La sala de redacción se apagó unas semanas después de que en Panamá se anunciara la primera muerte por el nuevo coronavirus (10 de marzo de 2020).
El último grupo de periodistas abandonó las oficinas de La Prensa en la semana del 27 de marzo. En ese momento, reporteros de la versión digital del periódico, y otros más del impreso, escribían las noticias desde algún lugar de sus casas.
Las autoridades pedían evitar las aglomeraciones y aconsejaron a las empresas usar la tecnología (a los que podían) para evitar cerrar: el teletrabajo entraba con fuerza, y nadie imaginaba el impacto que tendría.
Entonces, llegó el reto de buscar la noticia de manera remota: entrevistas por Zoom, en las que a veces se colaba el ladrido de un perro; conversaciones por teléfono impregnadas del pregón incesante de los vendedores ambulantes; preguntas desde el Whatsapp, que muchas veces se quedaron en visto; peticiones de información a través de correo electrónico, y poner en práctica la vieja dinámica de revisar decenas de documentos para si acaso, poner un párrafo con esos datos en las notas.
Hubo que instalar escritorios remotos en las computadoras, reforzar las conexiones de internet y adaptarse a las dos reuniones diarias por Zoom con todo el personal de redacción: directores, editores, diseñadores. Allí se definen los temas y otros menesteres de la vida reporteril.
Uno de los desafíos más importante de este año difícil, lo han enfrentado principalmente dos equipos: el que se encarga de escribir sobre salud pública y ciencia; y el de los reporteros gráficos, quienes nunca han dejado la calle.
Informar desde la oscuridad
Si el mundo de las noticias tuviese un premio para los que escriben consecutivamente de un mismo tema, ese galardón probablemente se lo darían a Aleida Samaniego y Ohigginis Arcia. Ellos son los responsables de que los lectores estén enterados de todo sobre la Covid-19: el número de casos, las muertes, la evolución de la ciencia, las vacunas, entre otra larga lista de acontecimientos relacionados con el virus.
Aleida, una mujer cauta, metódica y de profundos silencios, está entrenada en periodismo científico desde hace varios años, pero esto es otra cosa. Nadie estaba preparado para la magnitud de esta tragedia. Los primeros meses, ella se acostaba todos los días entre las 2:30 a.m. y 3:00 a.m., leyendo informes para proponer un enfoque atractivo para la noticia.
Para entender mejor a ese patógeno que apareció por primera vez en un mercado de Huwan, China, Aleida usa hasta sus días libres para seguir actualizándose: entraba a conversatorios virtuales y participaba en talleres dictados por la comunidad científica. Lo más duro que le ha tocado reportar han sido las más de 6 mil muertes en el país. “Si son 6 mil personas y piensas que cada uno tiene 4 personas que los querían, me imagino que hay 24 mil personas sufriendo”, afirma.
A Ohigginis, un reportero que lleva la noticia en su ADN, le ha costado dejar la calle. Esos sitios y entornos donde se genera la información. “Se perdió ese contacto físico con la fuente, para pasar a un contacto virtual. Eso para mi es lo más difícil”, cuenta.
El drama de la calle
En cambio los que han tenido exceso de calle son: Elysée Fernández, Pastor Morales, Roberto Cisneros, Gabriel Rodríguez, Román Dibulet, Agustín Herrera, Miguel Cavalli, Isaac Ortega, y Richard Bonilla. Los primeros siete son fotógrafos; los dos últimos son camarógrafos.
Este último año han documentado de todo: maniobras en hospitales colapsados, el llanto impotente de algún médico o enfermera, calles desoladas, filas interminables en supermercados, protestas, la distribución del bono solidario, fiestas clandestinas, diputados desafiando la cuarentena, levantamiento de cadáveres en las casas, la crudeza de hogares que se quedaron sin nada, y la llegada de las vacunas.
Pastor Morales, fotógrafo con muchos kilómetros recorridos, asegura que reportar la pandemia, ha sido su trabajo “más difícil”. “Hablando en serio, manejamos mucho estrés”, cuenta. Estrés por todos lados: por tener buenas fotos, por temor a contagiarse y contagiar a su familia, y por ser testigos del drama humano que se vive en las calles de Panamá.
Una mañana de cuarentena total, mientras buscaba fotografías en Samaria, una comunidad del distrito de San Miguelito, Pastor vio a un señor con la mirada perdida en medio de una vereda. Detuvo el carro, se bajó, y lo abordó. El hombre le contó que su esposa acababa de morir por la Covid-19. Se quedaba solo con tres hijos en medio de la incertidumbre: la empresa donde trabajaba le había suspendido el contrato. “Esto me marcó. ¿Qué palabras de aliento le podía dar? Recuerdo que yo tenía un par de dólares para gasolina y se los ofrecí para apoyarlo. El señor no me los quiso aceptar. Me dijo: ‘gracias Dios sabe porque pasan las cosas’. Me agradeció por escucharlo y por mi gesto. Esto me marcó”, asegura este fotógrafo.
Gabriel Rodríguez, otro reportero gráfico con experiencia, se estremeció cuando vio la agonía de un anciano que estaba entubado e inmóvil mientras lo atendía una enfermera en el Hospital Santo Tomás. Gabriel también tiene una alta carga de estrés. Cada vez que sale teme contagiarse y llevar el virus a la casa.
A Roberto Cisneros, un fotógrafo acostumbrado a cubrir acontecimientos de alta ebullición, principalmente protestas y marchas; le costó alcanzar un balance emocional. Temía contagiarse y tenía que sacar fuerzas para enfrentarse a la jornada en condiciones inciertas. “Al final del día, te sentías mucho más cansado que en una jornada normal”, manifiesta.
Le impactó ver a un grupo de niños y niñas almorzando arroz y agua en un poblado de Panamá Este. Sus padres vivían de pequeños trabajos informales en las calles, y en ese momento, esa era una actividad prohibida. Pero, también conserva buenos momentos, como el día en que le tomó la foto a una enfermera arrodillada mientras oraba antes de iniciar su jornada laboral en un centro de salud en Panamá Norte.
“Cada cobertura era difícil, porque te encontrabas con personas necesitadas, empresas cerradas, calles vacías, gente sin trabajo (...)”, dice Román Dibulet, otro campeón de la cámara fotográfica. Al igual que sus compañeros, ha sido testigo de escenas dramáticas, como el día en que vio a personal del Ministerio Público recogiendo el cadáver de un indigente que fue hallado muerto cerca de una parada de bus en Los Andes, San Miguelito.
Agustín Herrera, fotógrafo de alto vuelo, visitó lugares donde familias enteras estaban infectadas y vivían hacinadas. “A algunos no les había llegado el bono y salían a trabajar, si no, no podían comer”, dice.
También tiene recuerdos gratos. Le tocó fotografiar a la primera persona que se vacunó en Panamá: Violeta Gaona de Cocherán, una enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Santo Tomás. Este acontecimiento ocurrió el pasado 20 de enero, horas después de que el primer cargamento de las vacunas de Pfizer (12 mil dosis) llegó a Panamá.
Ir donde no invitan: otro escollo
Compras con supuesto sobrecosto, la construcción de un hospital modular con más preguntas que respuestas, criterio político en la distribución de los componentes del programa Panamá Solidario, políticos violando las disposiciones sanitarias, y policías reprimiendo a ciudadanos en medios protestas, han formado parte de los titulares más ruidosos de la crisis sanitaria.
La rendición de cuentas está en cuarentena, y los contribuyentes exigen transparencia. Tener acceso a la información en circunstancias insospechadas ha sido otro desafío.
Isaac Ortega, un camarógrafo que persigue la noticia pura y dura, se ha enfrentado a las malas caras de funcionarios en plena cobertura. Cuenta que muchas veces no los invitaban a los eventos oficiales, esos a donde va el presidente de la República, y los ministros relacionados con la estrategia sanitaria. Entonces, ellos se veían obligados a estar preguntándole a colegas de otros medios sobre si sabían qué había en la agenda gubernamental. “Llegar a coberturas a las que no nos habían invitado era para los directores de relaciones públicas de las entidades de gobierno, como si llegara el diablo”, narra.
A principio de diciembre, Isaac resultó positivo de SARS-CoV-2 (el virus que provoca la Covid-19). No lo afectó en grandes proporciones pero, sí sintió angustia en los momentos en que su presión se descontrolaba. “Fui dos veces a urgencias, la primera por la presión y la segunda por una gastritis. Hoy tengo secuelas: fuertes dolores musculares y en ocasiones me siento débil, pero, nada que no se pueda superar”, manifiesta.
Otra de las que se contagió fue la experimentada periodista Flor Cogley. Ella estuvo varios días en el Hospital Integrado Panamá Solidario, mejor conocido como hospital modular. “La verdad es que quería recibir el Año Nuevo en mi casa y no en un hospital. A las 12:25 p.m., cuando el médico a mi cargo me dio de alta, solo pude pensar: Dios es bueno y misericordioso”, escribió Flor en la nota titulada: El 89% que me llevó a ser ingresada en el Hospital Modular, una crónica de todo lo que vivió desde que supo que tenía Covid-19.
Elysée Fernández, la única mujer entre los reporteros gráficos, también resiente el poco acceso a los lugares de la noticia. “Fue sumamente complicado lograr hacer un buen reportaje así como los que se hacen en Estados Unidos y Europa, porque en Panamá se impusieron muchas restricciones. Se entendía la situación pero, considero que se podía flexibilizar para facilitarnos un mejor acceso a la información manteniendo la cautela”, cuenta.
Después de todo hay vida
El 3 de abril de 2020, hombre, mujeres, y niños de Panamá y el mundo, vivían una de las etapas de mayor zozobra. Por esa época la portada de La Prensa era monotemática: sólo noticias del nuevo coronavirus.
Ese día, el principal titular del periódico fue: Salud recurre a otros especialistas ante falta de médicos intensivistas. En el país había 1,475 casos acumulados y 37 muertos. La gente tenía miedo de pisar las calles, y la ciencia intentaba dar respuestas.
Ese 3 de abril, y en esas circunstancias casi apocalípticas, nació el bebé de Getzalette Reyes, periodista que escribe de todos los temas en prensa.com. De hecho, una de las últimas actividades grupales de la redacción fue precisamente su baby shower: repartimos regalos, comimos pastel, y nos hicimos múltiples selfies. Nadie sospechaba lo que vendría.
“Cuando aquel lunes 9 de marzo de 2020 escuchaba el anuncio de la entonces ministra de Salud, Rosario Turner, sobre el primer caso de SARS-CoV-2 en Panamá, empecé de inmediato a frotar ‘mi barriga’. No sé si fue por el shock, los nervios, o la ansiedad que, de por sí, ya se estaba apoderando de mí al saber que pronto llegaría mi bebé. O a lo mejor era que simplemente buscaba ‘consolarnos’ ante el panorama que se nos venía encima”, recuerda Getzalette, quien se vio obligada a suspender los planes de asistir a cursos de maternidad o de caminar por los centros comerciales en busca de lo que le hacía falta para recibir al bebé.
Al momento del parto todo salió bien. “Excelente diría yo”, afirma esta periodista que en pocos días celebrará el primer año de su hijo. La ventaja es que el teletrabajo le ha permitido estar con él todo este tiempo. “Costó ajustarse al nuevo formato laboral, pero poco a poco todo nos hemos ido adaptando. Él está asombrado con la pantalla y el teclado de la laptop, mientras que yo estoy fascinada de estar a su lado”, añade.
A este niño nacido en medio de la incertidumbre de la pandemia, un tío de Getzalette le llama “Coronito”. A veces, el humor es amor.
Hoy el país alcanza más de 350 mil casos: más de 338 mil se han recuperado, y más de 6 mil corresponden a personas que han fallecido. Una parte (pequeña) de la población ya está vacunada, el ruido volvió a las calles, y el comercio se enfrenta a un escenario incierto.
La economía naufraga y miles de personas se quedaron sin empleo. De hecho, esta realidad también tocó al periódico. En la redacción ahora somos menos. En el segundo semestre del año vimos partir a compañeros entrañables que siempre estarán en nuestros corazones. Nadie puede predecir lo que sigue. Nosotros seguimos reportando lejos de la redacción.