¿Con qué criterio una palabra ingresa a un diccionario, bautizo que le otorga legitimidad ante los usuarios?
¿Hay más de lógica en esa decisión o pesa la arbitrariedad, o ni una ni otra?
Dos referentes de los estudios de la lengua española, que fueron profesores de la Universidad Complutense y miembros de la RAE, testimoniaron sus dilemas ante el desafío: Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) y Manuel Seco (1928-2021). Operadores de la lengua preguntan sin cesar: ¿Esa palabra está en el diccionario?, ¿qué dice la RAE?
Seco, miembro de la RAE por 4 décadas, admite: “En algunos aspectos, la Academia se toma una libertad discutible y discutida”, precisa. Releva al académico de esa responsabilidad. “Las normas se introdujeron sin consultar a los académicos; lo hizo una comisión, aunque luego lo tenemos que suscribir todos”.
Si alguien reclama por una decisión sobre un vocablo y su uso/usos, Manuel Seco se declara no culpable:
“Yo soy inocente”. Y endilga hacia otros la obligación: “Tendrá que haberse llevado a la Academia a los tribunales”.
Una forma bienhumorada de don Manuel para expresar las dificultades a la hora de determinar el ingreso o no de un vocablo en un diccionario, el fundamental DRAE, hoy rebautizado DLE (Diccionario de la Lengua Española). Ese diccionario reúne casi 100.000 palabras. El 70%/80%, de origen latino.
El Diccionario de Americanismos consta de 70.000 vocablos y frases, de los cuales una parte es compartida en el DLE.
Madrileño, disponía de los razonamientos suficientes para exponer su alerta. Autor de textos esenciales: Diccionario de Dudas y Diccionario del español actual.
El diccionario recoge la mayor cantidad de vocablos. Fueron notariados. Están en las páginas amarillas.
Pero no están todos los que son y en ese inventario perviven “fantasmas”, de los ámbitos coloquial y culto. ¿Qué porcentaje ha caído en desgracia o está en banca para nuevas andanadas?
En el hervidero cotidiano, los usuarios se tropiezan con derivados legítimos que nunca tendrán un rincón en ese inventario, ya sea salidas poéticas o no, de jergas técnicas, coloquiales. Sospecho que no serán bienvenidos en las próximas paradas trolear, meme, chumerri, feminazi o piscinazo, que lo escribió una madre feliz con la clausura de las vacaciones escolares de su hijo. El sufijo “azo” es productivo en el pago panamensis, con madrugonazos, carnavalazos y golazos.
Prudencia. No puede incluirse en el diccionario todo aquello que se mueve, a la bulla de los cocos. Los vocablos están en un proceso de cocción, donde están en juego tradición e innovación.
Director de la RAE entre 1992 y 1998, Lázaro exteriorizó la paradoja de haber empeñado su voluntad y prestigio por vocablos que tan pronto integraron el diccionario general fueron ignorados por los hablantes, mientras que otros sobre los que hubo resistencia mostraron gran vitalidad.
El neologismo es indispensable, ya que, a través del lenguaje, conocemos el mundo nuevo. La palabra ”intrusa” no siempre es bienvenida por conocedores y otros usuarios de la lengua. Se requiere, por tanto, una estabilidad interna. “La estabilidad absoluta -precisa- es imposible”.
¿Qué encaja en nuestro sistema? ¡Qué no encaja? Ese es el dilema. La recepción de un vocablo foráneo puede ser de repudio o aceptación. ¿Cuánto necesitamos ese neologismo para comunicarnos?
Del árabe la alcancía es amplia: más de 4,000 arabismos están incorporados en el español. Afinar los argumentos para el ingreso de una palabra en el diccionario para evitar subir y bajar escaleras en los tribunales, por acción u omisión. Al neologismo se llega por necesidad social o individual, y puede enriquecer nuestro vivir.
El autor es docente, periodista y filólogo