En el invierno de 1970 entré por primera vez a la serranía del Tabasará con mi baquiano Fabio Bernal. Siempre dependo de mis baquianos para que me llevaran y trajeran por las selvas, ríos y serranías.
Tras un durísimo día de subir y bajar cerros, anochecía cuando llegamos al caserío guaymí de Cerro Plata, Veraguas. Era tiempo del “junito”, pues las cosechas fracasaron por la sequía. No se conseguía arroz. Una humilde señora, viuda y con tres niños, nos dio posada en su ranchito facilitándonos dos cueros de vaca para dormir en el suelo.
De comida solo nos quedaba una lata de Corned Beef que los niños miraban con hambre. Ella nos dijo que de comer solo le quedaban unos frijoles que mezcló con la carne en lata y un musgo que trajo de las piedras del río Cobre y que dijo nos haría sentir como si hubiéramos comido cuatro platos de arroz. Así fue.
Al otro día fui al río a ver de donde ella sacó el musgo y fotografié unas vacas y caballos que, como no había pasto, metían la cabeza dentro del agua para rumiar las piedras donde se creía. Una epidemia de tosferina azotaba el caserío, donde habían muerto 13 niños. Nunca había visto morir criaturas así, ni pensaba que ello sucediera en Panamá en el siglo XX.
Esa noche, como no podía dormir, caminé entre los ranchitos viendo entre los palos de las paredes a las mamás consolando en brazos a sus niños, mientras ellos tosían y fallecían. Le dije a Fabio que partiríamos al amanecer, rumbo al caserío más cercano con una radio y pedir una avioneta que nos llevase a Santiago. Este llano era Buenos Aires, donde un comerciante chino tenía una radio.
Partimos al amanecer y bajo la lluvia. Caminamos día y noche por angostos caminos, resbalosas trincheras por donde corrían torrentes de agua y donde nos topamos con culebras que podíamos detectar por la malicia de los caballos y los focos de manos. Cruzamos muchas quebradas y ríos. El más peligroso el Cañazas, pasamos cerca de una gran catarata y con el agua al pecho. A mediodía, alcanzamos Buenos Aires. El comerciante, muy atento, nos dio posada, comida y por radio llamó a Santiago. Al siguiente día, la avioneta de Aerolíneas Cantú nos dejó en Santiago.
Fui a hablar con el jefe médico de Veraguas. Su secretaria me hizo esperar horas. Al entrar le digo: “Doctor, me llamo fulano de tal, soy jefe de Asuntos Indígenas de Digedecom [Dirección General para el Desarrollo de la Comunidad], acabo de bajar de la serranía y he visto morir de tosferina a 13 niños”.
Aunque lo tenía enfrente, el médico me miraba, pero no me veía. Acerqué mi silla a su escritorio y le dije: “Doctor, han muerto niños en las montañas, de tosferina. “¿Qué puede hacer?”. Me dice: “Esa es la vaina de estos indios. Siempre se andan muriendo de una vaina u otra. Ellos bien saben que solo tienen derecho a dos giras médicas: la de invierno y la de verano. Ya la de invierno pasó, así que se jodan”. No podía creer que este médico fuera tan indiferente a la muerte de estos niños.
Salí sin saber qué hacer ni dónde ir, súbito me topé con un amigo periodista, Danilo Caballero, a quien me dijo que fuera a ver a monseñor Martín Legarra, obispo de Veraguas. Fui al obispado, me atendió monseñor en persona. Le expliqué la situación y él me dijo: ¿Por qué me cuentas eso a mí? “Dile al médico”. Le dije que acababa de ver al jefe médico y que me dijo sobre los indígenas. Monseñor movió la cabeza y súbitamente me preguntó si yo había hablado por la radio.
Le dije que jamás, pues era muy tímido. Me dijo que fuera esa noche a Radio Veraguas, donde enseñaban a leer y a escribir vía la radio, y entrevistaba a visitantes. Los receptores que estaban en las comunidades habían sido donados por los obispos alemanes.
Esa noche, el que dirigía el programa de alfabetización, con el método Freire, dice: “Y ahora tenemos un invitado especial, quien va a contarnos lo que ha visto en la serranía”. El nerviosismo que sentía se desvaneció tan pronto tomé el micrófono. Me invadió una gran paz y lucidez y pude detallar mis impresiones de la epidemia de tosferina en Cerro Plata.
A los días, un helicóptero de la Guardia Nacional llevó una misión médica a la serranía. Me di cuenta del gran poder de los medios. En esa época, la radio era la única forma de entrar a las montañas. Este evento en la serranía, hace 55 años, marcó un capítulo de andar antropológico.
En adelante, me enfocaría en los derechos indígenas, la seguridad de la tenencia de la tierra, en el establecimiento de las comarcas y la autodeterminación de estos pueblos. Me leería casi toda la legislación indigenista del Panamá colonial, colombiano y republicano. Leyes expedidas por los padres de la patria y los intelectuales, desbordantes en desprecio hacia el indígena. Leyes que los califican de salvajes y como menores de edad.