Yo, que ya nunca podré acomodar los dedos pulgares en el incómodo teclado de la pantalla del teléfono, y que, como no aprendí las tediosas reglas de los manuales de mecanografía, sigo escribiendo con los índices, debo aceptarme como un homo analogicus que emigra, con temor y temblor, a la era digital, y busca vivir en ella.
Extraño siglo veintiuno. Aquí se hacen las cosas de manera diferente. Un niño que aún no aprende a hablar, repasa el dedo sobre la fotografía en el viejo álbum en el intento de moverla, hacerla desfilar. Es un nativo digital que cuando entre en la escuela no sabrá nada de cuadernos de papel, y se sentará frente a una pantalla. Y solo verá las cámaras fotográficas en la vitrina de un museo.
La inteligencia natural convive con la artificial, y se defiende, mientras pueda. Hoy, los mega cerebros digitales lo saben todo y lo recuerdan todo, su poder es invasivo y se convierten en verdaderos depredadores. La inteligencia artificial, sin límites de responsabilidad, está dando paso aceleradamente a la delincuencia artificial. Y las leyes penales son obsoletas, están hechas sólo para seres humanos.
Cerca de una docena de escritores, entre los que se encuentran best sellers como John Grisham, Jonathan Franzen y George R. Martin, cuyas novelas han sido la base de la afamada serie Juego de tronos, han interpuesto una demanda judicial en Nueva York en contra de OpenAI, creadora del ChatGPT, por “el robo sistemático a escala masiva” de sus obras.
La semana pasada, cerca de una docena de escritores, entre los que se encuentran best sellers como John Grisham, Jonathan Franzen y George R. Martin, cuyas novelas han sido la base de la afamada serie Juego de tronos, han interpuesto una demanda judicial en Nueva York en contra…
— Sergio Ramírez (@sergioramirezm) September 26, 2023
Los chatbots, tales como el GPT (transformadores generativos preentrenados), al ser alimentados con obras literarias son capaces luego no solo de recordarlas literalmente, sino de reproducir contenidos y estilos para escribir obras paralelas que se parezcan a las originales, en el lenguaje característico del autor. Es decir, un inspirado, o descarado plagio.
El ChatGPT es capaz de responder a preguntas complejas, elaborar informes técnicos y tesis de grado, y traducir cualquier lengua. Lo mismo puede hacer Bing, otro de los cerebros artificiales, o Bardo, más sofisticado, porque es una “herramienta creativa” capaz de escribir odas o sonetos, o versos blancos, a solicitud y gusto del cliente.
Pero además de plagiarios, estos cerebros tienen otras inclinaciones malignas. Los “deepfakes”, por ejemplo, producen imágenes y voces que toman como modelo a una personal real, y se adueñan de su apariencia y de sus expresiones. A través de estos “medios sintéticos”, alguien aparece en pantalla dando opiniones que no son las suyas, calumniando o difamando a otro, y son capaces de engañar hasta a los mismos algoritmos y a los identificadores biométricos. Estas “personas alternas”, que se apropian de tu alma y de tu cuerpo, pueden estafar y defraudar, hipotecar lo tuyo, abrir en tu nombre cuentas bancarias, o vaciarlas.
O prestarse al ejercicio de la pornografía infantil. Los deepfakes son capaces de desnudar a las personas. El cerebro artificial imagina el cuerpo, tras calcular sus volúmenes y proporciones, y le quita la ropa, sea un adulto o un niño. Es lo que acaba de ocurrir en España con unos menores de edad en Extremadura.
En todo hay grandes paradojas. La inteligencia artificial no se creó sola, es hija de la inteligencia natural. En las escuelas de primaria en Silicon Valley, adonde acuden los hijos de los inventores de la inteligencia artificial, allí donde se diseñan y fabrican los grandes cerebros capaces de delinquir, el uso de cualquier artefacto electrónico está proscrito.
Preparan a los niños para la vida como seres análogos, como futuros emigrantes, lejos aún de la enajenación del mundo de los nativos digitales. Las maestras son de carne y hueso, las pizarras son de verdad, y se escribe sobre ellas con tiza, y los niños utilizan cuadernos de papel, lápices de grafito, y bolígrafos.
Quienes están cambiando el mundo inventando cerebros capaces de alterar la vida social de manera tan profunda, y abrir el futuro a planos insospechados, reservan para sus hijos el pasado tradicional que puede tocarse, mientras afuera la irrealidad se multiplica en espejismos para que lo falso sustituya a lo verdadero, libros, rostros, voces.