Una mirada a las secuelas del dietilenglicol

Una mirada a las secuelas del dietilenglicol


Hace casi 10 años, la Caja de Seguro Social (CSS) distribuyó fármacos con dietilenglicol que acabaron con la vida de por lo menos 182 personas y afectaron a otra cantidad indeterminada.

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Dietilenglicol: dos vidas, una misma tragedia‘Muy difícil’ conocer número de afectados por dietilenglicolLos 11 imputados por el envenenamiento masivo se declararon inocentes

El escándalo estalló el 2 de octubre de 2006, cuando el Ministerio de Salud reportó los primeros 22 casos de un “síndrome agudo agresivo” desconocido. Tras bambalinas, se manejaban cifras muy superiores.

Dieron con la sustancia tóxica en los medicamentos, pero la lista de víctimas fatales siguió creciendo. Y para los sobrevivientes la tragedia apenas empezaba.

Luego de casi una década, tres afectadas del dietilenglicol compartieron sus testimonios con este medio antes de que sean proyectados en el documental A la deriva, del director Miguel I. González, que plasma el devenir de los envenenados, entre tratamientos, la desazón y el sueño por ser los de antes.

A la deriva se presentará el 10 y 13 de abril en el Festival Internacional de Cine.

AMARGOS RECUERDOS

Han pasado 10 años, pero Briseida de Trejos conserva en su memoria los detalles del día que el dietilenglicol entró en su cuerpo: “Fue el 20 de septiembre de 2006. Mi sobrino tenía resfriado y yo me estaba enfermando también, así que fui a la CSS y me dieron unos frascos de guayacolato. Tenía que estar bien para una operación que me harían en unos días”.

Residente de El Carate de Las Tablas, en Los Santos, de Trejos tampoco olvida la desagradable sensación cuando probó el jarabe: “Era como si te quemara”.

El 23 de septiembre de 2006 la ingresaron al Complejo Hospitalario Arnulfo Arias Madrid de la CSS para corregir el daño que sufrió en la espalda tras una caída.

Antes y después de la cirugía, le dieron dosis del fármaco contaminado y la sensación se repetía: “Quemaba. La enfermera no se iba hasta que te lo tomaras. Yo pedía hielo para calmar el ardor”.

La operación se hizo según lo planeado, pero en Briseida de Trejos permanecía un extraño malestar que los doctores no lograban descifrar, hasta que por esos días la noticia del “síndrome agresivo” llegó a los medios. “Decían que iban 22 afectados; sin embargo, eran muchos más. Uno que estaba adentro veía cosas... veía la realidad...”.

Le dieron de alta al poco tiempo. “Salí caminando”, recuerda de Trejos, pero el dolor seguía allí. Y pronto la situación empeoró cuando tuvo problemas en la vejiga y no podía orinar. La volvieron a intervenir. “No sé ni cómo contarlo. Cuando me abrieron, lo que salió fue puro tejido muerto”, expresa.

Fue el inicio de una cadena de complicaciones para esta mujer, que desde 2006 ha visto cómo su estado de salud se ha deteriorado entre agujas, sondas y tratamientos de diálisis, hasta terminar en una silla de ruedas.

Ahora, con 49 años, enumera las consecuencias: insuficiencia renal crónica, insuficiencia cardíaca, diabetes, presión arterial alta, neuropatía e isquemia cerebral. También tiene varias vértebras afectadas y ha sufrido dos infartos.

En 2011 tuvo una crisis. Su abdomen se inflamó y fue internada una vez más en el complejo. “Cuando me abrieron, me dijeron que adentro tenía como una chicha de ‘culei’. Me sacaron de todo... todo lo que estaba destruido”, relató con voz quebrantada.

Allí adquirió la bacteria Klebsiella pneumoniae carbapenemasa (KPC). Dietilenglicol y KPC. “Doble tanda”, le decían los doctores.

No ha sido sencillo, resume. No lo ha sido para ella ni para sus padres, esposo e hijos. “No es fácil que te digan que no hay nada que saque esto del cuerpo. Que no se puede hacer nada.

Es duro cuando te dan una fecha de vida... dos o tres meses. Todos vamos a morir, pero no de esta forma, no de esta forma que nos está tocando a los envenenados”.

Pese a la situación, conserva su trabajo de entonces, en la oficina regional del Ministerio de Educación.

‘CUANDO ESTÁ PARA TI...’

Milagros Rey llegó a Panamá de Zaragoza, España, hace 40 años. Su esposo, panameño, la trajo con la “promesa” de ver la nieve que caía en el interior del país.

Él ya no está. Falleció poco después de que la salud de ella se empezara a deteriorar, luego de tomar un jarabe para la gripe corrompido por el dietilenglicol.

Sucedió en septiembre de 2006, tras una cadena de eventos fortuitos: un resfrío, un médico de cabecera ausente y una enfermera que quiso hacerle un favor.

"La enfermera me dijo que buscaría a otro doctor. Fue un acto de amabilidad. El doctor me vio y me recomendó una medicina de la CSS”, explica. Se mostró reticente y el médico insistió: “Tómela con confianza”. Rey asintió. “Cuando está para ti, está para ti”.

Se tomó poco más de la mitad del expectorante sin azúcar recetado. Pronto llegaron los mareos, vómitos y diarrea. Fue a un hospital privado, encontraron anomalías, pero no la causa. Hasta que vieron las noticias del “bendito jarabe”.

“Puse la denuncia. Me llamaron luego de unos meses para decirme que era positiva. En ese lapso mi esposo murió”, cuenta y suspira la mujer de 66 años, residente de La Chorrera, madre de dos hijos y practicante de montañismo y yudo en sus años de juventud.

De tener la fortaleza de un roble, pasó a coleccionar afecciones. De entre un bloque de papeles que forman su expediente médico, saca un documento que detalla las secuelas del dietilenglicol: polineuropatía axonal simétrica, dolor neuropático de miembros inferiores, túnel carpal bilateral severo, síndrome de intestino irritable, enfermedad degenerativa de la columna vertebral, herniaciones discales, enfermedad hemorroidal en grado III, síndrome fibromiálgico, trastorno de ansiedad y depresión.

Son achaques de la edad, le han querido decir estos años. Ella responde que “¡un cuerno! (...) Ha sido una pesadilla. Un día estás bien y otros cuatro estás mal. Muy mal (...). Por dentro uno se está pudriendo”, comparte, tratando de contener llanto y coraje. Luego sonríe y retoma su relato.

A veces, asegura, le dan ganas de no seguir. “Ha sido una negligencia tras otra.

Dicen [en el Centro Especializado de Toxicología de la CSS] que están trabajando para atender nuestras necesidades y las medicinas ni las compran (...). Me llegaron a decir que yo tenía llanto fácil, cuando mi compañero de 40 años acababa de morir y acababa de tomarme un veneno... Hay gente que ha sido tan desagradable en la atención; no son todos, pero por dos o tres dan ganas de...”.

Cada mes, agrega, gasta entre 200 y 300 dólares en medicinas. Y reclama: “Te han quitado la salud, la tranquilidad, la posibilidad de trabajar... Me han quitado todo”.

EL PESAR DE UNA MADRE

Otra historia es la de Iraida Barrera, de 41 años, residente de La Valencia, un pueblo herrerano de parajes áridos y calles polvorientas.

Iris, como la conocen en el lugar, cuenta lo que pasó: sus hijas Aleida y Alisson, de cuatro y dos años, respectivamente, necesitaban fármacos para el resfriado e irritación. Fue al Centro de Salud de Parita, pero no los tenían. “Vaya a la CSS de Chitré”, le indicaron.

Barrera casi desiste, pero al final hizo el viaje y le despacharon un jarabe contra la tos y la irritación.

“¿Cómo iba a saber que con esas medicinas iba a envenenar a mis hijas?”, se lamenta Barrera, que al sentir síntomas de resfriado también consumió el jarabe. Todo ocurrió poco después de que reventara la crisis del dietilenglicol, pero en los pueblos apartados del interior del país la vida transcurría como siempre.

Solo cuando fue visitada por personal de la fiscalía regional, que investigaba posibles afectados, sintió la incertidumbre. Ya venía sufriendo malestares y diarrea, igual que sus hijas.

Aleida y Alisson tienen ahora 13 y 11 años. Fuera de los quebrantos, ambas tienen lento aprendizaje, dice.

Como consecuencia de sus dolencias, tuvo que dejar su empleo en una fonda. Ahora, Barrera, madre soltera, logra su sustento con rifas y la pensión de 600 dólares para las víctimas del dietilenglicol.

“Uno vive y respira por los hijos, y no es que yo no sienta dolor, pero uno sufre más por ellos. Todo el mundo quiere que sus hijos sean profesionales, que sean esto y lo otro. Yo tengo que ver hasta dónde las puedo llevar”, expresa, mientras sobre su regazo se duerme Iriel, su hija más pequeña.

CIFRAS

Testimonios como los de Briseida de Trejos, Milagros Rey e Iraida Barrera se han compartido por estos días en la audiencia contra 11 acusados por el caso, que se efectúa en el Segundo Tribunal (ver nota relacionada).

¿Cantidad de víctimas? Autoridades del Ministerio Público (MP) han afirmado que será difícil establecer una cifra total, toda vez que a los despachos siguen llegando nuevos casos.

En 2014, el MP había reconocido 990 casos, entre fallecidos y sobrevivientes.

Estimaciones del Comité de Familiares y Pacientes por el Derecho a la Salud y la Vida arrojan que el total de afectados ronda los 12 mil.

Se consultó al Centro Especializado de Toxicología de la CSS sobre la falta de medicinas para los pacientes y otros aspectos, pero no hubo respuesta.

Imputados aseguran ser inocentes

El juicio a 11 imputados por el envenenamiento masivo con dietilenglicol entró en su fase final, luego de que este jueves, 6 de abril, los abogados defensores iniciaron sus alegatos.

Carlos Carrillo, abogado del exdirector de la Caja de Seguro Social (CSS) René Luciani, aseguró que su cliente debe ser declarado inocente, ya que no estaba al frente de la institución cuando se solicitó la compra de glicerina para uso humano, pero fue importado el dietilenglicol.

Carrillo indicó que el tóxico fue adquirido en el año 2002 y su cliente fue designado como director de la CSS en 2004.

Mientras que los abogados de Linda Thomas, Eduardo Taylor, Miguel Algandona e Ignacio Torres, quienes formaban parte del Laboratorio de Control de Calidad de la CSS, alegaron que sus clientes no tienen ninguna responsabilidad en el envenenamiento masivo, ya que la CSS nunca les dotó de los instrumentos para realizar los análisis y detectar el tóxico.

Los defensores de estos cuatro imputados agregaron que estos no sabían que la glicerina fue cambiada por el tóxico.

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