Hablar de Cristian Alarcón es hablar de letras. Tras su rostro afable y plática agradable, se encuentra uno de los referentes del periodismo latinoamericano.
Su hoja de vida profesional es extensa y abarca desde las salas de redacción, las aulas de clases y hasta las ferias del libro de diferentes países, solo por mencionar algunos ámbitos en los que se desenvuelve. Siempre contando y analizando lo que ve; siempre compartiendo lo que sabe y piensa.
Precisamente, esta aparente imposibilidad de quedarse quieto y de dejar de crear lo llevó a escribir su primera obra de ficción: El tercer paraíso, con la que ganó el Premio Alfaguara 2022. Una novela que se podría definir como una travesía botánica, un viaje a los recuerdos, al dolor, con una visión que muchos tildan de feminista.
Entre sus viajes por latinoamérica para presentar su nueva obra, Alarcón estará en la Feria Internacional del Libro de Panamá y compartirá aquí anécdotas de su vida y novela. En una entrevista para este diario, adelantó un poco sobre los trasfondos de su obra, de la cual es consiente que no será fácil de digerir por todos sus lectores.
¿De qué va la obra?
En parte es la historia de un clan familiar. De mujeres asoladas por la violencia patriarcal y que luego replican al criar a sus hijos a azotes, al censurar sus diferencias, al pretender una normalidad que les ha sido enseñada, como dicen ustedes en Panamá: a puros trompones.
¿Es su novela feminista?
A estas alturas, todavía no me siento en condiciones de defenderla en una categoría tan compleja como la del feminismo. Se dice que es una novela feminista, queer botánica, porque en definitiva sí hay una construcción con una mirada “marica”, oblicua, sobre las mujeres. La mirada de un niño criado en las faldas protectoras de su abuela, mientras es amasijado por la cruel mano de la madre que intenta reformar su condición de gay. Que la vemos asustada en esta vieja creencia que cualquier homosexual necesariamente va a ser un infeliz.
¿Qué le resulta más difícil, la crónica o la ficción?
No puedo hablar de niveles de dificultad, porque cuando yo escribía crónica siempre lo hice sumergido en la curiosidad. Y en el caso de la novela, la curiosidad inmensa que me producía el sentirme liberado del conocer la verdad, tal como la concibe el periodismo.
Escribió esta novela durante la pandemia y conociendo su trayectoria como periodista, ¿por qué se inclinó a la ficción en lugar de una crónica?
Un capricho.
¿Qué tanto influyó la muerte en esta novela?
El personaje de la novela es atravesado por el virus (SARS-Cov2) en determinado momento y esto lo conmueve, lo estremece. Y le produce algo que desconocía, que era ese miedo visceral a dejar de existir, el miedo a dejar solo a su hijo. Creo que en esta experiencia de sentarnos frente a la posibilidad de la oscuridad absoluta, algunos salen fortalecidos y a otros no los abandona el temor.
¿Qué papel han jugado las plantas en su novela?
Han hecho que tenga nuevos lectores, lo cual me emociona. Sobre todo mujeres mayores de la edad de Alba, una de las protagonistas, que llegan a mí porque creen que mi libro es básicamente un curso de jardinería o una especie de regocijo de los sentidos, solo vinculado a la existencia misma de las flores como expresión de la belleza.
Y además de atraer nuevos lectores, ¿Qué más ha provocado?
También hace que el libro funcione como un nexo entre las nuevas generaciones, los nietos o bisnietos de estas mujeres, en el que la evidencia se transmite a través del conocimiento, que ya no es el de la cocina, de la gastronomía, de la educación sentimental, sino el de la semilla. Ese tallo que nos han regalado para ver si logra germinar en otro hogar. Ese tipo de hecho humano que es el dar. El dar algo que está vivo, es como parte de una lógica del reciclaje afectivo, de apuesta amorosa, en estos tiempos de incertidumbre y que vuelve mucho más significativo, algo que antes de la pandemia muy pocos lograban ver.


