El Carnaval de Río de Janeiro, el del sambódromo de la avenida Marqués de Sapucaí, es la mayor expresión artística al aire libre. En contadas ocasiones, ese escenario, obra del genio de Óscar Niemeyer, ha homenajeado una nación, como en el caso de Panamá la noche del sábado 2 de marzo de 2019.
Jessica Maia está curtida en menesteres artísticos y carnavalescos (reina en 2018 del carnaval carioca y sin atavíos, portada de Playboy). Radicada por diez años en nuestro terruño. Con su idea de que desfiláramos por el templo de Niemeyer, como pocos países, mostró su admiración por esta patria, que nos salió del mar, como el propio Cristo de Portobelo, o para los comentaristas expertos (y no badulaques) de la Red Globo de televisión ‘El Cristo Negro de Panamá’.
Esa imagen arribó de puerto español hace siglos, con escala en Portobelo, pero su destino, por mar, era Cartagena de Indias. Cada vez que la embarcaban algo sucedía: se averiaba el buque, se hundía, aumentaba su peso o llegaba una tempestad. Se decidió no moverla. Empezó el ritual, que se exalta el 21 de octubre, cuando la bella Portobelo resulta intransitable, por los peregrinos que se trasladan del Pacífico al Caribe, 80 kilómetros de caminata, como indica la canción samba que interpretó por 80 minutos, sin cesar, un grupo de sambistas liderados por Serginho do Porto. Obrigado, Serginho y líderes de la Estacio. Ganó su puesto en el Grupo Especial para el Carnaval siguiente.
Esa imagen representó lo mejor de nuestra nación, con su biodiversidad excepcional; el 5% mundial, en un territorio de 77 mil kilómetros cuadrados. Habitan más especies y variedades que en otros territorios de América.
Se unió la religiosidad panameña y brasileña: el Cristo apaleado, la pasión, con latigazos y sufrimiento, en plena calle, es cubierto por el manto azul de la patrona de Brasil, Nuestra Señora de Aparecida. Un compromiso de fraternidad entre ambas naciones, y de nuestra veterana ciudad de 503 años y la festiva y pujante Río de Janeiro. Las religiones africanas llegan al rescate del portobeleño, en la figura de del Orisha mayor, Obatalá. Sincretismo. Vivir con él toca. Los dioses se apiaden de nosotros.
La historia y riqueza de Panamá en 22 alas de tunantes, cuatro carros alegóricos, presididos por personalidades patrias unánimes: Blas Pérez, Rosa Iveth Montezuma, Margarita Henríquez y Érika Enders, panameña de raíces brasileñas. Y 2,200 danzantes.
Fue la primera vez que eligió un tema foráneo a Brasil la Estacio de Sa, creadora hace 95 años del concepto ‘escola de samba’, con sus bloques, carros y destaques. De las 200 naciones, les caímos en gracia. Con ínfimo presupuesto oficial.
Estacio de Sa es uno de los barrios tradicionales de Río de Janeiro, y la escuela de samba incluye a los pobladores del cerro de San Carlos y otros vecinos. El coronel portugués Estacio de Sa fue el fundador de Río, que no es un río, sino la Bahía de Guanabara. Humanos nos equivocamos bastante.
Ismael Rivera, artista insigne de Puerto Rico, afrontó su adicción con su amor al Cristo Negro, cuya procesión anual no se perdía. Lo retrató para la posteridad en la interpretación de icónicas canciones.