Salvó muchas vidas. Hoy es un héroe en el olvido que vive entre cuatro paredes a punto de desplomarse de un viejo caserón, ubicado en la avenida Justo Arosemena del corregimiento de Calidonia.
El mundo supo de él en mayo de 2007, cuando denunció en el Ministerio de Salud que en el mercado local había pastas de dientes que contenían el tóxico dietilenglicol. En Panamá había motivos para tenerle terror a esa sustancia, debido a que un año antes (2006) fue mezclada con jarabes para el resfriado en la Caja de Seguro Social, y el resultado fue trágico: cientos de muertos y enfermos.
La identidad casi secreta de este valiente hombre es Eduardo Arias, quien prefiere pasar inadvertido todos los días camino a su trabajo en el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (Miviot) y también de regreso a la humilde vivienda que arrienda desde hace 20 años. Quizás esa es la vida que prefieren algunos defensores del mundo.
Arias nació en la isla de Ustupu, localizada en la comarca Guna Yala, donde los índices de desnutrición afectan a más del 50% de la población infantil y el acceso a las instalaciones de salud es difícil.
Como muchos niños quería ir a la escuela, razón por la cual asistió a un colegio primario en su comunidad, pero a los 12 años todo se complicó porque en el sitio no había escuela secundaria. Ya era diestro en artes como la pesca, agricultura y navegación. “Como todos en Guna Yala, debemos tirarnos al agua, yo también lo hice, pero también quería seguir estudiando”, sostiene.
No obstante, tomó el riesgo de viajar a otro destino en la comunidad de Narganá. En esa área estuvo tres años aprendiendo en el centro escolar Félix Esteban Oller, y culminó estudios secundarios en el Instituto Nacional en la ciudad de Panamá.
Pero en 2007, su vida cambió cuando la revista Times lo colocó como una de las 25 personas más importantes del mundo.
En esa lista estuvieron el beisbolista Barry Bonds, las artistas Miley Cyrus y Britney Spears, el expresidente de Francia Nicolas Sarkozy, Vladimir Putin, presidente de Rusia, y Barack Obama, mandatario de Estados Unidos, entre otros.
En mayo de ese año, Arias estaba de vacaciones y uno de esos días decidió que quería un disco compacto. Se levantó temprano y caminó desde su casa en la avenida Justo Arosemena hasta la avenida Central.
Una vez en la famosa peatonal comercial, las ofertas de productos le inundaron su vista y sus oídos, aunque él ya sabía dónde encontraría el disco de baladas que buscaba. Algo de José José o quizás Juan Gabriel.
Comenzaba el invierno junto a las primeras lluvias de la temporada, por lo que una vez hizo la compra decidió refugiarse en otra tienda en la que los productos siempre estaban en ofertas. En ese local, una buena parte de lo que se ofrece ni siquiera supera el dólar.
Fue entonces cuando se encontró en frente una pasta de dientes que costaba 0.59 centésimos, y como la suya estaba por agotarse pensó en comprarla. Sin embargo, como experto en temas ambientales y fiscalización, siempre observa la fecha de caducidad del producto y su registro sanitario.
También acostumbra a ojear los componentes de los alimentos. Eso lo llevó a leer cada detalle de la crema dental y una palabra le llamó la atención: dietilenglicol.
A finales de 2006 y principios de 2007, esta sustancia que pocos conocían en Panamá se hizo famosa porque en los laboratorios de la Caja de Seguro Social la mezclaron con cuatro medicamentos, luego de que fuera importada desde China como supuesta glicerina. La glicerina es usada para darle consistencia a ciertas medicinas, mientras que el dietilenglicol es empleado industrialmente como refrigerante de automóviles, y su consumo es mortal.
En el país, esa tragedia causó cientos de muertes y personas enfermas. Las autoridades hablan de 3 mil denuncias de personas afectadas, mientras que las organizaciones defensoras de los pacientes que consumieron medicinas, como el Comité de Familiares de Víctimas con Derecho a la Salud, dicen que fueron 16 mil personas, entre fallecidos y afectados.
Todavía sigue muriendo gente. Las cifras oficiales indican que cada año dejan este mundo entre 20 y 25 personas que en 2006 consumieron medicamentos envenenados, por problemas renales o nerviosos. En lo que va de 2016, han fallecido 19 personas por secuelas de la intoxicación.
Conociendo la magnitud de la desgracia que causó el dietilenglicol, el funcionario del Ministerio de Vivienda decidió comprar la pasta de dientes y la llevó a su casa donde la conservó por dos días. En esas 48 horas, los noticieros solo hablaban del envenenamiento masivo y del químico mortal. Eso lo llevaba a mirar el dentífrico y pensar a quién llevarla para que fuera analizada.
Al tercer día de su terrorífica compra, optó que lo correcto era entregarla al Centro de Salud de Santa Ana. Allí estaban los expertos, quienes posteriormente llevarían el producto a sus superiores en la sede del Ministerio de Salud. Arias se desentendió de todo y pensó que había cumplido.
Cuatro meses después, lo abordaron corresponsales del New York Times porque había “salvado al mundo”. Luego de esta denuncia, las pastas envenenadas fabricadas en China fueron retiradas de los estantes de 34 países desde Vietnam hasta Canadá, tras comprobarse que la cantidad de la sustancia tóxica en el producto generaría males renales y neurológicos. Es decir, el mismo efecto que los medicamentos contaminados con dietilenglicol crearon en Panamá.
Eso le valió a este hombre aparecer en las portadas de los más importantes diarios internacionales, nacionales, e, incluso, recibir un reconocimiento por parte de la Alcaldía de Panamá como un ciudadano ilustre para la ciudad capital.
“Nunca recibí dinero por esto y nunca lo pedí, porque sentí que era mi deber. Luego me enteré de que el New York Times logró un premio Pulitzer por esas publicaciones, y para mí, eso es un gran logro”, señala Arias desde una vieja silla de madera.
Durante casi esta década y después del envenenamiento masivo en la Caja de Seguro Social, Arias continuó en el anonimato y pagando 100 dólares mensuales en su viejo cuarto. Allí, a sus 60 años, comparte un baño con los demás inquilinos y transcurre sus días mientras espera su jubilación en 2018. “Era lo mismo que hacía antes de 2007”, narra.
OTRAS GESTAS
Cuando aún contaba con 18 años, Arias obtuvo una beca por tres años para estudiar agronomía en la Universidad Marta Abreu de Las Villas en Cuba, también viajó a Costa Rica y se especializó en planificación de áreas protegidas.
En 1985, ingresó a la Unidad de Medio Ambiente del Ministerio de Vivienda, donde inicia su labor altruista, ya que a él llegaban desde la desaparecida Autoridad Nacional del Ambiente -ahora Ministerio de Ambiente- los estudios de impacto ambiental para que verificara si un proyecto de construcción cumplía con el uso de suelo o zonificación.
Es decir, debía comunicar a los funcionarios del Ministerio de Ambiente si un promotor plasmaba información falsa en el estudio de impacto ambiental sobre el uso de suelo o zonificación en que se levantaría una obra. Eso evita que en una zona en la que solo había viviendas unifamiliares o bosques se levantaran grandes edificaciones o rascacielos.
Precisamente, la documentación falseada en los informes ambientales y las anomalías en los cambios de zonificación son temas que tienen hoy día en alerta a la sociedad civil organizada y a varias comunidades.
“Todavía hay muchos promotores irresponsables”, denuncia el guna de 60 años.
Desde su oxidado balcón, reconoce que se olvidaron de él, pero no es algo determinante en su vida. Mientras que sobre su gesta, en la que evitó un posible envenenamiento de escala mundial, manifiesta que el mundo tampoco le debe nada.
Casi a oscuras y a la espera de que la energía eléctrica alumbre su antiguo caserón, algo que sucede generalmente a las 7:00 p.m., este hombre no se considera alguien sobresaliente ni influyente, como fue nombrado. “Estoy seguro de que otra persona hubiera hecho lo mismo”, asegura Arias, quien desea pasar su jubilación en su natal Ustupu, donde comenzó su historia de superhéroe.