El sueño panameño vive

El sueño panameño vive


Cuando el padre de Fermín Chan llegó a Panamá en busca de mejores oportunidades traía todo lo que tenía en este mundo en una mochila de bambú al hombro. Era 1929 y tenía 17 años.

“Mi padre era de una aldea agrícola de China, en el área de Cantón”, detalla el empresario y actual presidente del Centro Cultural Chino-Panameño. “Caminó por seis horas para llegar a Macao, allí cogió un ferry de cinco horas y de ahí un barco que demoró tres meses para llegar a Panamá”.

Aquí lo esperaba un tío y se unió a la familia. Con gran esfuerzo Fermín Chan padre fundó en 1941 la fábrica de ropa que lleva su nombre, que en ese entonces tenía 12 empleados. Hoy es una empresa con una trayectoria reconocida. “Con mucho orgullo podemos decir que Fermín Chan S.A. Fábrica La Victoria fue la primera empresa de ropa que firmó un contrato con la nación de Panamá”, asegura su hijo. Habiendo nacido aquí, el señor Chan se siente tan panameño como cualquiera. “Nací, he crecido y moriré en este país”, afirma. “Mi madre nació en Panamá y creció en Penonomé. De parte de mi papá soy primera generación nacida en Panamá, y de parte de mi mamá soy segunda”.

Chan se siente sumamente afortunado de haber crecido en medio de dos culturas, que muchas veces son muy diferentes. “La china es una cultura con un fuerte apoyo familiar, valor al trabajo, honestidad y lealtad. Y la latina es una más relajada”, enfatiza. “Debemos aprovechar siempre, pues cada cultura tiene su riqueza y lo importante es aprender lo mejor de cada una”.

Admiró enormemente de su papá que se empeñaba en involucrarse en la vida panameña. “Él estimuló y promovió que miembros de nuestra comunidad participaran en el quehacer panameño, porque somos parte de esta sociedad. Somos parte de un país que nos abrió las puertas y debemos estar agradecidos.

A pesar de que tuvo una educación agrícola, mi padre llegó a ser presidente de la junta directiva del Banco Nacional de Panamá, y se involucró en un sinfín de asociaciones, como la USMA, Industrias Buena Voluntad, Club Rotario y la Junta de Carnaval. Él sí nos inculcó eso, que si queremos que respeten nuestro grupo étnico, no podemos vivir aislados en una sociedad. Esa es la enseñanza más importante que nos dio”.


En 1987, cuando María África Zurita de Costa llegó a Panamá por primera vez, sintió un calor tan inmenso al salir del aeropuerto que le dijo a su esposo: “Yo aquí no me quedo”. De eso han transcurrido 28 años “y aquí me tienes feliz y contenta y no cambio a Panamá por nada”, exclama.

Los Costa, quienes hace poco celebraron sus bodas de oro, salieron de su España natal por el año 1983 debido a la crisis que atravesaba su país. En un principio se radicaron en México, pero esa decisión no prosperó. “Perdimos un dineral por la devaluación del dólar, la nacionalización de la banca, el terremoto, todo”, relata África. Entonces en 1987 se trasladaron nuevamente, esta vez con rumbo a Panamá, decisión que tomaron principalmente por el uso del dólar en nuestro país.

Su llegada coincidió con las declaraciones del general Roberto Díaz Herrera que desencadenaron los sucesos que dieron pie a la invasión, pero barajearon los momentos difíciles y aquí están. “Soy española de corazón, pero Panamá es mi segunda patria”, expresa Zurita de Costa. “Panamá es mi casa, Panamá es mi vida, Panamá es mi familia”, afirma emocionada.

“Antes mi esposo Antonio y yo decíamos ‘cuando nos jubilemos y seamos mayores (lo cual ya somos), regresaremos a España y ahí terminaremos nuestras vidas”, relata. Pero con el paso de los años, a medida que fueron viendo el deterioro de su país natal, un día se dieron cuenta de que ya su hogar no estaba allá. Decidieron vender su casa en Valencia, España, y quedarse solo con la que utilizan para ir a veranear.

Los Costa son los fundadores del Centro Tecnológico de Panamá, al que le ha ido bien, pero como explica ella “no por arte de magia, sino por el esfuerzo, trabajo, sacrificio, ese arduo caminar diario que uno tiene que saber entender desde el corazón”. Después de 10 años de gestiones, el año pasado les aprobaron los permisos para crear la Universidad Hispanoamericana, que para ellos significó un logro muy grande.“Siento que hemos contribuido en formar gente para trabajos que realmente hacen mucha falta en Panamá”, expresa. “Me siento con un orgullo sano, no vanidoso, pensar que hemos aportado al ennoblecimiento del país. Vivimos en Panamá y le estamos haciendo el bien”.

Tanto tiempo después, ella se siente feliz y agradecida con el país que ahora llama casa. “Hemos recibido muchísimo cariño. Siento que es un país que nos ha acogido y tenemos amigos increíbles que nos lo han demostrado”. Recalca que no cambia a Panamá por nada, y cuando viaja a España, extraña el calorcito nuestro y no ve la hora de regresar.


De pasos lentos y palabras pausadas, el doctor Hedley Lennan, de 92 años, comenta sobre el aporte de los inmigrantes afroantillanos al caleidoscopio cultural de nuestro país.

La comunidad afroantillana fue llegando a Panamá muchísimo antes de la formación de la República, y la labor de estos inmigrantes fue de gran relevancia en la construcción de obras trascendentales como el ferrocarril y el Canal de Panamá. Su padre arribó a Panamá en 1902 originario de Jamaica; para entonces ya había probado suerte entre las cañas de azúcar en fincas de Cuba.

“Vino buscando oportunidad, porque en Jamaica no había mucho que hacer y vio que en Panamá sí”, relata. Encontró trabajo en el puerto reparando grandes barcos y submarinos de la Armada estadounidense en la Zona del Canal.

La mamá del doctor Lennan, que era modista (“la mejor del mundo”, afirma su hijo) también llegó a Panamá de Jamaica, y aunque comenta que no está seguro de cómo se conocieron sus padres, de ese encuentro y eventual matrimonio nacieron él y sus hermanos, quienes vivieron por muchos años en La Boca.

Aunque recuerda que la discriminación era el pan de cada día cuando era joven, afirma que se debe combatir con tolerancia y educación. “Hay que enseñar lo bueno a los niños del país, a todos los niños, porque ahí radica la cultura. Si no se moldea a los niños con valores, se va a moldear un gigante feo”, asegura.

También recalca la importancia de aprender de los ancianos. “En muchos países, especialmente en Asia, se aprende mucho de los ancianos. En Panamá, no. Se echan a un lado y ahí está la tesorería cultural, en los viejos”.

Lennan, quien tiene doctorados en Medicina y Teología, nació en 1922; es fundador de la Asociación Panameña de Geriatría y a sus 92 años aún ejerce la profesión de médico. Destaca el aporte cultural de sus ancestros al país, al igual que la fundación de varias sociedades para defender a las minorías, y asegura que “mi familia ha recibido todo, todo de Panamá”.

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