Cuando ruge el pintor

Cuando ruge el pintor
El pintor Ramón Almanza. Cortesía de Jairo Comelis


Estos trazos del pintor Ramón Almanza fueron brotando del silencio tras retornarlo de su larga fuga voluntaria para escapar de los flashes y de la farándula autóctona, y en cambio gestar en su taller una expresión de arte única, denominada autonomía lineal de la forma.

Y es esta propuesta la que inspira la exposición ‘Geometría divina’, presentada en la galería Financial Park de Costa del Este, con la que el pintor le grita al país la urgencia de abrir un canal por donde transiten sin peajes el arte y la rebeldía, la creatividad y la polémica. Donde quepan todos los panameños.

‘Geometría divina’ recoge 30 años de trabajo segmentados en dos etapas creativas. “Primero fueron las formas manteniendo un espacio único, pero con el paso del tiempo saqué el color del diseño, debido a que aquel le impone límites. Así que, creadas solo las formas, apareció el blanco en los espacios”.

Después se aventuró en el negro sobre el blanco. “Ahí pude incorporar la forma dentro de la forma, que es un concepto que sí la hace universal [a su propuesta]. Nadie ha incursionado en ella”. Consiste en que “si tengo espacios autónomos, puedo crear otros que pasen por ellos y que sigan su camino dentro de las formas”.

En ese desplazamiento se van revelando otras geometrías, hasta “hacer evolucionar la obra en el infinito”.

La exposición muestra unos 35 cuadros, pero solo uno está exhibido de modo virtual en un saloncito que es casi como una capilla. Allí, un juego de luces y sombras proyecta la pintura Karaburan, de 1.80 por 2 metros, adquirida por el Museo Nacional de Arte de China, una catedral donde reposan cinco milenios de la cultura china y 282,000 piezas de arte y 3,000 obras de artistas internacionales y solo dos de creadores latinoamericanos, las de Fernando Botero y Ramón Almanza.

El Museo eligió la obra de Almanza entre 600 expuestas en la Bienal de Beijing de 2017 en la que participaron cientos de artistas para celebrar la Ruta de la Seda. Almanza, que viajó a China junto a otros autores, se amistó con un iraní y un indonesio, y dice ahora que padeció las facetas de un creador, es decir, la envidia y el desprecio, la felicidad y la soledad.

“El viaje lo pasé con ellos dos, caminamos las calles de Beijing, nos hicimos amigos. Entre tanto, se creó una página de Facebook alimentada por los artistas”. A las pocas semanas un vietnamita incurrió en la osadía de cantar su victoria y les informó a “sus amigos” de la Bienal que el Museo Nacional de Arte de China había adquirido su obra. Casi nadie lo valoró.

“Lo felicité pero sentí frustración, sentí celos”, que se suprimieron tres días más tarde con un correo que le llegó del Museo diciendo que quería Karaburan. Almanza, preso del estupor, agotó el error del vietnamita y posteó la buena nueva en la página de Facebook. El silencio fue peor que con su colega de Vietnam. “A través del correo personal les conté mi triunfo al iraní y al indonesio, y tampoco me respondieron. No supe más de ellos”.

Creyendo encontrar una respuesta en una voz madura en esta lides, habló con Adriano Herrerabarría sobre la decisión del Museo y la reacción de los dos pintores asiáticos. “Tú estás agüeva’o. Si eso no se dice, ni siquiera a mí, a mí, que me causa envidia y repudio. Si esto que hacemos fuera boxeo, tú serías un amateur que ganaste el título mundial en tu primera pelea profesional”.

El empresario

El título oculta un sacrificio iniciado por el pintor tras su regreso de Dallas, donde se graduó de diversas expresiones artísticas y alternaba sus estudios con rumba y exposiciones urbanas y contraculturales perseguidas por la Policía, y con negocios propios en Panamá. “Vendía maquinaria pesada, pero el flete de transporte marítimo de Estados Unidos a nuestro país costaba 3,000 dólares, así que hacía los envíos por tierra. Era rentable”.

Los envíos de esos equipos se hacían por las carreteras que van de Texas a Panamá, atravesando México y Centroamérica, en contravía de millones de migrantes. El entonces empresario Almanza hizo a la inversa dos veces esa travesía que dura 19 días en medio de paisajes de montañas imposibles y precipicios sin obstáculos, trazando líneas zigzagueantes o directas, como las que terminó volcando en su obra.

“En Estados Unidos lo tenía todo, tenía a mi familia. Es más, mi hermano y mi mamá viven allá desde hace 30 años, pero yo decidí devolverme”. Volvió cuando cayó en la cuenta de que su vida se edifica de “recuerdos, olores y sentimientos”, y su alma “se colma con intangibles”.

“¡Voy a hacer arte en Panamá!”, se dijo apenas llegó al país. Pero se dio de frente con un “establishment cultural” y se convenció de que lo mejor era refugiar su faceta artística, pintar en silencio, y dedicarse a los negocios. Con Almanza se confirma eso de que el comercio y el arte son dos líneas espejo que avanzan en la misma dirección.

En busca de nuevos negocios visitó la Feria de Cantón, que es la más grande del mundo. Se pasmó con todo lo que China le vende al mundo, cosas insignificantes o monumentales, aunque en ese entonces Panamá no le vendía nada. Primero pensó en productos y luego descubrió que valorarían el arte panameño. “Es un país cuya historia está escrita con pinceles”.

Unos años después envió Karaburan, el lienzo que recita la autonomía lineal de la forma y que se proyecta en la exposición donde rugen las obras de este pintor panameño.

El martes de la semana pasada asistieron a esta exposición los niños de una escuela, que desafiaron a Almanza con la pregunta sobre cómo se relaciona él con su obra. “Les hice saber, con un lenguaje urbano y juvenil, que el artista es solo un vehículo para plasmar el arte. Les dije que es más importante la obra que su autor”.

Pero ‘Geometría Divina’, sostiene, sería insignificante si se quedara como una exposición más, y pasaría al olvido como sucedió con el mural del Parque Omar, realizado por 38 pintores de América y derribado por una decisión de república bananera. “No cuestiono las decisiones políticas ni soy activista, pero esa vez me sumé a las protestas”

Almanza descolgará sus cuadros el próximo 13 de febrero, último día de la exposición, y los devolverá a su taller del barrio San Francisco. Y ojalá de ella no quede solo un rumor como el que lastra el pintor Adriano Herrerabarría, cuyo legado de apoyar la apertura de escuelas de arte en el interior del país se fue muriendo con el cierre de ellas.

“Haití sí tiene un Museo Nacional de Artes Plásticas, pero nosotros no. No puede ser”, protesta Almanza por un absurdo cultural de varios que obligan a declararse contestatario. “Aprendí con rebelión y hablando sin miedos. Nosotros los artistas, que luchamos en cada cuadro, clamamos que la cultura es la que hace a un país”, afirma mientras recorre solitario su exposición ‘Geometría Divina’.


LAS MÁS LEÍDAS