Cuando Abner Benaim decidió hacer cine, tenía 27 años y en Panamá no había ni fondo ni ley de cine y hacía seis décadas no se estrenaba una película local. La gente le decía que estaba loco. Y algo de razón tenía, porque lo que vino después fue hecho así: a lo loco.
-Todo a pulmón, a lo loco -dice Benaim 25 años después de esa decisión fundamental, una tarde de enero de 2013-. Era bastante raro hacer cine, yo ni siquiera conocía a un cineasta aquí.
Igual lo hizo. Lo primero fue un documental pequeño en Tel Aviv, Israel, donde estudió dirección y cinematografía. De vuelta a Panamá, en 2005 dirigió y produjo la serie iniciática El otro lado, con la que comprendió que podía llegar a ser eso que soñaba: un director que contara las grietas de Panamá con una mirada universal. De ahí en más, siete películas, decenas de festivales, más de diez premios internacionales, una productora y dos décadas de contar un país poco contado y reacio a escarbar en sus dolores.
Todo eso se verá y sobre todo eso se conversará en el “Ciclo de Cine: 20 años de cine de Abner Benaim”, una retrospectiva organizada por el Museo del Canal. Comenzó el domingo 22 de enero y seguirá cada fin de semana hasta el 12 de febrero, con proyecciones y charlas sobre las películas, el director y los temas que cruzan su cinematografía. Una panzada de cine imprescindible e imperdible.
Historia patria
Panamá, 1989. Manuel Antonio Noriega sometía al país con la bota, el garrote y la gorra de una dictadura militar que limitaba la vida, las libertades y, por supuesto, el arte. Benaim estaba en el momento trascendental de elegir qué hacer con su vida. Entre el deseo y la carrera, eligió -pensando que elegía- la carrera y fue a estudiar Relaciones Internacionales a Estados Unidos.
¿El entorno no te ofrecía hacer lo que querías?
-El deseo de hacer cine lo tuve desde mucho antes de estudiar cine, pero crecí en un Panamá donde era bastante raro hacer cine. Entonces se me hacía muy difícil imaginar que fuera algo que yo podía hacer, así que en la universidad estudié Relaciones Internacionales y, en las clases optativas, tomaba cine y fotografía, que también hacía como hobby. Pero me encantaba, así que a los 27 tomé la decisión y me fui a una escuela de cine de Tel Aviv. Desde el primer día dije ‘ah ok, esto es’.
¿Qué contacto podías tener con el cine en el Panamá de los ‘80 y ‘90?
-Había salas muy buenas, pero mostraban clásicos de Estados Unidos y de México. Con los videoclubes empezaron a cambiar las cosas, ya tenías más acceso y organizábamos proyecciones caseras. También estaban los ciclos de cine en la Universidad de Panamá, pero no había ley de cine, no había festival, tampoco había mucho equipo ni mucha gente que hubiera participado en películas. Así que todo era a pulmón.
¿Y cómo era producir cine en ese contexto?
-Producir en Panamá para mí siempre ha sido un placer, porque a pesar de que no hay mucha historia ni grandes casas de renta ni equipos, sí hay mucha voluntad. La gente se pone la camiseta y le mete corazón. No solo la gente del equipo, sino financistas o gente que te puede prestar un apartamento o un carro para un día. Al comienzo creo que pedí como 10 mil favores para hacer Chance.
Hacer cine en los márgenes de la industria y sin políticas públicas que lo promuevan, es una carrera de obstáculos, ¿cómo fue lo primero que hiciste?
-Cuando hicimos El Otro Lado, que era una serie documental hecha con las uñas realmente, yo era director, guionista, chofer y camarógrafo. También los demás del equipo hacían cosas en simultáneo: Guido Bilbao, que investigó, Lilo Sánchez frente a la cámara, Carlos y Víctor editando. Hicimos 11 capítulos entre cuatro personas y llegamos a ganar el festival de Nueva York, salimos en la Rolling Stone con el puesto 31 de los mejores de todos los tiempos, fuimos a un festival en Mónaco. Pasaron muchas cosas con eso, que era muy muy pequeño, y me sirvió para darme la idea de que podía hacer algo bien logrado y con proyección internacional.
Mirar para contar
El Otro Lado fue sobre lo que no se ve o no se quiere ver: los márgenes de un territorio partido donde ocurren cosas que se muestran, pero no se analizan ni comprenden. Esa actitud y esas temáticas, Benaim las mantuvo en los siguientes films: Empleadas y Patrones y Chance hacen foco en la tiranía de patrones sobre empleadas domésticas; Invasión, en cuánto pesa el olvido; Plaza Catedral, que es la última, la soledad y la desigualdad en un sistema que excluye. Solo dos se alejan de lo que sudan las calles, para canalizar su admiración personal por dos artistas de los que quería estar cerca: Julio Zachrisson y Rubén Blades.
Cada una de ellas evidenció lo mismo. En el patio, la importancia de generar narrativas que hablen de lo que somos. Fuera del patio, la curiosidad por conocer de verdad a un país cuya postal oficial es una seguidilla de edificios espejados sobre el mar.
¿Había un propósito en los temas o respondían a las curiosidades propias de un autor?
-Cuando hicimos Chance yo simplemente quería hacer una película y contar una historia que conozco bien. Para mí, obviamente eso significa hacerlo en Panamá porque es donde suceden las historias que conozco y que están en mi entorno. Así que fue natural. Invasión y Plaza Catedral también tienen que ver con eso: temas que aparentan ser obvios y sencillos, pero tienen un componente muy fuerte de tabú y, por alguna razón, no se hablan. No es un plan, es abrir los ojos y ver lo que está pasando.
Aquí se suele decir que la gente no lee o no le interesa el arte, pero películas como Chance o Invasión mostraron lo contrario y batieron récords locales.
-Chance fue como una pequeña revolución, porque la gente lo que más me decía cuando veía la película es ‘oye parece una película de verdad’ [risas]. No se imaginaban que podíamos hacer cine en Panamá. También había mucho entusiasmo por ver a actores panameños hablando como panameños y la sala estallaba de risa cuando Rosa Lorenzo, que nunca había actuado en películas, decía un pregón o algún insulto. Les encantaba verse en la pantalla grande.
Afuera también se valoraron. Empleadas y patrones fue la primera que compitió en el IFRA, el festival más importante del mundo, Invasión la primera en carrera por el Oscar…
-Sí, es increíble cómo afuera también entienden todo y quieren conocer más a Panamá. Además, una de las cosas que aprecio es que han sido avances pequeños a través del tiempo. No tuve la suerte ni el problema de llegar a la cima rápido, cada película fue un hito. La última, Plaza Catedral, quedó semi finalista en el Oscar y, para una película tan pequeña de un país tan pequeño, es algo increíble. Y todavía tengo muchísimo que escalar y muchísimo por hacer.
Con tanto contado, ¿quedan temas por explorar?
-Aquí hay tantas historias y tanta Historia por contar, que a mí siempre me ha parecido un terreno muy fértil. Desde Chance se han contado muchas historias, pero también faltan muchísimas por contar y eso a mí me entusiasma mucho. Mientras más uno cuenta, más te dan ganas de contar otras cosas.
CRONOGRAMA DEL CICLO DE CINE EN EL MUSEO DEL CANAL
Sábado 28/01:
4:00 pm: Chance.
5.30 pm: Conversatorio con Abner Benaim.
7:00 pm: Invasión.
Domingo 29/01:
4:00 pm: Round Trip/ Zachrisson.
5.30 pm: Conversatorio ‘La delgada línea entre ficción y documental’.
7:00 pm: Yo no me llamo Rubén Blades.
Sábado 4/02:
4 :00 pm: Empleadas y Patrones.
7:00 pm: Chance.
Domingo 5/02:
4:00 pm: El otro lado (3er episodio).
7:00 pm: Good Vibes.
Sábado 11/02:
4:00 pm: Invasión.
7:00 pm: Chance.
Domingo 12/02:
4:00 pm: Yo no me llamo Rubén Blades.
7:00 pm: Plaza Catedral.