El salvaje tapón de Darién fue testigo, el pasado 20 de septiembre de 2022, de un capítulo aterrador y trágico: tío y sobrino, ambos con un impacto de bala en la cabeza, yacían a orillas del río víctimas de un robo, durante la mayor ola migratoria que había experimentado Panamá.
Se trataba de Argenis Portillo y Yurvis Caridad, de seis años, quienes salieron el 12 de septiembre de Maracaibo, Venezuela, con el objetivo de llegar a Estados Unidos, como lo hicieron unos 150 mil de sus compatriotas el año pasado. Antes debían superar el desafío de la región de Darién, 5 mil kilómetros cuadrados de junglas, ríos y montañas.
La dura travesía de ambos, luego de cruzar el vecino país de Colombia, comenzó el 16 de septiembre, junto a otros 18 familiares, no obstante, cuatro días después, el 19 de septiembre, algunos ruidos extraños y luces entre la densa selva llamaron la atención de Portillo, quien tenía experiencia policial en su país natal.
La lluvia no cesaba, pero aquel día el venezolano corrió con suerte. “Recuerdo que encontré dos libras de arroz en el río y tenían mal olor, pero de igual forma lo lavamos bien y lo hicimos para alimentarnos. Comer un arroz en la selva es como comerse un caviar. Entonces preparamos el arroz con un atún”, contó.
Ya en la madrugada del 20 de septiembre, específicamente a las 5:30 a.m., la caravana de migrantes, en la que había unas 100 personas, comienza a levantar el campamento para seguir con su camino y luego de atravesar uno de los peligrosos ríos de la zona se encuentran con una persona, quien les advirtió que en el área estaban robando y agrediendo sexualmente a las mujeres.
Portillo tomaba de la mano a su pequeño sobrino Yurvis, ya que el papá del menor de edad, Danyelo Caridad, llevaba consigo a una niña. Cuenta el suramericano que en ese momento escuchan las detonaciones y los nervios, el susto y la tribulación se apoderaron del lugar.
Con el caos reinando, el suramericano tomó a su sobrino de los brazos y allí una de las balas alcanzó al menor de edad en la parte izquierda de su cabeza, mientras que a él el disparo le alcanzó la parte frontal de su rostro.
A ambos el grupo de delincuentes les dio por muertos y llevó al resto de la caravana migratoria a la parte alta del río, donde les sometieron, robaron y agredieron sexualmente a las mujeres.
Así describe el hombre la escena: “los delincuentes nos daban por muertos, bueno, de hecho, mi sobrino estaba muerto, pero yo estaba con vida. Yo escucho los gritos, los insultos y ya cuando estaban terminando de llevarse a la gente [migrantes] hacia una montaña, se acuerdan de nosotros y bajan para deshacerse de nuestros cuerpos”.
En vista de que los malhechores retornaron, a Portillo le tocó hacerse el muerto, mientras lo cargaban, junto a su sobrino, y los tiraron aproximadamente a 40 metros del río por un acantilado. Poco a poco el lugar va quedando en silencio y después de 10 minutos, el hombre, casi moribundo, consecuencia del impacto de bala, decide abrir sus ojos.
Lo que vio aún no lo olvida. “Había restos de cadáveres de personas y osamentas. Me tiran a mí y me lanzan a mi sobrino y me lo ponen en la parte del pecho, pero yo continúo sin respirar porque siento que están a mi alrededor”, manifiesta el hombre.
Esto es a lo que organismos como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) denomina subregistros o “informes anecdóticos”, los cual significa que gran cantidad de personas migrantes fallece en esta ruta y sus restos nunca son recuperados, por lo que las cifras presentadas, por determinado país, probablemente reflejan sólo una pequeña fracción del verdadero número de vidas perdidas, en este caso Darién.
Doloroso viaje
En medio de la selva, con un disparo en el rostro y rodeado de cadáveres, Portillo tomó la decisión de cargar el cuerpo de su sobrino en sus hombros, camina en dirección al río y se lanza para dejarse llevar por la corriente.
Así se fue río abajo durante unos dos kilómetros, hasta que decidió salir para tomar algo de aire y descansar. También el dolor de su herida le ponía a dudar sobre si podía seguir o no su rumbo.
De hecho, en su trayecto recuerda encontrarse con algunas personas migrantes, pero le negaron ayuda al ver su rostro hinchado y desfigurado. “No los culpo porque sentían miedo al ver mi rostro como estaba hinchado y que llevaba un niño fallecido en mis hombros”, subrayó el venezolano.
Debido a que nadie le socorre, el migrante continúo caminando por alrededor de seis horas, hasta que llegó a un lugar en la que se encontró con dos indígenas emberá y varios agentes del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), que resguardan la peligrosa zona selvática.
Allí, a unas pocas horas de Bajo Chiquito, primera comunidad donde llegan los migrantes una vez pasan la selva, Portillo les explicó lo acontecido y les dijo que atrás había personas secuestradas. También les informó el nombre de su sobrino y le contó detalles de lo sucedido. Por su parte, los agentes de Senafront les dieron primeros auxilios, mientras llegaba un helicóptero que los evacuaba del sitio.
Una vez es evacuado del área, Portillo es llevado al Hospital del Chepo y posteriormente al Hospital Santo Tomás, donde permanece ocho días, mientras se recupera de sus heridas. El cuerpo del menor de edad queda a órdenes de la Fiscalía de Darién y su hermano, luego que sale de la selva, es llevado al área de Santa Fe, en esa misma provincia.
Cuando fue dado de alta, el migrante venezolano se reencuentra con su hermano el 29 de septiembre y acude a declarar a la fiscalía. Hasta ese momento, las autoridades del Ministerio Público no le habían permitido identificar el cuerpo del pequeño Yurvis y lo único que le decían era que como se encontraba en la morgue de La Palma no los podían llevar porque las lanchas estaban ocupadas en diligencias.
Mientras esperaban noticias de la fiscalía, los familiares del niño decidieron salir a Santa Fe el 5 de octubre a pedir dinero, para las honras fúnebres. Su plan era recaudar $950 para incinerar el cuerpo del menor de edad y seguir su camino a Estados Unidos, como estaba previsto desde un principio desde que salieron de Venezuela, aunque lograron recaudar $265.
Finalmente, un sacerdote de la zona les ayudó a tener acercamientos con otras personas de la provincia de Darién y pudieran recabar el monto que buscaban. Así las cosas, el 8 de octubre pudieron pagar el dinero a una funeraria, para incinerar el cuerpo del menor de edad.
“Luego de 18 días, la Fiscalía de Darién no nos había permitido reconocer el cuerpo de mi sobrino y cuando decidieron entregar el cuerpo para su cremación decidieron darlo pero a la funeraria. Es decir, nosotros nunca lo vimos”, explicó.
Con las cenizas del niño en mano, la familia de migrantes venezolanos siguió su marcha hacia América del Norte, cruzando Costa Rica, luego Nicaragua, hasta que llegaron a Guatemala, donde interrumpen su viaje debido a medidas adoptadas por Estados Unidos, para controlar la migración hacia ese país, durante octubre de 2022.
Como se recordará, entre noviembre y diciembre del año pasado, cientos de migrantes retornaron a Panamá, luego de la decisión Estados Unidos, para tomar vuelos de regreso voluntario a Venezuela. Entre ese grupo estaba la familia del pequeño Yurvis, quienes ya desde Guatemala traían un mal presentimiento, puesto que en el acta de defunción del menor de edad decía que había muerto el 7 de mayo del 2022, cuando el suceso ocurrió el 20 de septiembre, es decir, cuatro meses después.
La amarga llamada
Estando de vuelta en Panamá, adoloridos por la pérdida del niño y truncados sus sueños de ingresar a Estados Unidos, tanto los padres como el tío del menor toman vuelos, entre el 15 y 18 de noviembre, y regresan a su natal, Venezuela.
Sin embargo, el 21 de noviembre reciben una llamada por parte de la Fiscalía de Darién, en la que agravan ese cúmulo de dolor que vienen cargando desde aquel fatídico 20 de septiembre cuando asesinan a Yurvis.
Su tío lo recuerda como si fuera hoy: “mi hermano [Danyelo] recibe una llamada de la Fiscalía de Santa Fe de Darién para pedir disculpas porque hubo una confusión en la cremación del cadáver del niño y nos pedían que enviáramos las cenizas que nos entregaron debido a que correspondían a otro cuerpo, y su familia lo estaba reclamando en Panamá”.
En aquel momento, las autoridades del Ministerio Público le ofrecieron al padre del menor que costearían su viaje a Panamá, pero el progenitor no quería venir solo. Deseaba que lo acompañaran su esposa y su hermano, quien estuvo con el niño, durante su fallecimiento.
Ante la negativa de las autoridades panameñas, la familia de venezolanos realizó varias diligencias en su país, para completar el dinero de los demás pasajes que hacían falta, lo cual pudieron hacerlo en febrero de este año, puesto que su condición económica no es la mejor en Venezuela.
Ahora también afrontan un problema de ingreso al país, puesto que ellos llegaron el año pasado como migrantes irregulares. “Nosotros lo único que pedimos es poder volver a Panamá por el cuerpo de mi sobrino, para traerlo a Venezuela. Nada más”, clama desde Sudamérica Portillo.
Consultado al respecto, el Ministerio Público informó que se abrieron dos investigaciones por este caso, una penal y otra administrativa. Esta última terminó con la destitución de dos funcionarios de la Fiscalía de Darién y en la penal se busca determinar si hubo incumplimiento de deber del servidor público.
Además, informaron que realizan colaboraciones, con otras entidades, para lograr los trámites que permitan el ingreso de los familiares del menor de edad a Panamá, con el fin de retirar el cuerpo, que aún sigue en la morgue.
En tanto, el Servicio de Migración subrayó que se está coordinando el ingreso de los familiares de Yurvis a Panamá por la vía diplomática.
Mientras eso ocurre, su tío desde Venezuela aún tiene presente aquella vez que venció a la muerte en la espesa selva de Darién y en la que a pesar de su condición, ese día de septiembre, no paraba de rezar y pedir perdón a Dios.
A su vez, sufre la pérdida de su amado sobrino, inseparable durante la travesía por la selva, y reconoce que aquella vez, en medio del río, pensó que no sobreviviría, para contarlo.
Ahora lo embarga una interrogante que llevará de por vida en su memoria, sobre los últimos momentos que vivió con su sobrino, antes de que ocurriera la tragedia. “Dos días antes de su muerte, él no prestaba atención ni a las piedras ni a los ríos ni a nada, solo quería contar con su mano izquierda. Solo Dios sabe qué era lo que contaba. Lo amaba”.