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Conexión maternal

“Las madres no morimos. Su vida se prolonga en nosotros. Carne de su carne. Sangre de su sangre”: Edilia Camargo, pensadora, maratonista y madre de tres varones.

“Perdí la mía a los 59 años y me parece que nunca se fue”, informa y reflexiona Gary Barrelier, banquero retirado.

Madre e hijo establecen una unión y comunicación sublime. En el niño, el vínculo con la madre trasciende lo visible, es decir, el cordón umbilical, verifica Ela Urriola, filósofa, escritora y madre del bebé Emil. Esa unión, precisa, “crece y se fortalece con cada novedad ante lo desconocido, con la desintegración del miedo en ese mundo de afectos que refieren a lo materno; se nutre de los pequeños gestos cotidianos: va desde la comunicación a la comprensión, del universo al origen”, explica, con su testimonio a flor de piel y el retoño rondando.

Salimos de la madre, pero siempre volvemos a ella. Esa relación alivia nuestra permanencia y la finitud de estar en el mundo. “Perder la madre también es perdernos, de alguna manera, sentir lo nuboso del principio, desorientados por ver cómo se aleja el origen: el nuestro”, resume Ela.

Esa pérdida es sobrecogedora para quien padece la partida de un ser tan entrañable, pilar en la vida. Después de su fallecimiento, de otra forma proseguirá esa conexión. Hay quienes sostienen que, en los pensamientos de las vivencias y los recuerdos, la madre será guía y otros creen que de esa forma habrá un ángel de compañía intangible e indeleble. Seguirá viva en pensamientos y recuerdos.

A quien le sobrevive su madre, puede imaginar tal descalabro. ¿Cómo se consuela al prójimo ante semejante dolor? No hay quien no reconozca lo difícil de sobrellevar ese vacío, del que nunca se sobrepone del todo, no importa el tiempo transcurrido.

Se aprende a vivir con ese dolor. El amor vence la muerte. Consolación en la película y memoria vividas; en los pensamientos, enseñanzas y recuerdos.

“Nunca perdemos a nuestras madres porque nuestro amor por ellas nunca muere”, me garantiza amiga con esa experiencia.

Un hijo piensa que debe relatarle equis cuestión a su madre y cuando ni siquiera lo imagina, como por telepatía, vibra el teléfono y aparece el hombro incondicional de su madre. Me grafica esa conexión Adelita Coriat, periodista.

Adela Mendoza, ejecutiva, tiene su hijo único, Jorge Alexander Molina, abogado. Mientras duerme, sueña que su hijo está ingresando a la vivienda de ella. Espera que amanezca para llamarlo. Del otro lado del teléfono, Jorge le confiesa lo que prefiere callar a otros: “Mamá, hoy no me estoy sintiendo bien”.

Porque en el mundo real del espíritu/sólo hay encuentros y nunca despedidas,/ y porque el recuerdo del ser amado/crece en el alma con la distancia,/ como el eco en las montañas del crepúsculo”. Un anónimo (o anónima) me consuela con estos versos de Yibrán Jalil Yibrán. Mi mamâ, Carmen Acosta de Candanedo, se apagó. Su optimismo y fe en la vida nos contagiaron y nos siguen contagiando a Carmen, Rubén y Rafael, sus hijos biológicos, así como a sus hijos de corazón. Retornó este abril a la tierra después de 90 años.

El autor es docente, periodista y filólogo


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