Leonardo Rodríguez, yerno de Elías González, de 85 años, revive el ataque que sufrió su suegro el pasado lunes en Changuinola, Bocas del Toro, cuando un hombre lo golpeó brutalmente.
La historia es estremecedora: Franklin Quintero, el agresor, se había ganado la confianza del anciano apenas una semana antes, al ofrecerse para realizar pequeñas labores de jardinería. Y en la mañana del ataque, después de aceptar un café, Quintero aprovechó un instante de distracción de su anfitrión para golpearlo en la cabeza con una llave de tubo. Eran las 6:30 a.m., y lo que pudo haber sido una jornada pacífica se tornó en una lucha por la vida.
El silencio de la mañana fue interrumpido por los golpes. Un vecino, alertado por el ruido, acudió a la casa y halló al anciano tirado en el piso, ensangrentado. Quintero, en un intento de manipulación, intentó convencer al testigo de que el anciano se había “caído”.
Sin embargo, el vecino no tardó en alertar a otros, quienes lo persiguieron hasta detenerlo en una esquina cercana. Más tarde, la familia de la víctima descubriría, con horror, que Quintero tenía antecedentes criminales: cuatro supuestos homicidios previos.
“A mi suegro le tomaron 25 puntos en la cabeza y tiene hematomas en la espalda y el cuello”, cuenta Rodríguez. La familia se encuentra en shock al enterarse de los antecedentes de Quintero.
Para la hija de la víctima, única en su familia, el viaje a Changuinola fue desgarrador. “Estuvo en la audiencia de imputación el día martes, viendo al hombre que casi mata a su padre”, dice Rodríguez.
Los días que han seguido al ataque han sido de incredulidad y preocupación. La idea de que alguien con un historial violento tan amplio haya podido acercarse a su suegro sin restricciones es algo que Leonardo no logra comprender.
“Una persona así debería estar recluida en un centro psiquiátrico”, dice con tono de frustración. La familia teme que, si Quintero es condenado solo por intento de homicidio, pueda volver a salir en libertad en unos pocos años, dejando abierta la posibilidad de que ataque nuevamente.
En el pequeño pueblo de Changuinola, el ataque ha dejado a la comunidad en estado de alerta. Los vecinos, que apenas conocían a Quintero, se encuentran ahora con la cruda realidad de que un asesino en serie vivía entre ellos, pasando desapercibido.
Para Leonardo Rodríguez y su esposa, el dolor de ver a su padre herido y la incertidumbre de la justicia en un caso tan brutal los persiguen. No hay certezas de que el peligro haya terminado, pero la familia guarda la esperanza de que las autoridades tomen las medidas necesarias para proteger a otros.
Los casos anteriores
En 2007, La Prensa publicó varios reportajes sobre la historia del agresor. Franklin José Quintero, un indígena que entonces tenía 32 años y una desconcertante trayectoria que sorprendió a las autoridades de Changuinola.
Su origen y verdadera identidad eran inciertos, y aunque aparentaba tranquilidad, había sido vinculado con crímenes violentos. La Policía Técnica Judicial y la fiscalía enfrentaron dificultades para esclarecer su historial, pues el acusado utilizaba múltiples identidades, lo que añadía confusión a su registro criminal.
María del Carmen Salazar, quien conoció a Quintero en su adolescencia, describe un cambio sombrío en su comportamiento. Inicialmente, parecía un joven inofensivo, pero pronto mostró señales de una inclinación violenta, obsesionado con dibujar escenas de violencia en un cuaderno. Su primera víctima presunta, el exesposo de Salazar, desapareció misteriosamente, y otros incidentes posteriores involucraron ataques a personas cercanas, pero los casos quedaron sin resolver.
La muerte de “Gordo,” un hombre que trabajaba para el padre de Salazar, es otro evento turbio en el historial de Quintero.
Según Salazar, su padre sospechaba que Quintero estaba detrás de la desaparición de Gordo, quien fue encontrado muerto. Aunque la autopsia determinó que había fallecido por tuberculosis, Salazar está convencida de que fue asesinado y que su muerte es una de las muchas que rodean la vida de Quintero.
Uno de los asesinatos que sí se le probó a Quintero ocurrió en 1998, cuando fue hallado culpable de matar a su empleador, Martín Araúz.
Tras este crimen, fue condenado a 10 años de prisión, pero fue liberado después de cumplir solo seis. Más tarde, otro hombre desapareció, y sus pertenencias fueron halladas en posesión de Quintero, pero la falta de pruebas sólidas impidió una nueva condena.