El clima frío del bosque nuboso en el filo del cerro Chucantí es el hábitat de plantas, animales y hongos que no existen en ninguna otra parte del planeta y los expertos llaman “especies endémicas”. Es un lugar único para conocer especies endémicas en su hábitat natural, mientras te tomas el café de la mañana.
Mirarlas es un nirvana, por lo maravilloso y lo infrecuente.
Fotografiarlas es otro cuento.
Llegué al Chucantí en el verano de 2023 para eso: capturar un mono araña, un bicho pequeño como un cachorro y ágil como una gacela, atrapar con el lente una salamandra Chucantí o lograr cazar con la cámara a una rana con nombre de activista y presencia alucinógena: Greta Thunberg’s Rainfrog, la rana Greta.
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Para conocer el Chucantí, hay que conducir por la Panamericana hasta Chepo y atravesar el tortuoso tramo entre Cañitas y Tortí. Allí, hay que desviar hacia la comunidad rural de Río Congo y, si el trayecto es en carro, frenar: nadie lograría avanzar montaña arriba en un carro cualquiera. La aventura entonces tornará 4x4 hasta que tocará caminar por un sendero salpicado de árboles espavé altos como edificios de quince pisos.
Al volante fue Guido Berguido, biólogo y director ejecutivo de la Asociación Adopta Bosque Panamá, guardián del oro verde del país. De copiloto, un colega de Guido más joven que él, que hizo del Chucantí su laboratorio de estudio y será el gran compañero de esta travesía: Ángel Romero.
Llegamos pasado el mediodía a una reserva con una fila de cabañas abrazadas por el bosque, a 850 metros sobre el nivel del mar, donde pasamos la primera noche.
Mis expectativas eran moderadas. Más de dos décadas documentando los paraísos naturales de Panamá me enseñaron la imprevisibilidad de la naturaleza. Ayuda conocer el comportamiento animal y estar listo, como un felino antes de caerle a su presa, pero los monos trepan, las ranas brincan y las salamandras pasan desapercibidas.
Igual a eso vinimos: vamos a intentar.
El cerro Chucantí es como dieciséis parques Omar juntos; una inmensidad hecha de monte, selva y vida animal. La visita debe ser coordinada con la Asociación Adopta Bosque Panamá, una organización que trabaja para conservar sus ecosistemas.
Día uno: sin novedades de la rana Greta
A la mañana, la vista en la ladera del cerro, en el punto más alto de la serranía de Majé, cuando las nubes acarician la cumbre, es una pintura gloriosa.
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Como siempre en la naturaleza, cualquier ruido es extraño y cualquier rugido, una alerta. Uno oye sonidos por primera vez, como el de la hojarasca que cruje por los saltos de una “rana dardo”. Al verla, cambié rápidamente al lente macro, ese que logra que los animales pequeños se vean más grandes, y clic. Hay foto, aunque no sea de los monos ni de la rana Greta.
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Por la tarde, descendimos para explorar la ladera. En el camino, una banda de monos araña enfurecidos con nuestra presencia quebraban ramas. De inmediato, sentimos una lluvia extraña, porque no llovía y porque olía. Al mirar arriba entendimos: los monos nos estaban orinando.
Está bien, monos, nos vamos.
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Horas más tarde, aparecieron otros más, unos titíes igual de frenéticos que los monos araña, atravesando el dosel del rancho comedor donde cenábamos. Quiero aprovechar. Tomo el lente telefoto que, a diferencia del macro, logra acercar lo lejano.
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Pero fotografiar monos es como tratar de capturar cenizas en el viento. Siempre buscan las sombras avanzando rápido y furioso. Si tienes suerte, la curiosidad los detendrá los segundos suficientes como para enfocar y disparar. Pero no la tuve. Tres especies de monos avistados y ninguna toma que valga la pena.
Así que intentamos ver si el bosque nos regalaba algo luego de la cena, con la luz de las linternas. Salimos del sendero, encontramos una quebrada bastante seca y nada más —aquí las quebradas, las especies y todo lo que las rodea está amenazado por la deforestación para la tala y la agricultura—. Al regresar, solo me preocupaba que una serpiente emergiera de la oscuridad y me atacara.
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Por suerte, no pasó. No me saltó ninguna al cuello, quiero decir, aunque sí vimos la víbora X, la más temida del país por su súper poder de envenenar. Si no hubiese estado con gente tan enamorada de la naturaleza como un político local de los billetes, alguien habría sacado un machete a partirla en pedazos. Pero este es otro público y puedo tomar la foto.
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Fotografiar a oscuras tiene pros y contras. Lo malo es lo obvio: no hay luz. En eso una buena linterna puede ayudar, y hasta puede funcionar como flash. Lo bueno es que, en la negritud de la noche, la mayoría de los animales quedan inmóviles para no atraer a depredadores.
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Día dos: ¿dónde se esconde la rana Greta?
Al amanecer, el aroma de café me sacó de la cabaña al frío de la montaña. Después de eso y los huevos revueltos, a lo que vinimos: a buscar esas especies endémicas, esta vez, sobre el lomo de un caballo.
Hubo una hora de cabalgata y media más a pie, con el canto de las aves como banda sonora. El bosque a esa altura lucía encantado por el viento.
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Vimos de todo. Mil maravillas naturales dignas de National Geographic y hasta helicópteros en ruinas, maltrechos por la humedad y el moho carcomiendo su carcaza durante 30 años, después de un accidente. Pero nada de las endémicas.
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Regresamos alternando entre caballo y pie, en un ascenso interminable entre rocas y raíces por una ladera extrema que es como un manto verde, esponjoso y húmedo. Jadeando, pisamos las cabañas ya sin esperanza alguna de ver a la salamandra o conocer a la rana Greta.
A pesar del cansancio, Ángel -el gran compañero de esta travesía- me guió una vez más al encuentro de la rana Greta. Él sabía que yo quería conocer a esa rana que comparte los ojos enormes y curiosos con la activista que inspiró su nombre, Greta Thunberg. Ese es el rasgo que la hace única. Ese y que solo vive en esta serranía de Darién.
Tras la primera loma, apareció la suerte.
Hola rana Greta, dije, encantado. Y la fotografié.
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Lo que más me gusta de fotografiar naturaleza es que el modelo nunca se queja de cómo sale en la foto. Todo lo demás -que no aparezca, que esté un segundo, que te orine, que te salte al cuello, que para encontrarla tengas que subir laderas imposibles- se te olvida cuando logras la fotografía que querías. Quedas feliz, al menos, hasta la próxima aventura.
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