El fútbol y el mar

El fútbol y el mar


Juegan sobre un espejo. En el archipiélago caribeño llovió a cántaros toda la madrugada y la cancha de arena amaneció empantanada. Problemas menores. El sol no termina de ponerse y el fútbol vibra en la comarca Guna Yala.

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Naggi dodoed (juego con los pies)

Naranjo Grande, anfitrión de la liga guna, domina sin problema Cartí Tupile, su rival en el partido inaugural del torneo que reúne a 12 equipos en representación de sus islas. Gana 4 a 0 en menos de 40 minutos. Los charcos limitan el toque pero no la entrega.

La cancha tiene el nombre solemne de Complejo Deportivo Nergala Wagan, que en castellano sería algo como estadio nietos del río Nergala. Es un rectángulo de arena de medidas oficiales de 70 metros por 110 metros a unos 2 kilómetros frente a la isla Naranjo Grande, que utilizó parte de las tierras de agricultura para su construcción.

Alrededor hay bancas de ramas para los fanáticos, una cafetería improvisada y una red que impide a los balones perderse en la maleza.

Termina un partido y comienza otro. La agenda es apretada y concluye a media tarde, cuando sube la marea e inunda la cancha. Entonces todos cruzan hacia Naranjo Grande, a cinco minutos en lancha. Allí se alojan las escuadras durante la semana de la liga. Más de 500 personas en un área de 20 mil metros cuadrados. Más o menos como dos canchas de fútbol. No hay luz ni agua. Si acaso dos enfermeras atienden en la escuela primaria.

Por la tarde los visitantes conversan y escuchan música; alguna familia celebra un cumpleaños con dulce y piñata, y las mujeres cocinan. Todos los jugadores van a dormirse cuando suena el silbato de las nueve de la noche. Al día siguiente deben volver a jugar. Por una semana, en Guna Yala solo se habla de fútbol. O de naggi dodoed, según la lengua local.

 

FUTBOLISTAS SON

Los jugadores poblaron la isla después del mediodía de aquel domingo. Los planteles visitantes llegan poco a poco en lanchas que a bordo traen pastas, salsas, agua, arroz, jugos y futbolistas. En vez de maletas cargan cubos de plástico de cinco galones para guardar sus botines y varias mudas de ropa.

Caminan desde el puerto hacia el onmagged nega, o casa de reuniones del pueblo. El bohío está en el centro de la isla y tiene capacidad para acoger a todos sus habitantes. Su uso habitual es para las reuniones del Congreso General Guna. Pero hoy sirve al deporte rey.

Los organizadores designan el hogar temporal de los jugadores visitantes en una mesa a la entrada del bohío. Grupos de dos o tres visitantes reciben la ayuda de los niños anfitriones para cargar los cubos. El servicio es rápido y tardan menos de 10 minutos.

Los equipos vuelven a reunirse con el sol naranja y la brisa fresca de la tarde. Caminan rápido por las angosturas, entre las negas, hasta hallar cualquier solar para planear la estrategia del partido al otro día. Huele a fogón de leña. Es una tarde en la que se habla de fútbol en todos los rincones de Naranjo Grande.

Nadie tiene claro cuándo se jugó la primera liga de fútbol de la comarca. Los entendidos coinciden en que fue a finales de la década de 1980. En esa época, los gunas amaban el baloncesto. Pasó el tiempo y el fútbol se convirtió en el deporte más popular en el archipiélago.

Con los años organizaron el torneo. La primera liga es sectorial, le sigue la comarcal y terminan con una interétnica. En esta última etapa escogen a los integrantes de la selección que representará en fútbol a Panamá en los Juegos Mundiales de los Pueblos Indígenas, que se inauguraron en Brasil el año pasado y que se volverán a jugar en Canadá en 2017.

En Naranjo Grande vive uno de los jugadores de la selección nacional que participó en Brasil. Se llama Belio, pero todo el mundo lo conoce como Ami. Nunca estuvo en la escuela ni quiere estarlo. Diseña y cose molas. El cabello le roza la cintura y camina con delicadeza y garbo monegasco.

En la cancha Ami es una fiera indómita. Juega en el mediocampo, a la defensiva, con el número 5 en su espalda, como Román Torres. Corre con la cabeza levantada, pisa el balón, mete pases filtrados y es feroz en la recuperación. Otros equipos lo califican como “el hombre perfecto”.

Ser homosexual parece no ser un problema entre los gunas. A diferencia de otras locaciones, en la comarca no se ve discriminación ni dedos acusadores.

EN COMUNIDAD

La isla de Naranjo Grande está en el centro del golfo de Guna Yala, a unos 30 minutos en lancha hacia el oeste desde el puerto de Cartí, y unos cuantos minutos más desde las islas paradisíacas responsables de la economía guna.

Construir la cancha y su pequeño puerto fue una idea de la comunidad de la isla. Hace cinco años presentaron un proyecto al Congreso General Guna para su financiación. Cumplía los requisitos de ser autogestionable y autosostenible, así es que el Instituto de Investigación y Desarrollo del Congreso la aprobó, aun cuando el deporte no es prioridad, dice su director, Fernando Solís.

Las propuestas más importantes son las de clonar cacao, extraer aceite de coco, impartir educación bilingüe intercultural y activar un plan de 10 años de asistencia comunitaria. El dinero de estas actividades, más las ganancias del turismo y del comercio con Colombia, integran el presupuesto comarcal que administra el Congreso. Este año alcanzó una suma histórica: 2 millones de dólares.

En la comarca viven alrededor de 40 mil personas; 2 millones de dólares son insuficientes. Reciben ayuda del Gobierno, pero no alcanza. La tasa de personal médico en la comarca es de 11 por cada 10 mil habitantes, casi 60% por debajo de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud, que propone 25 por cada 10 mil personas. Los gunas, sin embargo, no son la región con el peor índice. Este lugar lo ocupa otra comarca, la Ngäbe-Buglé, con una tasa de 2 médicos por cada 10 mil habitantes.

Los gunas también tienen la segunda tasa más alta de analfabetismo en personas mayores de 10 años: 28 de cada 100 no saben leer ni escribir. En esta tabla la comarca Ngäbe-Buglé de nuevo se afianza en la cima con 30 analfabetas por cada 100 personas.

En la ciudad de Panamá, en cambio, hay 36 médicos por cada 10 mil habitantes, y el analfabetismo es de 2 personas por cada 100.

En Guna Yala existen pocas escuelas primarias y mucho menos secundarias. Para terminar el bachillerato o comenzar la universidad, los jóvenes se trasladan del océano Atlántico al Pacífico; del archipiélago a la ciudad de Panamá.

Durante las vacaciones y algunos fines de semana, los estudiantes vuelven a casa. Van a ver a familiares y amigos. También a jugar la liga de fútbol.

No todos los que regresan hablan guna. Muchos de los jóvenes nacieron en la capital y su única relación con sus islas se forja durante aquellas visitas esporádicas. La vida metropolitana debilita la cultura ancestral.

EL ADVERSARIO

Los jugadores de Corbiski se ven molestos. El defensor del título sectorial acaba de empatar contra Naranjo Chico, un rival fácil en el papel. Los equipos ni bien han salido de la cancha cuando Alexander López, líder comunitario de Naranjo Grande, anuncia que los juegos ancestrales tendrán su inauguración antes del siguiente partido.

Son una especie de eliminatoria para los Juegos Mundiales de los Pueblos Indígenas, que incluyen múltiples disciplinas, además del fútbol. Cientos de etnias en todo el mundo compiten para seleccionar a sus representantes nacionales. Algo así como el sistema clasificatorio hacia los Juegos Olímpicos. En Panamá se denominan juegos ancestrales y su inauguración coincidió con la liga de fútbol guna.

La primera competencia fue la jabalina. Siguió un tira y afloja de soga, y después una carrera de 100 metros, o atravesar la cancha de fútbol de un extremo hasta una meta calculada con poca precisión. Al día siguiente hubo buceo y canotaje. El año pasado, en Brasil, Panamá ganó medalla de oro en esta competencia de canoas.

Los juegos ancestrales, más que una preparación para las competencias internacionales, reviven la identidad guna, asegura Yudania del Valle, maestra de quinto grado de la escuela de Naranjo Grande en los tres últimos años. Dice que ella y las otras tres maestras hacen todo lo posible para inculcarles nociones culturales a los niños antes de que viajen a la ciudad y lo olviden todo. Asegura la maestra que recordar a los ancestros, aunque sea en juegos, al menos causa curiosidad.

Preguntan, por ejemplo, sobre la revolución. El estallido social guna comenzó por diferencias ideológicas, religiosas y administrativas. Terminó en un alzamiento armado.

Ya desde 1903, cuando Panamá se separó de Colombia, las autoridades gunas abogaban por convertirse en un territorio especial. Quisieron dialogar con las autoridades colombianas. Creían que sería más complicado hacerlo con las panameñas, a quienes consideraban todavía españoles.

Al final conversaron con Manuel Amador Guerrero, primer presidente panameño, quien les prometió buen trato. Poco tiempo después comenzaron las evangelizaciones.

El Gobierno de Panamá se afianzaba con el pasar de los años, al igual que los intentos por “transformar” la comarca. Cada vez eran más frecuentes las expediciones desde la capital, o desde la ciudad de Colón, para influenciar la cultura y la política guna. Hasta que la comunidad se hartó.

Nele Kantule, médico y líder de la isla Ustupu, Aligandí, encabezó el movimiento de identidad y autorrespeto que logró encender la rebeldía guna durante el Carnaval de 1925. Entre el 23 y el 25 de febrero de aquel año se enfrentaron indígenas y policías. Ambos lados llevaban armas. Al final del duelo, la comarca Guna Yala fue reconocida como lo es en la actualidad. Murieron 25 personas.

Ya desde 1903, cuando Panamá se separó de Colombia, las autoridades gunas abogaban por convertirse en un territorio especial.



Los gunas, sin embargo, contaron con ayuda extranjera: el empresario y explorador estadounidense Richard Marsh había visitado la comarca varias veces. Siempre reportó a su país sobre las tensiones culturales y políticas entre las comunidades y las autoridades. Marsh estuvo en Guna Yala cuando estalló la revolución. Incluso en sus exigencias durante el enfrentamiento, los gunas pedían a Estados Unidos establecer un protectorado en el archipiélago, con el visto bueno de Marsh y demás autoridades estadounidenses en Panamá. En esa época el gigante del norte movía fichas sin resistencia en el istmo, y el apoyo foráneo sirvió para cimentar la liberación guna.

Los indígenas aún agradecen los favores estadounidenses. Casi 100 años después de la revolución, intentan aprender inglés tras haber asimilado bien el castellano. Eso sí, la gratitud tiene un límite: en Guna Yala no funcionan franquicias estadounidenses ni de ropa ni de comida.

‘WAGAS’ Y ‘MERGIS’

Viajar a cualquiera de las islas turísticas de Guna Yala es un tremendo plan de vacaciones. Aguas transparentes, arena blanca, mariscos recién capturados, cerveza fría, hamacas entre palmeras, cielo estrellado.

El servicio turístico incluye transporte desde la capital hasta el puerto detrás de la serranía y cubre las tarifas que cobran los gunas por permitir la entrada a su territorio a los wagas (latinos) o mergis (anglosajones), y otra tasa para la circulación de vehículos. También incluye el pasaje del viaje en lancha hasta las islas y los costos de las comidas y paseos a los lugares más fotografiados, como un barco hundido, o un banco de arena cubierto por estrellas de mar.

Uno que otro de los paquetes incorpora una breve visita a algunas de las comunidades. Los turistas se bajan de las lanchas y comienza la sesión fotográfica de los bohíos, mujeres gunas, niños que corren descalzos, de la basura que flota alrededor de la isla y que delata que la vida es muy diferente a la de las áreas turísticas.

La liga de fútbol fractura esa rutina. El pequeño puerto de Naranjo Grande tenía vida aquel domingo que se inauguró la liga. Las muchachas veían a los futbolistas y reían entre susurros. Los portales de las negas estaban colmados, ya fuera por los dueños que querían presenciar el alboroto o por los visitantes en busca de conversación. En las noches los hombres se encontraban en el bohío principal, donde el fútbol dominaba la tertulia. Los sailas -especie de corregidores en cada isla- acompañaban la reunión mientras dormitaban en sus hamacas.

Afuera la gente camina y conversa. No hay electricidad; no hay televisor. La iluminación blancuzca de la isla llega de los faroles con paneles solares. El Estado tiene más de una década dedicado a instalarlos ante la falta de tejido eléctrico. Tampoco se vende licor. Multan a quienes vendan cerveza en las islas que no se dediquen al turismo. La gente mira las estrellas y duerme temprano.

Desde la escuela de Naranjo Grande suenan nasis y gamu purruis, unas maracas hechas con calabazas y una especie de flauta zampoña reducida fabricada con bambú. Los chicos ensayan la danza del ritual de los muertos. El martes por la noche, cuando se inauguren los juegos ancestrales, organizarán un espectáculo de tradición en el patio de la escuela.

Bailan una y otra vez. Dos pasos con el pie derecho, dos con el izquierdo. Pequeños saltos hacia adelante al compás de las nasis. Varios jugadores observan. El baile termina de pronto y se vacía el patio de la escuela. Ya sonó el silbato de las nueve.

JUEGO DE PASIÓN

Llovizna en la comarca y la cancha se moja de nuevo. Juega Cartí Yandub contra Wichubwala. Es un partido de primera ronda, pero bien podría ser la final de la Liga de Campeones de Europa. Pelotas divididas se pelean hasta el final, los porteros vuelan ante los remates peligrosos, disparos fortísimos de zurda y de derecha, regates, pared, topetazos, un cañito aquí, un taquito allá.

Desde las gradas celebran cualquier jugada favorable. La mayoría de los hombres visten de jeans y camisetas de fútbol. Las mujeres alguna blusa o un vestido de mola.

En las cafeterías improvisadas venden salchichas guisadas, hojaldres, café y chocolate. Sobre el mediodía, arroz, lentejas y pollo guisado. Los clientes son los jugadores y el cuerpo técnico de los visitantes.

“Esta liga es nuestro mundial”, dice uno que ya jugó. Está sentado en las bancas para el público.

El sol de mediodía calienta y la cancha mejora. Se enfrentan Nalunega y Akuayala, que en castellano serían algo como la casa del pez contra la tierra de la roca. Faltan dos partidos más para cerrar la fase de grupos. Deben apurar el paso, dice uno que ve el duelo. Cae la tarde y la marea amenaza con inundar la cancha.

La liga terminó el viernes y la ganó Naranjo Grande, el anfitrión. Después de la entrega del trofeo, los equipos regresaron a sus islas. Algunos retornaron a la capital a seguir con su vida fuera de la comarca. Volverán para la próxima liga. Son los códigos del fútbol.

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