Como todo personaje político, el perfil de Xi Jinping, actual presidente de China, cambia dependiendo de a quién se le pregunte. Pero una palabra que seguro se repetirá en toda descripción es: poder.
Justamente, el pasado domingo 23 de octubre reafirmó su estatus de autoridad al ser reelegido por tercera vez consecutiva como secretario general del XX Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh). Ese mismo día citó a los medios de comunicación nacional e internacional, para dar sus primeras palabras.
Desde muy temprano El Gran Salón del Pueblo, el imponente edificio ubicado al oeste de la Plaza de Tiananmén (Pekín) y que desde 1959 ha sido testigo de diversos eventos políticos, se estaba preparando para la ocasión. Solo los vehículos identificados tenían acceso a la plaza, por lo que salvo la prensa y otros invitados, no había público cerca del área.
Tampoco había grandes parafernalias políticas u otro tipo de ostentaciones, solo un grupo de ondeantes banderas rojas adornaban la cúspide de 46 metros del edificio, pero era suficiente para transmitir el mensaje: que era un día importante.
Se necesitaba pasar por tres filtros de seguridad para acceder. En el primero se debía mostrar la invitación e identificación, el segundo era una cámara de reconocimiento facial y el tercero, un detector de metales.
Dentro del edificio el ambiente no cambiaba. No había imágenes propagandistas, ya sea a favor del líder del partido o para mostrar a los invitados internacionales el poder de China. Aunque no hacía falta, la arquitectura y majestuosidad de los detalles hablaban en silencio sobre la grandeza de un país que se sigue construyendo.
Alrededor de 600 personas se fueron reuniendo en El Salón Dorado, que fue escogido para la conferencia. Estaba apenas arreglado con sillas, pequeñas gradas para camarógrafos y fotógrafos, y en frente, una tarima con un podio y la bandera del partido único detrás; a sus espaldas un gran letrero rojo con el nombre del evento en chino e inglés (Reunión entre los miembros del Comité del Buró Político del XX Comité Central del PCCh con la prensa nacional y extranjera).
Una vez más, la organización optaba por la sencillez y dejaba que los grandes candelabros, columnas rojas con detalles florales dorados y techos decorados con pinturas, propios del lugar, fuesen la cara llamativa del evento.
Mientras las personas iban tomando los asientos previamente asignados, era notable la ausencia de hombres uniformados portando grandes armas para proteger a los futuros participantes. Era algo que se esperaría teniendo en cuenta que se reunirían los hombres más importantes de China, y algunos de los más importantes del mundo. Aunque solo bastaba una mirada más minuciosa para notar que gran parte de los hombres encargados de la seguridad estaban sentados entre el público, vestidos con trajes oscuros. Salvo por pequeños audífonos en una oreja, nada los diferenciaba del resto.
A las 12:00 m.d., con la puntualidad china, el evento comenzó. Las puertas laterales derechas se abrieron y en fila comenzaron a entrar los recién elegidos miembros del Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del PCCh encabezados por Xi Jinping, quien es seguido por Li Qiang, Zhao Leji, Wang Huning, Cai Qi, Ding Xuexiang y Li Xi. Todos iban vestidos con trajes oscuros, camisa blanca y corbata.

El salón se llenó de aplausos, pero nadie se puso de pie, para los chinos el protocolo es una gran muestra de respeto. Los políticos se acomodan en la tarima dejando al presidente en el centro. Xi es el único que saluda a los asistentes levantando la mano y mirando con una leve sonrisa toda la sala. Por segundos casi parece apenado por la ovación, pero para un hombre con más de 20 años de carrera política aquello es poco probable.
Una vez terminan los aplausos, son los clics de las cámaras fotográficas lo único que se escucha, hasta que el presidente se dirige al micrófono y el salón queda en completo silencio. No hay susurros, no hay clics o alguna imprudente tos; las alrededor de 600 personas que se encuentran en el acto esperan calladas a que el presidente hable, demostrando sin lugar a dudas otra de las formas que tiene el poder.
Xi Jinping saluda a los presentes. Su voz es tranquila, con un tono apacible y su mirada refleja serenidad. Habla pausado y va moviendo lentamente la mirada entre los asistentes, casi como si quisiese asegurarse que todos sientan que les habla directamente a ellos. No tiene nada de raro, la palabra camarada forma parte usual de sus discursos.

Y lo cierto es que a simple vista emite cierto aire de cercanía. A sus 69 años se muestra como un hombre sencillo y accesible, que de vez en cuando deja escapar pequeñas sonrisas, aunque está de más decir que tratar de acercarse a él es casi imposible.
Entre frases permite que el intérprete haga la traducción en inglés. Espera en postura firme, las manos a los lados y la vista mirando al frente, justo como lo han hecho el resto de miembros del comité durante todo ese tiempo. Él también sigue los protocolos.
Su discurso se basa en exaltar los logros obtenidos por el partido y la modernización de China. Habla, en general, no se atribuye directamente el éxito a él solo. También recuerda que si bien la marcha ya ha empezado, el objetivo de un país socialista moderno aún no se ha alcanzado por completo y alienta a todos a seguir trabajando unidos para conseguirlo. Este punto va dirigido a la sala completa, nacionales o no, y esto lo deja claro cuando afirma que “China no puede desarrollarse aislada del mundo y el mundo necesita a China para su desarrollo”.
Al finalizar, agradece a todos por su asistencia y se vuelven a escuchar los aplausos sin que alguien se levante de su asiento. El grupo en la tarima se dirige esta vez hacia la puerta de la izquierda. Xi Jinping saluda de forma casi discreta levantando la mano de vez en cuando. Camina erguido, relajado y sonríe. Un grupo de hombres lo sigue a una distancia prudente.
Antes de salir de la sala se topa con un conocido que lo acompaña en su andar. Es imposible escuchar lo que se dicen —tampoco lo habría comprendido—, pero por las expresiones de alegría no sería de extrañar que hablaran sobre el éxito del evento y los resultados del Congreso.
Una vez fuera del salón, su ausencia es más que obvia. Todos se levantan y las pláticas comienzan. Para la mayoría es la primera vez que se encuentran tan cerca del presidente de China y seguro será la última. Para el resto del mundo, su rostro seguirá siendo el del hombre que intenta despertar al dragón.


