Cuando el virus llegó al trópico

Cuando el virus llegó al trópico


Desde mi balcón, sobre la Plaza Bolivar del Casco Viejo, apenas se escuchan un par de conversaciones o el transitar de algún automóvil. El lugar se encuentra desierto a pesar de ser la segunda atracción turística más visitada del país, solo superada por el Canal de Panamá.

En 1994 me vine a vivir aquí, al barrio histórico de la ciudad de Panamá. Cuatro años antes había tenido lugar la invasión de Estados Unidos a Panamá, aquella que concluyó con la captura de Noriega. En ese entonces a los turistas les advertían de que el Casco era un área peligrosa para visitar. Era un barrio popular, densamente habitado, repleto de edificios ruinosos que daban cuenta de que el sitio había sido, sin dudas, el centro del poder político, económico y religioso de estas tierras desde los tiempos coloniales.

Es tiempo de disfrutar los aires veraniegos. El clima le regala a Panamá sus mejores días durante los primeros meses de cada año. En enero, los diluvios diarios y la agobiante humedad que azotan este istmo tropical son reemplazados por un sol radiante y una fresca brisa.

Es la época que los panameños conocen como el verano. Es el tiempo de las vacaciones escolares, de conciertos al aire libre, de caminatas por el distrito histórico y atardeceres en la cinta costera de la ciudad capital, o bien, de paseos a las playas del Pacifico o a las islas del Caribe, o de visitas a las zonas cafetaleras de Chiriquí.

Los turistas que leen sobre Panamá lo tienen advertido: es la temporada alta, la que va de enero hasta mediados de abril, y cuya envidiable temperatura contrasta con el frio invernal de Estados Unidos, Canadá y Europa.

El Casco Viejo conoce bien la rutina anual que desata el verano. Sus plazas y callejones se colman de turistas desde finales de diciembre. Los jóvenes mochileros salen temprano de sus hostales en busca de una fonda para desayunar. Los huéspedes de los hoteles de lujo recorrerán sus iglesias y museos un poco más tarde. Los visitantes que optaron por quedarse en la ciudad moderna llegarán después junto a los pasajeros de los cruceros, cuyos tours ahora desembarcan en la ciudad luego de atravesar el Canal de Panamá. Los panameños vendrán de noche, a sus restaurantes, o de fiesta, los más jóvenes, tras los bares de moda.

En eso, llegó el virus. El 10 de marzo 2020 fue detectado el primer caso de Covid-19 en Panamá. La portadora fue una panameña procedente de España. Diez días después, el gobierno ordenó el cierre de todas las empresas con excepción de las absolutamente necesarias. En un mes el país llegó a 3,000 casos confirmados y 74 muertos, cifras importantes para una nación que apenas supera los cuatro millones de habitantes.

Ya para entonces se habían suspendido los vuelos internacionales y decretado el toque de queda a partir de las cinco de la tarde. Al día 16 se impuso el confinamiento absoluto de la población, permitiendo solamente que las personas pudieran salir de su casa por un lapso máximo de dos horas al día para comprar alimentos y medicinas.

El control de la circulación se llevaría a cabo dependiendo del documento de identidad nacional o cédula. El último dígito de la cédula determina la hora permitida para salir de su casa.

A los pocos días hubo que endurecer aún más las medidas de confinamiento. A los 20 días de la aparición del primer contagio, se restringió a la mitad la circulación y Panamá, para asombro de muchos medios de comunicación internacional, lo hizo por género. Las mujeres podrían salir esas dos horas los lunes, miércoles y viernes; los hombres martes, jueves y sábado. Los domingos, confinamiento absoluto, nadie puede circular.

Las decisiones sanitarias, así como las conferencias de prensa diarias, han estado en manos de personal médico, no político. La ministra de Salud, asesorada por un equipo de infectólogos y científicos de reconocida trayectoria, recomiendan las acciones a tomar al presidente de la República y su gabinete. Se estima que el mes de abril será el más crítico.

Junto a las restricciones sanitarias, se han tomado una serie de medidas económicas. En primer lugar, mediante la entrega de bolsas con alimentos, se busca atender a los sectores más vulnerables del país, en nuestro caso, las poblaciones de las reservas indígenas, así como las áreas periféricas de las ciudades de Panamá y Colón. Se ha ensayado también la entrega de bonos de solidaridad, de US$80 al mes, para los trabajadores que están siendo cesados de sus empleos, así como para esa inmensa porción de la población que, como en el resto de América Latina, vive de la economía informal. La identificación y entrega de dichos bonos es una labor titánica porque las bases de datos para identificar a quienes realmente lo necesitan son incompletas o inexistentes.

Para este año había grandes expectativas para la recuperación del sector turístico. Luego de un estancamiento en la llegada de visitantes durante los últimos años, se apostaba a que el 2020 sería el inicio del reposicionamiento de Panamá como destino turístico. La nueva terminal del aeropuerto de Tocumen, con más de 5 años de retraso, y centro del exitoso “Hub de las Américas”, estaba a punto de abrir. Igualmente, por inaugurarse estaba el nuevo centro de convenciones, justo a la entrada del Canal de Panamá, muy cerca de donde se construye también el primer puerto para cruceros en el litoral pacífico del istmo.

El otro gran hub de Panamá, el marítimo, puede también verse afectado en sus operaciones con la estrepitosa caída del comercio internacional que necesariamente utiliza el Canal de Panamá y su media docena de puertos conexos.

Vuelvo al balcón y las calles siguen desiertas. En estos últimos 26 años nunca he visto al barrio tan silencioso y desolado. La gentrificación fue inevitablemente transformando su población. Los niños jugando inocentemente por los callejones, o las fiestas de los mayores con sus bocinas a todo volumen, dieron paso a restaurantes, tiendas y bares. Luego vendrían los hostales. Muchas de las oficinas públicas, incluyendo la Presidencia de la República, siguen aquí.

El pasar de funcionarios, así como del público que acude a tramitar en las oficinas oficiales, la entrada y salida de automóviles a toda hora, así como el ir y venir de las familias de antes o los nuevos vecinos, incluyendo a la nueva camada de expatriados que han escogido al Casco Antiguo como su nueva morada, jamás le han restado vitalidad al barrio. Solo el virus ha logrado el silencio y este vacío tan extraño.

Este artículo de Fernando Berguido fue publicado en la ReVista Harvard Review of Latin America

Fernando Berguido, abogado, periodista y Nieman Fellow de Harvard. Fue presidente y director del diario La Prensa. Ha sido presidente de Transparency International, Capitulo de Panamá, y embajador de Panamá en Italia. Es autor de la obra autobiográfica Una vida póstuma y de Anatomía de una trampa, un libro donde narra sus experiencias como diplomático para recuperar más de 100 millones de dólares de contratos corruptos firmados entre su país y el conglomerado italiano Finmeccanica.


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