Turquía es un Estado “bisagra” entre continentes. Lo integran 85 millones de habitantes, en un territorio 10 veces mayor que el panameño. En 2022, decidió cambiar de nombre: Turkiye, y así fue comunicado, de manera formal, a las Naciones Unidas. (Con diéresis sobre la u).
Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, y otras personalidades han defendido la nueva denominación argumentando que representa de forma más fiel la cultura, civilización y valores turcos.
¿Cómo deben adoptar los sistemas lingüísticos una situación de esta naturaleza? Imagine que la moda se extienda y que contagie a los demás Estados matriculados en las Naciones Unidas: 193, donde se reúne la casi totalidad de ellos.
La agencia oficial de noticias turca, Anadolu, casi centenaria, en sus transmisiones en español, usa, de forma sistemática, Turkiye. El dueño del nombre así quiere ser nombrado por la comunidad hispanohablante. Es un argumento poderoso para que un sistema lingüístico, hasta por cortesía, se arquee ante la razón del principal interesado de un nombre y que se aproxime a esa realidad.
Ante esa inquietud, la Real Academia de la Lengua (RAE) ha respondido, en comunicación pública: “Cuando existe una forma vigente en español y el cambio no es un verdadero cambio de denominación, sino una reivindicación de la forma local, lo indicado es seguir empleando la forma tradicional, en este caso Turquía”.
El servicio en español de Anadolu, que es expresión del Estado en cuestión, tiene otro criterio. La agencia preserva el gentilicio ‘turco’.
No están escritos en piedra los nombres de Estados ni de ciudades, naciones u otras comunidades.
Durante los 80 años que estuvimos arrimados a esa nación, en el siglo XIX, Colombia cambió de denominación 6 o 7 veces.
Estambul, capital de Turkiye, ya fue Bizancio y antes Constantinopla. Zimbabue ya fue Rodesia; Congo, Zaire; Sri Lanka, Ceilán; Myammar, Birmania.
Desde 1993, tenemos Chequia y Eslovaquia. Veinte años después, una trabajosa jornada mi editor dormitó y ubicó el descarrilamiento de un tren en “Checoslovaquia”. A cualquiera se le muere un tío, sobre todo en familia numerosa.
Países Bajos, desde la Cancillería de Amsterdam, promociona evitar que se le denomine a ese Estado Holanda, que solo corresponde a 2 de las 12 provincias neerlandesas. Neerlandés es idioma y gentilicio de Países Bajos. ¿Por qué tendríamos que inmovilizarnos para atender esta petición legítima del Estado neerlandés, similar a la del turco?
En el terreno local, el panañol ha adoptado las nuevas denominaciones de las etnias ngäbe, guna y emberá.
Como ellos desean ser llamados. Si bien en el caso del grupo mayoritario aborigen, yerran quienes pronuncian /nabe/. Naves son las que mandó a quemar Hernán Cortés.
Durante un par de siglos, la RAE escribió con jota el nombre de México. En el planeta azteca, siempre con ‘x’, señal de identidad. El topónimo es de la lengua náhuatl, hablada por los aztecas fundadores de la nación prehispánica. Significa lugar en el ombligo de la Luna.
La RAE estableció en 1815 la Ortografía de la Lengua Castellana, en la que instruyó que todas las palabras que se escribían con equis y que se pronunciaban con /j/ debían ahora escribirse con jota, y ya no con equis.
La defensa de la ‘x’ coincidió con la lucha por la Independencia (1810-1821) de México.
A principios de este siglo, la materia resultó zanjada. Y es universal en la lengua española el uso de esa ‘x’, con sonido de jota, para nombrar a la más populosa comunidad hispanohablante y palabras derivadas.