Los momentos difíciles pueden sacar lo peor o lo mejor de una persona. Y el 4 de noviembre, de 2020, en el distrito de Gualaca, en la provincia de Chiriquí, quedó en evidencia la solidaridad de su gente, cuando la lluvia que arrojó sobre el país el huracán Eta durante su paso por Centroamérica, dejó a centenares de personas sin un sitio seguro donde estar producto de los deslizamientos de tierra y el desbordamiento de los ríos.
Cayeron 190 milímetros de lluvia por metro cuadrado, lo que equivale en 24 horas a lo que llueve en 15 días. De allí que muchos cerros cedieron al peso del agua y los ríos no pudieran mantenerse en su curso. Este fin de semana se cumplió un mes de aquel desastre, fecha que coincidió con el Día Internacional del Voluntariado, cuando se conmemora el trabajo desinteresado de millones de personas en el mundo.
A diferencia del distrito de Tierras Altas, donde alrededor de una decena de personas falleció, en Gualaca muchas personas lamentan las pérdidas materiales, mas no lloran a sus seres queridos.
Yeliska Barroso, Marcelino Guerra, Vickiana Ibarra y Luis Alejandro Castro son cuatro de las decenas de residentes del distrito, muchos de ellos jóvenes, que se organizaron –como ciudadanos-- para atender la crisis que se vino encima sin ningún tipo de alerta de las autoridades. Todos coinciden en que trabajaron sin bandera política o religiosa y que no habrían podido cumplir la labor que se impusieron sin el respaldo que les dio la comunidad, a pesar de que muchos de sus residentes son gente de muy escasos recursos económicos.
En términos similares se expresa Elena Vargas Samudio, jefa de la Compañía 13 de la estación local del Benemérito Cuerpo de Bomberos --el cuerpo de voluntarios--, quien destacó el hecho de que la entidad trabajó como un solo equipo junto al alcalde y al representante de corregimiento para atender a todas las personas –nacionales y extranjeros-- que resultaron afectadas por el fenómeno climatológico. Por parte de nuestra zona regional se aportaron 31 unidades de rescate más el apoyo de todos los departamentos, dijo Vargas.
Fueron dos semanas de arduo trabajo por el desastre y, según los entrevistas, el más gratificante que hayan vivido.
Las primeras horas
El desastre llegó en horas de la tarde de ese inusual Día de la Bandera –en el que por la pandemia no hubo desfiles, ni fiestas vernaculares propias de las efemérides patrias--; los videos rodaron por las redes sociales, aunque para ese momento la mayoría era de Tierras Altas. Las autoridades y la comunidad pudieron reaccionar hasta la mañana del jueves 5.
Luis Castro corrió a buscar al párroco de la iglesia del pueblo para pedirle permiso de convertirla en un centro de acopio. Al final de la tarde del día anterior y durante la noche se había dado a la tarea de contactar, a través de las redes sociales, a jóvenes amigos y conocidos, también vecinos, para invitarlos a unirse y ayudar. Pensaron inicialmente que su apoyo estaría dirigido a Volcán y Cerro Punta pero pronto se dieron cuenta que había tarea por hacer en su propia comunidad.
En la estación de bomberos el ajetreo también comenzó temprano. Había que organizar la logística del trabajo –labores de rescate y apoyo a los damnificados-- y ver qué necesitarían para hacerlo. Sabían que habían ocurrido deslizamientos de tierra que habían incomunicado varios sectores en la carretera que conduce a la provincia de Bocas del Toro, especialmente en el sector de Quijada del Diablo y Valle la Mina, y que habían personas atrapadas en autobuses y en camiones de carga. Lo sabían porque las personas reportaban vía celular la situación, luego el Cuartel Central corroboraba la información y se despachaban las unidades de rescate hacia la emergencia
“Las personas que pasaban por esta área quedaron atrapadas a raíz de los continuos deslizamientos, pero el segundo día, cuando vieron que la situación se volvía mucho más peligrosa, se vieron obligadas a bajar de los buses, de los camiones que transportaban la carga hacia Panamá y viveversa para caminar por trochas peligrosas y poder llegar hasta un lugar en busca de ayuda”, relató Elena Vargas, la jefa de la compañía de bomberos voluntarios de Gualaca.
Ese día, indicó, también dio inicio a la operación Eta, se llamó a la Fuerza de Tarea Conjunta y, por ende, se activó el Benemérito Cuerpo de Bomberos.
Lo sucedido en Tierras Altas, por la magnitud, acaparaba la atención y las ayudas, así que los dos primeros días el voluntariado local hizo la diferencia, y no solo el de los camisas roja, sino el de los gualaqueños de a pie.
“Poquito a poquito muchos chicos nos fuimos sumando hasta ser un grupo de 35 casi 40 personas”, dijo Luis Alejandro Castro, quien recuerda que la noche de ese jueves el sacerdote le permitió dirigirse a los feligreses durante la misa para pedirles apoyo. A la mañana siguiente, agregó, muchas donaciones empezaron a llegar “y aún siguen llegando bolsas con comida, ropa, y lo que pensé para dos o tres días se hizo mucho más grande”, dijo.
El sábado se dividieron por sector para hacer una recolección por las casas y los carros llegaban cargados, desde un par de zapatos hasta una gran donación, agregó.
Para ese día ya se les había unido el grupo de la pastoral juvenil. Yeliska Barroso es una de esas chicas a la que le llegó el mensaje del grupo por el celular. Ella destaca que también se coordinó con el representante de corregimiento Jorge Cortez, ya que él conocía mucho mejor el área y les podía indicar cuáles eran las áreas que estaban siendo más afectadas y así organizarse con los carros que los llevarían a distribuir la ayuda.
Afirma que después de hablar con Cortez quisieron ir al área de Valle la Mina, la más afectada del distrito, para saber a qué se estaban enfrentando y pudieron observar lo crítica que era la situación; que el derrumbe de la carretera que conecta Bocas del Toro con Chiriquí y el resto del país, y los derrumbes aledaños al área que se seguían ocurriendo mostraban una realidad triste y preocupante. “Las personas, con lágrimas en sus ojos, nos dijeron que eso nunca había pasado, que era algo devastador, que era algo horrible escuchar las crecidas de los ríos”, narró.
Yeliska precisa que en el grupo en el que ella participaba alrededor de 25 personas estuvieron llevando ayudas a las áreas de Fortuna, Soledad, Calabazal, Pueblo Nuevo, Valle la Mina, Gualaquita, Letrero, Londres y otros lugares cercanas a los puntos críticos. Además, después dieron apoyo en sectores de Soloy, San Lorenzo y Cerro Punta. Lo que distribuyeron, remarcó, fue gracias a la ayuda de todo el pueblo, así como de empresas que tienen intereses en el distrito y entidades de gobierno.
Vickiana Ibarra recuerda que el viernes 6 de noviembre, cuando se despertó vio fotos de la calle en Hornito y quedó impresionada porque ese lugar le encanta –por su vegetación, el clima, porque no ha sido muy explotada--, y en la parte donde se dio el derrumbe había una cabaña a la que siempre iba con amistades a tomar café. “Lo primero que se me vino a la mente fue chatearles para saber cómo estaban mis amistades por allá. Gracias a Dios estaban bien pero me dijeron que gran parte de Hornito, los pueblos habían quedado incomunicados. Ya yo había trabajado antes junto con la Alcaldía en varias actividades del día de la madre en Calabazal y La Palma, lugares donde hay personas pobres. Lo primero que se me vino a la mente fue eso [...] esas personas no tienen agua potable, en muchas partes de allá no hay luz, me dio mucha tristeza pensar en lo que podían estar pasando esas personas que ya vivían en una condición muy difícil”, manifestó.
Señala que de inmediato le mandó un mensaje a Luis Alejandro, el coordinador, y le dijo que personas de esas zonas necesitaban comida y agua y que además de los moradores habían personas que iban de paso y que quedaron atrapadas. También necesitaban mantas, productos personales para las mujeres. “Eso me lo habían mandado a decir, por si yo estaba participando de algún grupo que fuera como el contacto”, indicó.
Ella fue una de las que recorrió el pueblo buscando ropa y alimentos secos y reconoce que aunque cargaban puesta su mascarilla, ese día perdieron el miedo a salir y a contagiarse de la Covid-19. Un momento que la marcó fue cuando una señora de una vivienda muy humilde, cuando escuchó para quiénes estaban solicitando donaciones, a pesar de sus limitaciones les dijo “voy a colaborar”.
Hasta de Veraguas llegó ayuda
Mientras en el pueblo comenzaba la recolecta, casa por casa de un grupo de jóvenes. Marcelino Guerra, un cantautor panameño oriundo de Gualaca aprovechaba su contactos con el medio y el apoyo de sus seguidores para ayudar. “En el medio artístico tenemos muchas amistades y empezaron a escribirme que como estábamos, que cómo podían ayudar”, dijo y como la situación de pandemia no permitiría a todo el mundo salir de su casa a donar y era imposible poner un carro a recoger donaciones por todas las provincias abrió una cuenta bancaria y lo publicó en Instagram.
“Yo perdí la cuenta de cuánta gente compartió esa cuenta, perdí la cuenta de cuánta gente donó, fue algo increíble, la gente estaba apoyando con la más bonita de las intenciones, recibimos apoyo de todas las provincias, desde un dólar en adelante, hasta de Darién nos llegaron donaciones”, relató Marcelino, quien en varias ocasiones remarcó que él solo fue un canal, que todo fue posible gracias a los que colaboraron.
Precisó que una primera entrega la llevaron hasta la escuela de Chiriquicito, camino a Hornito, porque todavía no habían despejado las zonas en las que había derrumbes, y de ahí una persona de la comunidad se encargó de entregarla a las familias más afectadas: “Iban como 500 pampers, quintales arroz, mucha agua y mucha leche para los bebés”. Al día siguiente, recuerda, fueron con el alcalde de Santiago, Samid Sandoval, y todo su equipo –que se movilizó a Chiriquí--, hasta la comunidad de Hornito. Se entregó al corregidor un camión repleto de cosas donadas por el pueblo de Santiago de Veraguas.
El lunes siguieron llegando las donaciones a la cuenta, algunas afirma el cantautor, eran hasta más grandes que al principio. Decidió no cerrar la cuenta porque existía el temor de que la tormenta que sucedió a Eta volviera a golpear el país y con ello agravar la situación de mucha gente. Gracias a Dios no sucedió, dijo Marcelino, y como me estaban llegando mensajes de la comarca Ngäbe Buglé, donde no había llegado tanta ayuda, el padre Eusebio fue a buscarlas y se la llevó a las comunidades que la necesitaban. “Fueron aproximadamente $1,500 a $1,600 que se donaron en insumos: arroz, leche, frijoles, avena, de todo un poquito para toda esa gente que estaba afectada”.
En horas de la noche del 6 de noviembre llegó a la iglesia Nuestra Señora de los Angeles una familia preguntando si podían ayudarlos. Le prepararon una bolsa de comida, le dieron ropa y agua. Una vez estuvieron en la casa que los albergaría la familia le dijo a los jóvenes que habían sido desalojados por precaución, que solo tenían lo que cargaban puesto y que no tenían dónde pedir ayuda.
Elena Vargas: ‘El trabajo de los voluntarios fue titánico’
Por parte de la zona regional del Benemérito Cuerpo de Bomberos se aportaron 31 unidades de rescate, precisó la jefa del cuerpo de voluntarios de Gualaca, en la que participan 16 hombres y mujeres.
Explica Vargas que en las mañanas, cuando llegaban los rescatistas, todo ese grupo de personas, más los compañeros de Gualaca, se encomendaban a Dios antes de salir hacia el lugar donde les tocaba rescatar a las personas que estaban atrapadas o varadas, a las cuales trasladaban hasta la estación. “Allí comenzó la labor loable de todo el voluntariado”, indicó. Atendieron a al menos 49 personas, tanto nacionales como extranjeros, adultos mayores, hombres, niños y hasta embarazadas. Les daban comida, frazadas y una estadía momentánea. Los llevaban a un lugar donde ducharse y les conseguían ropa para cambiarse. “Muchos lo habían perdido todo”, afirma.
Las personas que eran rescatadas se quedaban allí hasta que llegaran los autobuses de las líneas de transporte Panamá-David y Bocas del Toro-Panamá quienes apoyaron haciendo los traslados hacia la ciudad de David.
“Una de las cosas que me llamó poderosamente la atención fue la solidaridad del pueblo de Gualaca, que al ver que llegaban tantas personas necesitando ayuda, comenzaron a mandarnos comidas preparadas, las panaderías aportaban panes, nos mandaban crema, café; familias llegaban con sopa [...] hubo comida para darle a todas las personas que llegaron, más los rescatistas, hubo hasta para nosotros, porque no teníamos suficientes manos para ir a prepararnos nada, porque estábamos en las labores de atención a todos los que allí llegaban”, narró con emoción contenida Vargas.
“Si Dios me diera la oportunidad de nuevo de participar en un evento de esa magnitud lo haría sin dudarlo, y creo que todo el personal [los bomberos] lo haría. Estoy muy agradecida con los bomberos voluntarios y la comunidad en general, con todos los que nos apoyaron para ayudar a los más necesitados en ese momento”, reflexionó la jefa del cuerpo de bomberos voluntarios.
El distrito de Gualaca tiene una superficie de 625.8 kilómetros cuadrados y una población estimada al 1 de julio de 2020 de 10 mil 433 personas. El área es una mezcla de tierras para la agricultura y el pastoreo de ganado, así como áreas de reserva natural por la presencia de la hidroeléctrica Fortuna.