chofer.

— Son 50 centésimos por el servicio exclusivo que brindamos..., agregó, sin parpadeo, muy serio.

Ok, dijo el pasajero con aire irónico y una ceja levantada.

—¡Nosotros somos los que resolvemos!, rebatió el busero.

—Si no le gusta vaya a echar raíces esperando un metrobús, añadió.

No hubo más palabras, solo un leve cruce de miradas y la moneda pasó de los dedos del viajero a los del chofer. La hostilidad no trascendió más allá.

El “diablo rojo” sigue siendo el díscolo del sistema, el macho alfa del asfalto.

OPCIÓN PIRATA

A la lista de alternativas de movilización colectiva se han sumado los buses “piratas” , en su mayoría tipo colegial que operan furtivos hace años, pero que se han multiplicado entre las quejas por el mal servicio del sistema Metro Bus y la supuesta despedida de los “diablos rojos”.

Las paradas de la zona comercial entre Metromall y Los Pueblos son uno de sus puntos de operación. A veces llegan a coincidir unos 30 o 40 buses clandestinos, siempre en espera de aquellos usuarios hartos del Metro Bus y los “diablo rojos”.

Allí esperan su turno, pregonan los beneficios del servicio y lucen sus rines de lujo, carrocerías modificadas y potentes equipos de sonido.

Veranillo, Las Colinas y Balboa son otros puntos de concentración de los busitos “piratas”.

Algunos exhiben en su interior un “certificado de operación”, su patente de corso para brindar el servicio, y no faltan aquellos que tienen algo del espíritu de los “diablos rojos”, viajando a gran velocidad, con música estridente, con un “pavo” que promociona la ruta y hasta se han visto involucrados en accidentes fatales.

METRO CULTURA

En Panamá funciona desde abril de 2014 la línea 1 del Metro, la última de las alternativas en sumarse al servicio del transporte y en la que se vive una realidad paralela que contrasta la lucha sin cuartel entre el Metro Bus y los “diablos rojos”.

Prima el orden: en las estaciones nadie pisa la franja amarilla que marca la frontera entre el tren y los usuarios, no hay empujones en el abordaje y se acostumbra reservar o ceder los puestos para las personas mayores o mujeres embarazadas o con niños.

No hay mensajitos tallados en los costados, nadie come, el que quiere oír música lo hace con audífonos. Todos muy obedientes. Todos “metroculturizados”.

Son unos 200 mil usuarios los que mueve cada día el Metro, entre ellos alumnos, obreros, secretarias, tipos vestidos de manga larga y corbata y viajeros en general que se transportan mirando el caserío sobre las colinas de San Miguelito o conversando del escándalo político del momento, de la telenovela, fútbol, lotería, de la vida ajena o de cómo mejora la calidad de vida cuando se cuenta con un servicio eficiente.

DUDAS Y ESPERANZAS

Tienen que mejorar la frecuencia del Metro Bus, organizarlos para que no tarden tanto, sobre todo en las mañanas y tarde en la noche, dice la docente Sofía Fernández, quien a diario pierde entre 45 y 60 minutos esperando un metrobús.

Jorge Atencio es un estudiante universitario y es de los que piensa que la situación puede mejorar siempre que se atiendan los problemas del actual sistema Metro Bus como el mantenimiento a las zonas pagas y a los vehículos, porque “es triste que llueva tanto afuera como adentro del bus”.

La secretaria Nadia Romero, en tanto, se muestra algo reticente: “Nadie ha podido con el transporte panameño... Solo nos queda la esperanza de que mejore en alguna medida”.

 

Indemnización podría ser más alta

El monto de $16.2 millones en indemnización que deberá pagar el Estado a los trabajadores de la empresa Transporte Masivo de Panamá, S.A. (Mi Bus) podría incrementarse, según Samuel Rivera, secretario general del Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral (Mitradel).

Añadió que la suma anunciada sobre el pago de horas extraordinarias de $3.2 millones tendrá una variación en favor de los trabajadores, ya que aún se mantiene abierto el proceso de arbitraje solicitado por el Sindicato de Trabajadores de Mi Bus.

“Los trabajadores saben que ya se han realizado cinco reuniones y se está cerca de terminar. Esperamos que en su momento esto se sume a la cuantía que hay que pagarle a ellos, una vez se cierre el proceso de la compra de las acciones con Mi Bus”, dijo Rivera. Las declaraciones del funcionario fueron posterior a un encuentro entre miembros del Sindicato y el ministro de Trabajo, Luis Ernesto Carles, con el fin de aclarar las dudas.

Para el secretario general del sindicato Antenor Guadamuz, el encuentro fue fructífero porque se dejó claro que la cifra de pago debe ser más alta. En el arbitraje, que aún no concluye, participan un representante de Mi Bus, uno de los empleados y otro del Mitradel.



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