Ubicado entre densos bosques y plantaciones de café en la verde región mexicana de Costa Grande, el pueblo de El Porvenir parece, a primera vista, abandonado. Con apenas una docena de casas, sus escasas calles están desiertas y su cancha de baloncesto languidecía al sol cuando los reporteros lo visitaron la primavera pasada.
Pero este apacible pueblo se asienta en uno de los numerosos nuevos territorios fijados por un narcotráfico en expansión.
Durante décadas, las comunidades locales han plantado cannabis y amapola en esa región, junto con otros cultivos como cocos o mangos. Pero tras el hundimiento de los precios del café en la década de los 90, los cultivos ilegales se convirtieron en una de las pocas opciones rentables. Hoy, con los precios del opio hundiéndose a causa de un cambio de consumo en Estados Unidos (EU) hacia el fentanilo, muchos ponen sus esperanzas en la coca.
“Es una nueva economía: diversificación de los cultivos ilícitos”, dijo Arturo García Jiménez, un líder comunitario, a El Universal, medio aliado de OCCRP.
Este artículo es parte de ‘NarcoFiles: el nuevo orden criminal’, una investigación periodística transnacional sobre el crimen organizado global, que explora cómo innova y cómo se extiende por el mundo. El proyecto, liderado por OCCRP con el apoyo de CLIP, se inició con una filtración de correos electrónicos de la Fiscalía General de La Nación de Colombia que fue compartida con medios de todo el mundo, incluido La Prensa. Los periodistas examinaron y corroboraron el material junto a cientos de documentos, bases de datos y entrevistas. Los hallazgos pueden encontrarse prensa.com.
De las 171 plantaciones de hoja de coca destruidas en México entre 2020 y 2023, solo 13 no se encontraban en la región de Costa Grande, en el estado de Guerrero, según información de los militares mexicanos. La mayoría estaban localizadas en ‘ejidos’, áreas de propiedad comunitaria como El Porvenir.
Crédito: Edin Pašović/OCCRP
Los narcotraficantes en la región imponen la expresión latinoamericana “plata o plomo”. Es decir, o cooperas o mueres. Investigaciones académicas y periodísticas muestran cómo estos grupos suelen amenazar a miembros relevantes de esas comunidades, como médicos o profesores, antes de abandonar cuerpos mutilados en las cunetas, así como asesinar y secuestrar a los que no se someten o pagan su ‘impuesto’.
Para muchos residentes, es mucho más seguro trabajar a las órdenes de las bandas, explicó García. Al ser los únicos compradores de la producción, los grupos criminales pueden ordenar qué cultivos ilegales quieren y cuánto van a pagar por ellos.
El líder comunitario explicó a OCCRP que, años atrás, un trío de colombianos llegó a la zona. Cree que trajeron las plantas de coca que ahora han proliferado, y que posteriormente compraban las hojas a los cultivadores.
“Ellos son técnicos. No les importaba el rendimiento y la calidad”, explicó García a OCCRP. “Lo que quieren es producir y producir”.

El tráfico de cocaína sigue una senda de asesinatos y desplazamientos forzados conforme los distintos grupos compiten por el control territorial. En marzo, el comisario de Corrales, un ejido a 15 kilómetros al norte de El Porvenir, dijo al periódico mexicano Milenio que la población entera de una de sus comunidades había huído después de que un grupo criminal que no identificó secuestrara e hiciera desaparecer a tres personas.
Milenio identificó Corrales como uno de los numerosos ejidos que han caído bajo el control de un grupo criminal conocido como La Familia Michoacana, conocida por sus ejecuciones y decapitaciones. Después de que los vecinos huyeran, el Ejército mexicano destruyó casi una hectárea de coca en el ejido, muestran datos obtenidos por OCCRP.
En El Porvenir, el Ejército irrumpió buscando coca en septiembre del año pasado. Un cultivador local de café recuerda cómo el pueblo “se llenó de soldados” y cómo los drones sobrevolaban sus cabezas durante las redadas. Cuando los militares se fueron, cuenta, los campesinos simplemente trasladaron las plantas montaña arriba.
“El cultivo se va a quedar”, indicó Garcia. “La destrucción que está haciendo el Ejército es simbólica en comparación con el territorio cultivado”.
Efecto “globo”
La relocalización realizada por los cultivadores de El Porvenir es un ejemplo a pequeña escala de lo que los expertos denominan el “efecto globo”. Si se presiona la producción de cocaína en un lugar, simplemente se va a mover hacia otra zona, como si fuera el aire en un globo. Si se aplasta a un grupo criminal, otro aparecerá para ocupar su lugar.
Dinámicas similares están en parte detrás del auge de la producción en Centroamérica. Para cuando se produjo el acuerdo de paz con las FARC, por ejemplo, el grupo rebelde controlaba el 40 por ciento del comercio global de cocaína, según una estimación del centro de pensamiento y medio de comunicación Insight Crime. Pero en lugar de perjudicar la producción, la división del grupo rebelde creó lo que la agencia antidrogas de la ONU describió como un “mercado libre” más competitivo, diverso y compartimentado.
“Hay una especie de vacío en el mercado que no sólo afecta a Colombia”, dijo Correa, coordinador del SIMCI. “Los territorios, las rutas que tenían las FARC, eso sí se interrumpió… y dio lugar a que se piense que es posible hacer esto en otras partes”.
Los incentivos económicos también han ayudado a impulsar el cultivo hacia el norte. Correa dijo que un kilogramo de cocaína se vende en Colombia por 1,700 dólares mientras que podía alcanzar los 15,000 dólares cuando llega a Centroamérica. Al producir cocaína más cerca del punto de venta, los traficantes pueden beneficiarse de precios más altos y al mismo tiempo evitar gastos de transporte y otros costos, así como reducir los riesgos de que su producto sea incautado en tránsito.
Países que solían servir principalmente como puntos de tránsito ahora se están convirtiendo en productores, y el cultivo a menudo se concentra a lo largo de rutas de tráfico establecidas en áreas remotas u otros lugares donde la presencia del Estado es limitada.

En Honduras, tras el golpe militar del 2009, la producción de cocaína creció rápidamente en las regiones de Colón y Olancho, ambos puntos clave en la ruta tradicional de la droga hacia el norte. El análisis de OCCRP muestra que en Guatemala, sólo dos de las 217 plantaciones de coca encontradas entre 2018 y finales de 2022 no estaban en el noreste, una zona escasamente poblada, específicamente en la región de Izabal, conocida desde hace mucho tiempo como base de operaciones para los traficantes locales.
A veces, este cultivo se introduce de manera velada. Alan Ajiatas, fiscal especial de la Fiscalía de Delitos de Narcoactividad de Guatemala, dijo a Guatemala Leaks -socio de OCCRP- que su oficina está investigando casos en los que el cultivo fue introducido a los agricultores sin que les revelaran que era coca.
“Les dijeron: ‘es un producto que les va a servir y les vamos a pagar por el resultado mucho’”, indicó Ajiatas. “Entonces la gente comenzó a sembrar desconociendo qué era.”
Estos nuevos cultivadores aún están muy lejos de los productores andinos. La agencia antidrogas de la ONU estima que el año pasado se plantaron 230,000 hectáreas de coca en Colombia, lo que equivaldría a más del dos por ciento de la superficie total de Guatemala. A finales del año pasado, las autoridades guatemaltecas sólo habían destruido unas 110 hectáreas de cultivo y las mexicanas unas 39.
Pero la producción está en constante expansión. Los productores experimentan con los cultivos para ver dónde se afianzan, explican expertos y autoridades. Algunas plantaciones han surgido en lugares como las selvas de Panamá o el montañoso estado mexicano de Chiapas, para luego desaparecer. Este año también se encontró coca por primera vez en rincones remotos del estado mexicano de Michoacán.
“Buscan lugares donde se pueda desarrollar mejor este cultivo”, dijo a El Universal Ludwig Reynoso, secretario general del Gobierno del Estado de Guerrero, que precisó que el producto local “todavía no tiene la calidad necesaria, como la coca que se siembra en Colombia”.
Y no es sólo el cultivo el que está cambiando, como lo demuestran acontecimientos recientes al otro lado del Atlántico.
Análisis de datos: Ignacia Velasco.
*Yelle Tieleman (Follow the Money) contribuyó a esta historia.
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