La criminalística no nació en Londres o Nueva York, sino en una pequeña ciudad austríaca, donde el juez Hans Gross reunió en un manual en 1893 sus conocimientos, que sigue utilizando el FBI, aseguró el escritor Oliver Potzsch, quien recuperó estos orígenes en su novela El libro del sepulturero.
Se trataba del Manual para jueces de instrucción como sistema de criminalística, en el que este juez de la ciudad austriaca de Gras proponía, por ejemplo, que los investigadores llevaran un maletín de instrumental al escenario del crimen. Además, abordaba cuestiones como el aseguramiento de pruebas, la toma de huellas dactilares, de muestras de sangre y establecía la elaboración de perfiles, la balística y la medicina forense.
Al día de hoy, el FBI sigue usando ese manual, aunque actualizado, ya que “irá por su edición 25″, según explicó el escritor Oliver Potzsch en una entrevista con EFE, en la que aseguró, además, que le sorprendió mucho que fuera en una pequeña ciudad austríaca donde nació esta ciencia y por eso decidió recuperarlo en esta novela, que llega a las librerías en español.
En 1883 la policía francesa había empezado a utilizar un nuevo método de identificación, la antropometría. Entre 1892 y 1893, Francis Galton determinó los patrones de las huellas dactilares, verificó que son invariables a lo largo de toda la vida y que son únicas para cada individuo, mientras que la primera cátedra independiente de medicina legal se había establecido en Viena en 1804. Pero fue Hans Gross quien sistematizó todos los conocimientos y experiencias en su manual.
En la novela, Leopold von Herzfeldt, un joven inspector que se incorpora a la Policía de Viena en 1893 desde Gras, investiga el brutal asesinato de una criada con sus novedosos métodos de investigación, de los que desconfían sus colegas, a pesar de que revolucionarán para siempre la historia de la criminalística.
Eduard von Hofmann, reconocido como el primer autor de autopsias legales de la época moderna, tiene un papel destacado en la novela, en la que el inspector será ayudado en sus investigaciones por Augustin Rothmayer, sepulturero del Cementerio Central de Viena, y Julia Wolf, una joven operadora que, desde la recién inaugurada central telefónica, conoce los secretos de media ciudad.
”Lo que tenemos ahora, toda esa ciencia empezó en ese momento”, dijo Potzsch (Munich, 1970), uno de los escritores de ficción histórica más leídos en Alemania, cuyas novelas han vendido más de 3.5 millones de ejemplares en todo el mundo. Desciende de una de las principales dinastías de verdugos del país, lo que le sirvió de inspiración para escribir su primera novela, La hija del verdugo (2012).
Fue una época en la que no solo nació la criminalística, sino el teléfono (1876), el fonógrafo (1878), las farolas (1879), el automóvil (1886), el primer vuelo (1891) o la primera película (1895)..., citó el escritor, quien comparó ese período con la revolución digital que vivimos en la actualidad.
En la novela se habla del enfrentamiento entre los nuevos modos de investigar y los métodos obsoletos, así como la ausencia de mujeres investigadoras: las únicas mujeres que en la Viena del siglo XIX podían estar trabajando en una comisaría eran las telefonistas, por lo que recurre a la joven operadora Julia Wolf, que luego se convertirá también en la primera fotógrafa de la policía.
Y el sepulturero, el otro integrante del equipo investigador de la novela, representa al “CSI del siglo XIX”, indicó el autor.
A pesar de los avances que supuso este manual de criminalística, su primera edición de fin del siglo XIX decía algunas cosas “estúpidas”, explicó el autor. Por ejemplo, la idea que sostiene que en caso de envenenamiento “hay que sospechar de una mujer, porque cuando las mujeres matan a alguien utilizan el veneno”.