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De corceles dorados

De corceles dorados
Sergio Ramírez. EFE/Bienvenido Velasco

El niño Sergio Ramírez tenía una gran ventaja por encima de los otros chicos: su padre era dueño de una tienda de abarrotes frente a la plaza de Masatepe (Nicaragua), su pueblo natal. Por lo que todos los acontecimientos los veía en primera fila: los entierros, las procesiones, las bodas…

Entre esos eventos incluimos las ferias patronales en honor al Cristo de la Santísima Trinidad, donde el futuro escritor disfrutaba la llegada fiel del carrusel ambulante.

Unas de las primeras sensaciones inolvidables están asociadas con el carrusel. Bien temprano se acercaba a ver cómo armaban ese portátil rompecabezas gigante y observaba con tristeza cuando la atracción era desmontada para irse a otra comunidad.

Se recuerda montado en uno de esos corceles de madera, pensando que él lo dominaba al tener tensas las riendas del animal domesticado, y se dejaba llevar por la vibración del motor que permitía que ambos dieran vueltas y vueltas.

“Eran unas esculturas de caballos bellísimas. Yo las acariciaba y los operarios malvados me decían que les gustaba comer pan, y yo iba a mi casa, tomaba el pan de la cena y se lo ponía en sus bocas. Obviamente, luego los operarios se los comían”, ríe desde Madrid el presidente de Centroamérica Cuenta, festival literario que ocurrirá en Panamá del 22 al 26 de mayo.

Su novela más reciente es El caballo dorado (Alfaguara), sobre el tormentoso amor entre una princesa de la nobleza rural de los Cárpatos, de 17 años, y un escultor, de 30 años, convencido que había inventado el carrusel. En el medio hay traiciones, robos, persecuciones y asesinatos.

Centroamérica Cuenta

Durante el festival, Sergio Ramírez presentará El caballo de oro el 24 de mayo, a las 11:00 a.m., en la Librería El Hombre de la Mancha (Multiplaza).

El 25 de mayo, a las 4:00 p.m., en el Teatro Nacional, estará en la mesa “De orilla a orilla: Centroamérica y el Caribe”, y luego a las 8:00 p.m., en la mesa “Memoria y experiencia como fuentes de la identidad”.

El 26 de mayo, a las 6:00 p.m., en el Teatro Nacional, participará en la mesa “La ciudad como escenario”.

Procesos

Un novelista y un escultor tienen oficios similares. Uno con el abecedario y el otro con la madera moldean y pulen hasta lograr hermosas creaciones como en tu caso El caballo dorado.

La literatura es una gran mentira. ¿Cómo se aplica ese principio en El caballo dorado, donde se combinan las confesiones con las complicidades y la imaginación?

Hice la trama fingiendo una época y una realidad. Ocurre en países donde no he estado, en una época de la que solo he leído, aunque hay una conexión histórica y cultural entre el imperio austrohúngaro y las dictaduras militares centroamericanas. Por ejemplo, la familia de Henri Menier sí tenía plantaciones y fábricas de chocolate en Nicaragua, golosinas que eran famosas en Francia. Esa familia da para una novela aparte porque creía en el socialismo laboral, proyectos de vivienda para sus trabajadores, escuelas para sus agricultores, cuando en nuestros países las plantaciones se regían casi por la esclavitud.

Hay muchas subtramas dentro de la historia central, representadas en informes policiales, dictámenes y actas judiciales. ¿Cómo construir tantos relatos sin perder el rumbo?

Están armados como si fueran un carrusel. Es el mismo proceso de ver cómo unen las piezas portátiles del carrusel: los travesaños donde colgaban los caballos, las cenefas, los biombos, las plataformas… De eso se trata la literatura: construir una estructura que pueda girar y girar.

Vienes de una familia de músicos y el carrusel consta de una caja con un repertorio musical. Hablemos del ritmo en la literatura.

Los libros siempre deben tener música, deben tener distintos ritmos, sostener una melodía, a veces lenta y en otras rápida. Es como armar una orquesta y saber cuándo entra cuál instrumento, y eso depende de la partitura, del texto literario.

Esta novela es sobre la melancolía y el sentido del humor.

Sí, es una novela cervantina. Vuela con esas dos alas. No cae en la chabacanería ni en la vulgaridad, que son el fracaso del humor. Se sostiene, desde la melancolía, que no es un grito, ni un discurso, pero sí debe tener la ligereza de la literatura, como la concebían Calvino y Kundera.

El caballo dorado es casi una novela gráfica repleta de grabados, dibujos, retratos y viñetas.

Me divertí agregando todo eso. Tengo pasión por la tipografía. Tengo sangre de editor. Cuando creamos la Editorial Universitaria Centroamericana, muchas de las portadas de los libros las hice yo. En esa época, las letras las enviaban en pliegos y había que desplegarlas para formar las palabras. Me gusta el diseño gráfico porque piensas en los márgenes, los espacios en blanco, la selección y el tamaño de las imágenes… Usé muchos catálogos. Me divertí en el proceso de selección y escogí la tipografía de la novela. Fue un divertimento paralelo a la invención de este libro, como si fuera una instalación artística. Fue un halago que la editora de El caballo dorado no me objetara nada de lo que propuse.

¿Fue un acto consciente que tomarías distancias de la Nicaragua de hoy al construir el argumento?

Sí, desde el principio. No quería hacer una historia sobre la realidad contemporánea, aunque mantengo mis obsesiones sobre la relación entre Latinoamérica y Europa. Sabía que esta novela terminaría en Nicaragua con el presidente José Santos Zelaya. Quería también hablar del mexicano Julio Sedano, quien murió fusilado por espía y por mentiroso porque se inventaba sus informes. Fue secretario particular de Rubén Darío y cuenta la leyenda que el poeta inventó que Sedano era descendiente del emperador Maximiliano de Austria.

Esa conexión entre ambos mundos queda patente con la presencia de Europa en los escritores latinoamericanos.

París fue el gran imán de modernistas como Carpentier y Asturias, autores que descubrieron sus claves narrativas, sobre sus respectivos países, cuando estaban en Francia. Esta relación ha sido muy emocionante y ese círculo lo rompió mi generación, por ejemplo, Skarmeta y yo nos fuimos a Alemania. Hoy el gran eje es Madrid y Barcelona, donde viven muchos escritores latinoamericanos.

Cada libro es distinto a otro. Comenzaste El caballo dorado en el 2017, cuando aún vivías en Nicaragua, luego avanzas en Costa Rica y la terminaste exiliado en España. ¿Cómo fue escribirla a salto de mata?

Esta novela no es fruto de la meditación sino del descubrimiento del camino que yo iba tomando. Fue escrita un poco a ciegas. Disfruto de la literatura que no me indica a dónde va. Cuando escribo no trazo un itinerario, ni un paso a paso, no hago resúmenes. Eso sería llevar esquemas. El disfrute real de la literatura es crear línea tras línea, que la invención me lleve.


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