Situado en el centro de la ciudad de Panamá, surgió un lugar mágico e inolvidable que brilló como un faro de luz en el horizonte de la música y la tradición istmeña. Este espacio icónico de épocas de transformación y esperanza, se convirtió en un santuario donde se reunían los sueños de una nación en movimiento.
El Cosita Buena, ubicado en la transitada vía Fernández de Córdoba en Pueblo Nuevo, se estableció como un punto central de la cultura, un crisol de talento donde los sonidos del acordeón, el ritmo de la caja y el eco de los güiros se fusionaban para dar vida a la música típica panameña en su forma más auténtica.
Bajo su techo, resonaban las voces de figuras legendarias como Alfredo Escudero, Victorio Vergara Batista, y Dorindo Cárdenas, cuyas interpretaciones transportaban a los presentes en un viaje de sonidos con influencias indígenas, africanas y españolas. En esa icónica pista surgían melodías que narraban historias de amor, lucha e identidad, encarnando la esencia de una cultura viva y vibrante.
El lugar inspiró varias canciones populares, incluyendo una dedicada por Alfredo Fello Escudero y su conjunto Los Montañeros (Al Jardín Cosita Buena), en la que se destaca especialmente la emotiva saloma campesina de su esposa, Leonidas Moreno.
Versos profundos
Cecilio Chilito Higuera Osorio, célebre productor de programas y música típica en radio y televisión, presentó múltiples bailes y cantaderas en El Cosita Buena en las décadas de 1980, 1990 y 2000.
En una tarde de julio de 1987, Benjamín Min Acevedo irrumpió con su “sentimiento de juglar”, deleitando a los presentes conversos que resonaban en el alma. A su lado, el maestro de la guitarra Esteban Domínguez desplegó su destreza, tejiendo acordes que complementaban la lírica melancólica del poeta, creando un flujo armonioso y conmovedor.
Mientras tanto, Agustín Rodríguez tomaba la voz con versos evocativos, como “rasga la noche el silencio”, sumergiendo a la audiencia en la calma de los muertos y en la hondura de la noche. Su canto exploraba los misterios del mundo, como la vida y la muerte; desentrañaba recuerdos como el desamor y la separación, y resonaba en lo más profundo del ser, mientras las cuerdas de la guitarra aportaban un contrapunto vibrante, creando una atmósfera cargada de intensidad y reflexión.
Con su sombrero pintado y camisa de manga larga, Chilito Higuera, un ocueño de 64 años, nos ofrece una visión única del lugar: mientras los capitalinos más encumbrados tenían su Club Unión para celebrar fiestas y reuniones exclusivas con traje y corbata, los que migramos del interior contábamos con los jardines de baile democráticos para disfrutar a nuestra manera y con nuestra propia música: El Rugido, El Maritzel, El Suspiro, Mi Linda Gloria, Jardín La Parra, La Llave de Oro, Las Américas y, por supuesto, El Cosita Buena.
De hermano a hermano
Peregrino Dimas Cárdenas despeñó un papel destacado en esta historia. Nacido en Agua Buena de Los Santos, a los 12 años se trasladó a la capital de Panamá para estudiar economía. A partir de los 16 años, se convirtió en una especie de manager artístico de su hermano, el acordeonista Dorindo Cárdenas -sí, el mismo del tema El Solitario-, en El Orgullo de Azuero, situado frente a lo que hoy es Bingos Nacionales, y juntos constituyeron la empresa Orca S.A.
En esa misma área se encontraba el Jardín Atlas, su competencia, gestionado por la empresa Decato, S.A., en la que participaban, entre otros, los hermanos Manuel y Agustín Tincito Decerega, Yin Carrizo y Ceferino Nieto. Jaime Esteban Decerega, nieto de Tincito Deceraga, lo cuenta así: “Fue mi abuelo quien bautizó al Cosita Buena allá por 1970 y lo mantuvo hasta 1977, año en que lo vendió a la Cervecería Nacional, que lo alquiló en 1978 a Orca S.A. Inicialmente, mi abuelo gestionaba el jardín Ticeño en calle 17, que luego se convirtió en el Atlas”.
El jardín estuvo en funcionamiento hasta 1977, año en que fue puesto a la venta. Una vez Peregrino empezó a administrarlo, vio su potencial y le dio vida, ya que ahora se encontraba en un lugar mucho más accesible que Santa Ana, recuerda hoy -46 años después- su hija, Lizbeth. La primera noche de la re-inauguración en 1979 hubo una presentación de Dorindo Cárdenas y Yin Carrizo. Dos titanes que llenaban pistas.
También El Cosita Buena fue sede de eventos masivos. Por ejemplo, en 1994 acogió un cierre de campaña política de Ernesto Pérez Balladares y en 1998 albergó una convención del Sindicato Único Nacional de Trabajadores de la Industria de la Construcción y Similares.
Pintas bien frías, besos apasionados y sancocho caliente
Ovidio Quico Quiel, originario de Cuesta de Piedra en Volcán, era asiduo visitante del jardín a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980. Recuerda que bailar allí costaba alrededor de dos dólares, precio que aumentó gradualmente con el tiempo. Inicialmente, la administración contrataba a una persona, a quien llamaban el “cotero”, para marcar con una grapadora el cuello de la camisa de los hombres, lo que se conocía como “tag” (¿o “tax”?). Las mujeres no pagaban. Había una pista en la que podían bailar más de 2 mil parejas, todas apretujadas, girando al ritmo de la música.
Ellas se sentaban en taburetes alrededor de las mesas en grupos, mientras ellos daban vueltas para identificar a su candidata ideal. Una vez que comenzaba una pieza, extendían la mano y si ella se levantaba para bailar, era una señal de que había habido una conexión inicial.
“Pero si no sabías bailar o te acercabas demasiado sin su consentimiento, ella podía dejarte en medio de la pista y eras el chiste de tus amigos”, recuerda Quiel, hoy a sus 70 años de edad. En cambio, si las cosas iban bien, la llevabas al centro de la pista, al “concolón”, donde una luz más tenue invitaba a un beso apasionado. Unos abanicos gigantes trabajaban a toda marcha mientras el acordeonista y su conjunto cantaban y bailaban en el escenario. Gritos, aplausos, resonaba en las bocinas la poderosa voz de los animadores... y más música. En las mesas de las damas, las rondas de cervezas o gaseosas iban y venían, cortesía de pretendientes y bailadores.
Muy cerca, en las fondas, se destacaba la colorida ensalada de papa, la hojaldre, el puerco frito o el tasajo de carne de res seca. Yuca, chicharrón e incluso, en la madrugada, sancocho para aquellos que habían bebido en exceso y necesitaban recuperar energías.
Amigos, amores y narradores
Fue en El Cosita Buena donde Chilito Higuera conoció al periodista Álvaro Alvarado, un joven amante de la salsa recién llegado de Chitré que sería reclutado para siempre por la música típica junto a varios amigos de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Panamá a finales de la década de 1980.
En aquellos tiempos difíciles, marcados por batallas campales en las calles entre los partidarios del dictador Manuel Antonio Noriega y los civilistas, y la lucha diaria por sobrevivir en un entorno económico y político tumultuoso, los fines de semana en la vía Fernández de Córdoba significaban diversión, fiesta, cantadera y baile. Fue allí donde Chilito se enamoró de la madre de su hija Milagros, quien actualmente tiene 25 años y es ahijada de Alvarado.
Álvaro, de 57 años, recuerda con nostalgia las presentaciones en las que los locutores, frente al micrófono de Radio Melodía, la emisora oficial de El Cosita Buena, anunciaban: “desde el jardín de los grandes acontecimientos” o “desde la sala de cantadera José del Carmen González…” Sus voces y sus nombres también marcaron huellas: Rubén Darío Campos, Jorge Isaac Guevara, Visael Jiménez, Isidro Junier Vargas, Fredy Velásquez, Junior Osorio y Jorge Aquiles Domínguez.
Por su labor como reportero de televisión, a finales de la década de 1980 un día la familia de una niña chitreana con problemas de crecimiento lo contactó para compartir su historia y la falta de recursos para financiar su tratamiento. Junto con sus amigos decidieron pedir prestado el jardín del Cosita Buena un domingo para organizar una fiesta benéfica y recaudar fondos. El evento fue un éxito y así comenzó la carrera de Álvaro en la organización de eventos.
Fueron célebres las tardes de cantadera y bailes organizados por Alvarado, así como los concursos infantiles de décima y tamboritos a cargo del también periodista Julio César Caicedo.
Cayó Noriega en diciembre de 1989 con la invasión de Estados Unidos, fue electa Mireya Moscoso la primera mujer presidenta del país en 1999 y Panamá recuperó el Canal de manos de Estados Unidos en diciembre de ese año. Y el El Cosita Buena seguía allí.
Pero para 2002 las cosas empezaron a cambiar. Las quejas de los vecinos por el ruido, algunos robos al local y el aumento del precio del arrendamiento fueron factores decisivos para que los Cárdenas dejaran el negocio. Luego, la administración la tomarían los hermanos Sandoval, pero no por mucho tiempo. El 17 de enero de 2003, con un baile de Samy y Sandra Sandoval, autores del tema Adiós, Amor, Adiós’, El Cosita Buena cerró de manera definitiva. Fue el fin de una era.
Domínguez, nacido en Tonosí, Los Santos, dice que el cierre “representó el final de un capítulo que dejó una huella imborrable en todos”, especialmente para en interioranos.
Si bien aún existen algunos centros de entretenimiento similares, con la excepción de Los Bohíos Alegres ubicado en la Transístmica, la mayoría se encuentran alejados del centro de la ciudad, como La Unión en La Chorrera, La Macaraqueña y El Canajagua en la 24 de Diciembre. Estos lugares ahora sirven como escenarios para una nueva generación de músicos, entre los que se incluyen figuras como Jonathan Chávez, Raúl Aparicio y Alejandro Torres.
A pesar de los cambios, como apunta Álvaro Alvarado, “El Cosita Buena siempre permanecerá en el corazón de generaciones y generaciones de panameños”, demostrando así la profunda conexión emocional que estableció con la comunidad.
Músicos y cantadores que pasaron por El Cosita Buena
Entre los músicos que contribuyeron al prestigio de El Cosita Buena sobresalen: Ulpiano Vergara, Osvaldo Ayala, Dagoberto Yin Carrizo, Roberto Papi Brandao, Lucho de Sedas, Teresín Jaén, Roberto Fito Espino, Ceferino Nieto, Arcelio Chelo Mitre, Alfredo Escudero, Dorindo Cárdenas, Victorio Vergara Batista y Los Hermanos Sandoval.
Además de estos icónicos músicos, Lizbeth, hija de Peregrino Cárdenas, menciona que El Cosita Buena fue testigo del ascenso de artistas como Manuel de Jesús Abrego, Abdiel Núñez, Manuel Nenito Vargas, Inocente Chente Sanjur, Herminio Rojas, Víctor Bernal, Maximino Chimino Moreno, Isaac De León, Víctor Céspedes, Raúl Aparicio, entre otros, quienes contribuyeron a enriquecer aún más el legado musical.
Entre los juglares y poetas del interior del país que cantaron en el llamado “escenario de la fama”, destacan: Antonio Toñito Vargas, Rafael Lili Samaniego, Bolívar Barrios, Benjamín Min Acevedo, Miguelito Cano, Miguelito Rivera, Agustín Rodríguez, Prudencio Ramos, Artemio Bebito Vargas, Armando Aizprúa, Frank Gutiérrez, Avelino Montenegro, Antonio Toñito Vásquez y Hermenegildo Moyo Cisneros.