Bali, para siempre



Hombres y mujeres de todo el mundo hacen los trámites para abandonar el aeropuerto de Denpasar, en Bali. Están a punto de sumergirse en una de las 13 mil islas de Indonesia, la más turística. El territorio donde habitan los dioses. Hablan en inglés, hablan en francés, hablan en español, hablan alemán; forman un coro de idiomas que se mezclan con la humedad del ambiente.

El calor abraza con fuerza a la salida. El aire es distinto, huele a incienso y a flores perfumadas. “Mantente en la tierra como si tuvieras cuatro piernas. De esa manera, podrás quedarte en este mundo. No mires al mundo a través de tu cabeza. Míralo a través de tu corazón. De esta manera conocerás a Dios”, le dijo el gurú Ketut a Elizabeth Gilbert —interpretada por Julia Roberts— en Comer, rezar y amar, película basada en un libro donde la protagonista deja su vida perfecta en Nueva York, para emprender un viaje de autodescubrimiento por Roma, India y Bali.

Bali, para siempre
Bali es una de las 13 mil islas de Indonesia.

Y allí entre dioses, chamanes y humanos de cualquier parte del mundo, estábamos nosotros: un grupo de periodistas de Panamá, Costa Rica y Nicaragua, que habíamos llegado a la isla invitados por la embajada de Indonesia en Panamá para conocer sobre la historia, cultura y riquezas naturales de este país. Bali fue la primera parada de esta gira que también incluyó a representantes del sector turístico.

Un vehículo nos llevó hasta Nusa Dua, frente al océano Índico, donde estaba ubicado el hotel. Bali se presenta en vivo y en directo a través de los vidrios del automóvil. Mágica, enigmática, única. Calles estrechas y coloridas. Frenética, abundante y diversa: un local comercial, un templo hindú, una galería de arte, un jardín, portales protegidos por guerreros y seres supremos. Altares con flores y comida. Se conduce por el lado izquierdo. Carros y motos compiten por avanzar entre el denso tráfico.

Bali, para siempre
Templos sobre acantilados, bosque, mar azul. Foto: Indonesia travel.

Un amanecer y volver a nacer

Al día siguiente vimos el amanecer frente al mar, el primer regalo de los dioses. El sol apareció en medio de las montañas, tiñó de anaranjado el agua cristalina, y envolvió la atmósfera con una luz malva. Paz ¿Acaso así es el nirvana? Recordé aquella vez cuando Gabriel García Márquez comparó Cartagena con el lugar donde volvió a nacer: “me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza (...) y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”.

Bali, para siempre
Amanecer en Nusa Dua, Bali. Foto: Eliana Morales

La jornada de ese día empezó con una visita a la Bali and Beyond Travel Fair (BBTF), la mayor feria de viajes de ese lado del sudeste asiático. Allí se compartieron datos clave de la industria. El turismo en Bali aporta el 4.1% del Producto Interno Bruto al país y le da trabajo a por lo menos 22 millones de personas. La isla recibe a 10 millones de personas por año: vienen sobre todo de Australia, seguidos por india y China.

Almorzamos carne de vaca australiana en un restaurante del parque cultural Garuda Wisnu Kencana, al lado de la estatua de 121 metros que tiene el mismo nombre. Es uno de los íconos de Bali y una referencia a Wisnu, o Vishnu, creador y destructor del universo. Aunque en Indonesia predomina la religión musulmana, los balineses en su mayoría practican el hinduismo.

Un templo, una danza: el aire, el agua y el fuego

Próxima parada: el templo Uluwatu, un santuario enclavado sobre un acantilado de más de 70 metros de altura sobre el mar. Está dedicado a la diosa Dewi Danu, deidad que resguarda a la isla de los espíritus malos. También es el paraíso de los monos. Están por todos lados, solitarios o en grupos. Se apoderan de objetos cotidianos, carteras, gafas, o cualquier cosa que huela a comida. Trepan paredes, caminan por los senderos, se pierden en el bosque, se mimetizan en el paisaje.

Bali, para siempre
Danza Kecak, en el templo Uluwatu. Foto: Indonesia travel

El sol empezaba a ocultarse y en un auditorio al aire libre, los visitantes del templo se preparaban para ver la danza kecak, la representación del Ramayana, epopeya hindú, que cuenta la vida de Rama, una de las encarnaciones de Vishnu. El espectáculo se centra en un coro de 70 hombres que representan a monos y mueven sus brazos y torsos desnudos de manera coordinada y en ocasiones portan antorchas. “Chaka, chaka, chaka”, dicen sin parar.

La tarde muere frente al oceánico Índico y la performance toma fuerza. El aire, el agua y el fuego convergen al mismo tiempo. Algo fuera de este mundo sucede en ese instante. ¿Así es la armonía, el equilibrio? Otro beso de los dioses. “Esta tarde sanamos todo lo que teníamos quebrado”, le dije a mis compañeros de viaje.

Esa noche comimos langosta frente a la playa Jimbaran, mientras veíamos a un grupo de mujeres celebrar un cumpleaños.

Los días siguientes seguimos recorriendo la isla. Fuimos a las faldas del monte Batur, que está rodeado por un lago y varias montañas; visitamos un taller de platería, pasamos por imponentes terrazas de arroz. Fuimos al Luwak Coffee, donde probamos el café más exótico del mundo. Se elabora con granos de café que digiere y defeca la civeta, un mamífero nativo de los bosques tropicales del sudeste asiático.

Más adelante llegamos a Bongkasa, una aldea ubicada en Ubud, donde una banda de música nos dio la bienvenida. Caminamos hasta una especie de plaza al aire libre, donde dispusieron mesas con manteles blancos adornados con flores de la zona. Nos rodeaban lianas y otras plantas colgantes que le conferían un aire de mística a la escena. En el fondo, un santuario custodiado por dioses, sombrillas ceremoniales, ofrendas y flores que caían en cascadas. Me sentí en Pandora, en el ecosistema de Avatar. En Bali reina la estética, lo visual.

Putu Winastra, director de la BBTF, fue el anfitrión. Habló sobre turismo sostenible, la sinergia entre la cultura de los lugareños y el desarrollo del pueblo, entre otros. Sukmo Harsono, embajador de Panamá, Costa Rica y Honduras, fue homenajeado.

El plato principal de la noche: pato frito. El postre: arroz negro mezclado con leche de coco y azúcar de palma. Y en medio de todo, el Barong, la danza balinesa donde varias mujeres mueven manos, ojos y brazos al ritmo del gamelán, conjunto de música típica de la isla. Nos invitaron a bailar. Y bailamos. Los pies en la tierra, el alma plena. En equilibrio.


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