Lo que le pasó a Yuri Guevara es una locura digna de un artista. Durante dos meses este panameño reivindicó en lienzos de tamaño respetable las sublimes formas femeninas. Y cambió el rol del hombre por el de un ser abstracto pero posible y convirtió el color en la celestina de la fiesta.
Todo cuanto refleja el cuerpo, que arropa al alma, abasteció a este artista en las semanas de su encierro en una especie de taller para el arte cuya inspiración puede ser la Factory de Andy Warhol.
Fue en este espacio experimental del final de la avenida Cincuentenario, a una cuadra de Atlapa, que Yuri trazó sin pudor la silueta y las formas de mujeres que se deshacen de placer y de dolor. Y de otras en estado virginal. Y las llenó de color y de vértigo y las rodeó de geometrías equiparables a las de la naturaleza y que se mueven y descifran el lenguaje del autor.
“Acá he tenido la oportunidad de vivir el ideal de un artista: materiales suficientes, musiquita, aire, soledad y silencio”, comenta Yuri en el taller donde afinó un “lenguaje artístico propio” y pudo trabajar “por fin” a sus anchas, en el mismo lugar donde él expondrá por primera vez en Panamá. Se trata de Almanza Art Space, de la Fundación Ramón H. Almanza abierta por el maestro artístico con el mismo nombre y dirigida por Ivette Castro.

“Celebrar la exposición de Yuri significa la culminación de un sueño, el de promover artistas nacionales a través de espacios donde se les brinda el apoyo absoluto para que impulsen su carrera”, destaca Almanza sobre este apadrinamiento que semeja el de Warhol con los artistas marginados de las galerías de Nueva York pero que eran reyes en sus calles.
Los experimentos
El niño humilde pero feliz que tomó un trozo de cartón para construir un barco y presentarlo luego a una profesora incrédula de aquel prodigio --y quien por ende lo obligó a hacer otro de cartón delante de ella--, es el mismo hombre de 45 años que recuerda dónde nacieron los pobladores de su obra.
“No es raro ver barquitos en mis cuadros; y estoy seguro de que tampoco lo es sentir la lúdica ni quizás escuchar la música”, valora este pintor hijo de un padre dedicado en ocasiones a la escultura y de una madre nacida en Puerto Armuelles y que cuando podía les contaba a sus hijos las pericias de la abuela para cocinar todos los días la comida con la que avituallaba los barcos. “Ella ejemplifica el trabajo con lo que haya para hacer”, sostiene.

Como pudo aprendió a tocar guitarra, aunque nunca como un hermano suyo “que llegó a interpretarla muy bien”; y luego, ya en la Universidad de Panamá, adelantó tres años de arquitectura. “Me salí por escasez de recursos económicos, porque en Panamá esa carrera es tan cara como la de medicina”.
De la universidad le quedó una mención honorífica otorgada por la Embajada de Bolivia tras haber convocado a los jóvenes panameños interesados en ilustrar un conflicto marítimo de ese país suramericano. “Al principio no tenía muchas ganas de participar, pero lo hice por la satisfacción del deber cumplido. Investigué sobre el tema y quedé entre los primeros”.
Como quería ser artista de lo que fuera, intentó primero con las marionetas, “haciendo teatro de títeres” en un programa de TVN. Más adelante se dedicó a la danza y al teatro y leía mucho de la arquitectura orgánica y sobre Picasso, Jason Pollock, Paul Cli y Olga Sinclair. En la obra de esta panameña advirtió que la figura humana es proyectable en el lienzo del artista y que lo abstracto, como el color, lo puede todo.
En casa, como podía, practicaba la pintura incorporando lo que su cuerpo expresaba feliz en las tablas. En medio de aquella soportada economía de las estrecheces, la voluntad le daba para presentarse en concursos locales. Y juntando reales para completar lo del diablo rojo, se aventuró a moverse a la vía Argentina, donde caminando dio con la pequeña galería de Almanza. “Era un local pequeñito. El maestro estaba ahí, y nos presentamos. Me hizo comentarios y recomendaciones de lo que llevé. Lo bonito fue que me regaló unas hojas especiales para pintar. Cruzamos teléfonos”.
Pasaron los años, y en los meses previos a la pandemia, Yuri obtuvo el segundo lugar del Concurso Nacional de Artes Visuales Roberto Lewis. “Estuve muy cerca del primer puesto, pero sobre todo gané mucha confianza”, recuerda antes de mencionar que debido a la cuarentena mundial suspendió su proyecto de viajar a otro país a “aprender más”. Quedó en el aire.
A principios de 2023 le llegó un chat imprevisto de Almanza: “En unos meses inicio las residencias artísticas. Quiero estrenar este proyecto contigo”. Llegó a Almanza Art Space en octubre, semanas antes de las marchas. Afuera, en las calles, un frágil equilibrio amenazaba con hacerse añicos, no sin antes bambolearse con miles de panameños cantando su ira. Yuri la detectó y alcanzó a agregarla en esta serie sobre el jolgorio de los cuerpos que se encuentran y se funden en el frenesí del arte, en estos cuadros que son un carnaval.