Este día, todos los noticieros -como siempre en este tiempo- se dieron a la tarea de exaltar la “obligación” de comer pescado y dejar de comer carne, el alto precio del pescado y los mariscos, la inauguración de un tiempo (Cuaresma) de penitencia y mortificación. Entiendo que vivimos en un ambiente en el que la iglesia católica ha impuesto -por siglos- su modus operandi y, por eso, la mayoría de las personas está al tanto del tema. Sin embargo, ¿es tal la obligación? ¿Es verdad que “tenemos que dejar de comer carne y sustituirla por pescado?
En primer lugar, veamos lo absurdo del planteamiento: ¿obligación de comer pescado en vez de carne? ¿Acaso hay obligación de comer carne a diario? ¿Quiénes lo hacen? ¿Quién tiene el dinero para hacerlo? El noventa por ciento de la población no tiene este dinero. Comer pescado es un lujo para muchos panameños, a menos que pesquen por su cuenta o vivan al lado de una buena fuente (como en Gunayala, algunas partes de Bocas, algunos pueblos pesqueros de nuestras costas). No hay ni para comprar patas de gallina y comer tres veces a la semana, mucho menos habrá para comprar corvina, pargo, mero o salmón y no digamos camarones, cangrejos y ¡langostas!
En segundo lugar, ¿qué significa que se sustituya -si se puede- una carne por otra? ¿Alimentarse peor? Al contrario, más nutritiva, alimenticia y sana es la carne de pescado. Entonces, ¿qué? ¿nos hartamos de sardina y tuna? No estaría mal porque, aunque son poco “elegantes”, alimentan bien, aunque vengan “envenenadas” con aditivos en las latas.
En tercer lugar, ¿de dónde viene todo este enredo? Al principio de la iglesia era raro que alguien cometiera faltas graves (asesinato, adulterio y apostasía) que lo dejaban como muerto para la comunidad, por eso le llamaban “mortales”. Las faltas leves eran reconciliadas de diversas formas. Pero, en el siglo IV, Constantino declara oficial la religión cristiana y pasó lo de siempre: los sobalevas, chupamedias, arrastrados, serviles, politiqueros, también se metieron a la iglesia y -obvio- empezaron a pulular las faltas “mortales”. Por eso se instituyó la llamada Cuaresma, como tiempo de penitencia muy seria por tales faltas.
Entonces no era simplemente dejar de comer carnes (así, con ese) o toda clase de carne, sino abstenerse de comilonas, de relaciones genitales; ayunar los cuarenta días, bañarse con ceniza (no ponerse una crucecita), trabajar enterrando muertos, vestirse de luto, etc. Si la comunidad quedaba satisfecha con esas penitencias, el sábado santo se les readmitía. Si no, se podía alargar la penitencia, incluso por años.
Por eso, muy equivocados andaban los españoles, en tiempos de Franco, cuando vendían “bulas de cruzada” (la de Franco, contra los comunistas), a imitación de los siglos anteriores cuando también lo hacían. Las tales bulas servían para “saltarse” la prohibición de comer carne en Cuaresma, a cambio de pagar algo. ¿A quién daban ese dinero? Pues, ¡al caudillo Franco!
Hay que ser serios en esto… o no hacerlo. Por eso escuchamos y leemos a gente como Agustín de Hipona decir: “Reciba Cristo hambriento lo que, ayunando, toma de menos el cristiano, y la penitencia voluntaria sirva de sostén a quienes nada tienen”. “Dice Isaías: Parte tu pan con el hambriento, por eso debo ayunar y hacer participante a otro de mi comida”. “Nadie, bajo pretexto de abstinencia, tome motivo para ir tras bocados más exquisitos”.
Isidoro de Sevilla decía también que “quienes se privan de alimentos y obran mal, imitan a los demonios”. Y León Magno, Papa en el siglo V: Acuérdense de las obras de misericordia, de tal forma que lo que quiten de su sustento diario, lo transformen en alimento para los pobres”.
El autor es investigador lingüístico y literario y profesor de lenguas extranjeras.