La amplia vía Ricardo J. Alfaro luce solitaria. En la oscuridad de la madrugada, el semáforo de la esquina con la calle 74 permanece en desolación, con excepción de un trabajador de turno irregular o algún fiestero que vuelve a casa.
Juan Luis, o Fito, aprovecha la calma y pone en marcha su jornada laboral. Levanta el plástico que cubre los bultos de periódicos y los cuenta.
Aprieta cuantos puede bajo su brazo izquierdo y muestra otros con la mano derecha. Son las 4:50 a.m. A esa hora no hace falta vocear sus productos. Solo le basta acercarse a los pocos vehículos y ofrecerlos a sus conductores.
Tiene 40 años de edad, 22 como canillita. Vive en Nuevo Tocumen, pero cuando empezó estaba en San Joaquín.
Escogió esta esquina de la vía Ricardo J. Alfaro por su tranque eterno. “Acá se vende bien”, relata mientras reacomoda sus periódicos.
Vuelve a la calle. Camina de un paño a otro, pero nunca da la espalda a los autos. “En Panamá no hay cortesía vial. Si no estás vivo, la nave te pasa por encima”, advierte.
Otro canillita, con diferentes diarios a la venta, lo confirma. “Hay que andar con cuidado en esta calle. Los carros vienen vola’ en esta bajada”, señala.
El sistema del canillita es inverso al del tránsito. ‘Fito’ espera que la luz roja aparezca en el semáforo para comenzar su marcha hacia adelante. Apenas ha vendido 15 de los casi 300 ejemplares a su cargo. Está tranquilo. Confía en el tranque inevitable.
En el siguiente semáforo, en el cruce entre la Ricardo J. Alfaro y la Calle 71 Oeste, Diego también espera por el congestionamiento vehicular.
Tiene 57 años y las madrugadas de sus últimos cinco años la ha pasado con los dedos manchados de tinta de periódico.
Como ‘Fito’, vive lejos de su zona de venta, en San Joaquín. “Me toma entre una hora, hora y media, llegar hasta acá, pero aquí puedo vender muchos periódicos”, asegura.
Cada ‘canillita’ tiene una estrategia para mejorar sus ventas. Unos leen las noticias para poder comentárselas a los conductores, otros se valen de arengas.
En el caso de Diego, su fuerte es la conversación. Después de la venta, invierte los minutos previos al cambio de luz para hablar sobre la vida y la actualidad nacional con sus clientes.
Aún no amanece. Las ventas siguen lentas. Diego se sienta sobre la pila de periódicos y recuerda en voz alta que debe conseguir dinero para el paseo de graduación de su hija de 15 años. Es la cuarta y última de sus hijos.
También presume de sus cinco nietos. Se queda en silencio, se levanta, toma unos 10 diarios y trota hacia una farmacia cerca. Vuelve con dos ejemplares.
“Hay un grupo que toma un bus allá atrás para ir a su trabajo en Clayton. En una hora vuelve otro grupo, así tengo que darme otra vuelta por allá”, dice, y regresa a caminar entre los autos.
BAJO LA OSCURIDAD
La mayoría de los periódicos del país están listos a las 2:00 a.m. Fuera de las empresas, decenas de vehículos esperan sus ‘pacas’ de diarios para iniciar su ruta de distribución.
Los ‘canillitas’ aguardan su carga desde temprano. Saben que solo se necesita fallar una sola vez a sus clientes madrugadores para perder la compra. Más hoy, en el Día del Canillita, en el que recibirán todas las ganancias por las ventas.
Otro “canillita” es Ubaldo, quien lleva menos de un año en el cruce entre la vía Fernández de Córdoba y la Transísmica. Tiene 57 años. No lleva los periódicos bajo su brazo, sino sobre su cabeza. Cada venta es una exhibición de equilibrio.
Se levanta todos los días a las 2:00 a.m. y emprende su viaje desde Cerro Batea. Comienza a vender periódicos desde las 4:00 a.m. y termina seis horas después. No tiene quejas de su trabajo.
“Lo más difícil es levantarse”, dice. Los fines de semana se los toma libre, aunque aclara, es para mantener el cuerpo hábil. Dice que igual se despierta de madrugada.
Un lujo que no se da Luis Puga, de 55 años, quien vende en el semáforo entre la 12 de octubre y la avenida La Pulida. De lunes a viernes cumple una jornada entre 4:00 a.m. y las 12:00 m.d. Los sábados y domingos saca su güira y trabaja cerca de su barrio, en Samaria. Cuando hay tiempo, va a la iglesia.
Al final de su jornada, los ‘canillitas’ coordinan con sus distribuidores las ganancias y devoluciones. Confiesan que, a pesar de ha bajado la compra de diarios en el mundo, todavía cuadran las cuentas. Menos cuando llueve.