En el corazón de la cuenca hídrica del Canal de Panamá, y en plena pandemia de la COVID-19, un grupo de personas decididas transformó una crisis en una oportunidad. Cimarrón Paraíso nació en 2019 con el propósito de preservar y compartir las raíces culturales de su pueblo.
Según Joel Dorigama, uno de sus fundadores, la idea germinó en los últimos días de ese año, pero fue en 2020 cuando comenzaron a materializarla: construyeron ranchos, pequeñas cabañas y un espacio común.
No obstante, la pandemia golpeó con fuerza, trayendo restricciones, incertidumbre y una severa falta de ingresos. A pesar de ello, su resiliencia les permitió seguir adelante, abrazando el espíritu del “cimarrón”, aquel ser humano que se adapta, resiste y vive en armonía con la naturaleza.
Un día en Cimarrón Paraíso
El bullicio del amanecer marca el inicio de un día típico en esta comunidad. Los habitantes, 41 personas distribuidas en 12 casas, trabajan arduamente para mejorar su entorno. El muelle necesita reparaciones, las cabañas se amplían y la casa comunal se acondiciona para recibir visitantes.
Las mujeres barren y limpian, mientras los hombres preparan las actividades de bienvenida para los turistas, quienes llegan para experimentar una muestra de la vida comunitaria. “No es un trabajo fácil, pero la convivencia con los visitantes nos motiva a seguir”, comenta Jirama, destacando el turismo como un motor de inspiración y sustento para todos.
Cimarrón Paraíso se encuentra en la cuenca del Canal de Panamá, una ubicación privilegiada, aunque también desafiante. La comunidad implementa prácticas de manejo sostenible de recursos: recolectan desechos sólidos y los trasladan a comunidades vecinas, reutilizan cartón como abono y evitan la deforestación innecesaria.
Para ellos, la naturaleza es “Papa Egoró”, la madre tierra, y protegerla es una responsabilidad sagrada. Tal como explica Dorigama, los emberá entienden que el equilibrio con la naturaleza es fundamental para su supervivencia y bienestar.
Retos de un pueblo
La comunidad enfrenta grandes desafíos, entre ellos la falta de agua potable, electricidad y un muelle adecuado. Sin embargo, su filosofía es clara: trabajar y luchar sin depender de la caridad. Construyen reservorios de agua y contemplan soluciones sostenibles como la energía solar. Aunque sus necesidades son muchas, también hay optimismo.
“Somos una comunidad nueva, no conocida, pero con mucho que ofrecer”, afirma Dorigama. Su llamado a las entidades de turismo y desarrollo social es contundente: necesitan apoyo, capacitación y visibilidad para crecer y seguir contribuyendo al desarrollo de Panamá.
Quienes visitan Cimarrón Paraíso encuentran un viaje que trasciende lo turístico y se convierte en un intercambio cultural. Desde el trayecto en canoa hasta la cálida bienvenida, los visitantes aprenden sobre las costumbres emberá, su artesanía y su relación con la tierra.
Más que un destino, este lugar es un testimonio de hospitalidad y humanidad. “Lo poquito que tenemos, lo compartimos”, dice Dorigama con orgullo. En Cimarrón Paraíso, no importa de dónde vengas, todos son bienvenidos como amigos, como hermanos.