En el año 2014, John Kerry, entonces secretario de Estado del gobierno de Barak Obama, impulsó la realización de una conferencia mundial sobre los océanos con la finalidad de enfrentar los desafíos ambientales, así como procurar el desarrollo sostenible de este gigantesco ecosistema. Esa conferencia se denominó Our Ocean.
Como una demostración de la fuerza, de las convicciones y del compromiso con un mundo mejor, las conferencias continuaron anualmente, aún cuando Kerry ya no era secretario de Estado y el gobierno de Estados Unidos, liderado por Donald Trump, perseguía otros fines.
Según la programación de las conferencias, la octava se debía realizar en el año 2021 en Panamá, pero la pandemia de la covid-19 retrasó esta posibilidad hasta la actualidad.
La importancia de esta clase de conferencia internacional no debe ser subestimada, ya que ha generado un importante punto de encuentro en el que participarán unos 190 países, organismos internacionales, empresas privadas, instituciones académicas, activistas y ciudadanos que colaboran activamente para resolver los problemas que enfrentan los océanos. Este mecanismo de acciones voluntarias persigue la creación de una masa crítica de buenos actores que genere un cambio significativo en el estado de situación.
El gobierno de los océanos
Durante los últimos 500 años, a medida que la tecnología del transporte y las telecomunicaciones produjo el encuentro, a veces violento, entre civilizaciones, se hizo necesario establecer reglas para la gobernanza de los mares. Al principio fueron reglas muy débiles, ya que por intereses geopolíticos o simple piratería, las naciones poderosas infringieron estas reglas.
En la segunda mitad del siglo XX, con la creación de la Organización de Naciones Unidas, se fue articulando un régimen mundial para los océanos enfocado en la equidad del acceso a las vías marítimas y al ejercicio soberano sobre el espacio marino para el disfrute económico del país con dominio jurisdiccional. Dos panameños muy visionarios, el geógrafo Ángel Rubio y el jurista Jorge Illueca, contribuyeron tempranamente con muy valiosos aportes a lo que se denominaría el derecho del mar. La obra cumbre de este paradigma fue la Convención de Naciones Unidas de Derecho del Mar de 1982.
La convención tuvo sus detractores, entre estos, Estados Unidos, que no la ratificó. Por otra parte, hubo un cuestionamiento hacia el régimen abierto del uso de los océanos, porque omitía tomar en cuenta las realidades ambientales de la contaminación, la sobrepesca y en especial el cambio climático.
El 90% del espacio vital en este planeta está en los océanos. Esto los hace el ecosistema fundamental para la vida, sobre todo como el gran generador de oxígeno, el gran productor de alimentos y el gran regulador del clima, además de otros servicios fundamentales como el transporte, el turismo, la salud y el comercio internacional. La gestión de los océanos está fragmentada en una multiplicidad de instituciones con una enorme variedad de legitimidad y capacidad de implementación. Existen enormes vacíos sobre temas como los residuos plásticos, el abuso de los recursos marinos costeros o la protección contra desastres.
Dado que ningún país puede por sí mismo resolver los desafíos antes mencionados, se necesita la acción colectiva de gobiernos, empresas y sociedad civil, para empujar al mundo hacia una agenda común para proteger los océanos. Este es un mecanismo imperfecto con serias debilidades, pero es lo que ha permitido acelerar las acciones para proteger los océanos. Los otros foros como la Organización Marítima Internacional (OMI), la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) o las conferencias de Naciones Unidas, avanzan a otro ritmo.
Un futuro incierto
En el océano Pacífico hay una isla flotante de basura plástica que supera 1.6 millones de km2, más de 21 veces el tamaño de Panamá. En otros océanos hay islas más pequeñas que, en su conjunto, están envenenando a toda la vida marina y, por ende, a todos los seres vivientes que dependen de los océanos. Unos 3 mil millones de seres humanos coexisten regularmente con los océanos. Su dependencia no es solo su comida, sino también su vivienda, su trabajo o su transporte.
Más del 70% de la economía panameña depende del sector terciario, cuyo fundamento es la logística anclada en un sistema de puertos en dos costas, el Canal de Panamá y las zonas francas, junto con el turismo dependen en gran medida de la salud de los océanos. En Guna Yala, ya el ascenso del nivel del mar, por efecto del cambio climático, ha provocado la mudanza obligatoria de decenas de familias, mientras que en Chiriquí, la intrusión marina ha aumentado la salinidad de las aguas de varios ríos, lo que ha perjudicado la producción de frijoles, y otros comestibles cultivados a nivel del mar. Poblaciones en Puerto Armuelles, Parita, Puerto Caimito, Juan Díaz, Portobelo o parte del litoral de Bocas del Toro también peligran.
A más largo plazo, 30 a 50 años, se habrán derretido partes del Polo Sur, así como gran parte de las zonas heladas de Groenlandia, Canadá, Rusia, Noruega, Finlandia, Suiza, Estados Unidos, Argentina, Chile y Colombia, entre muchos otros lugares. El ascenso del nivel del mar significa un peligro para los océanos y para la gente. Si los océanos pierden capacidad en generar oxígeno por el envenenamiento masivo de especies marinas, causado por la contaminación, y a la vez pierde la capacidad de regular el clima por el derretimiento de capas de hielo en todo el planeta, el futuro de la humanidad estará en peligro.
El esfuerzo de Our Ocean es un tributo a los hombres y mujeres, que a través de las generaciones, han puesto un granito de arena para salvar a los mares del mundo. Ahora toca hacer mucho más que todas esas generaciones anteriores.