Un escritor es su vida desde los 8 hasta los 20 años, y el poeta Álvaro Menéndez Franco los vivió entre el Parque de Santa Ana, La Villa de los Santos y el periodismo.
Fue algo más de una década en la que Panamá hirvió de liberalismo y que el mundo combustionó con los totalitarismos y que enmarca el inicio del libro de homenaje al panameño, titulado El Poeta Notable - Antología Selecta, publicado por el escritor Jorge Iván Mora Zapata.
Menéndez Franco murió el 4 de julio de este año a la 11:45 de la noche, luego de un día de coincidencias premonitorias resumidas en esta frase suya: “Esa obra es mi llegada al Paraíso”.
Dice Mora que así se lo reveló el poeta en la última llamada telefónica que sostuvieron ambos, al mediodía, después de anunciarle que en cuestión de días “el libro pasará a la imprenta”.
El tomo, de tapa dura y de 355 páginas, tiene el respaldo editorial de M&G Editores, S.A., y resulta de unas 20 conversaciones que jamás decayeron en lamentos o reproches de parte del poeta. Su interlocutor lo recuerda “muy digno, sentado en una vieja silla de ruedas”, durante tardes enteras en la sala de “su casa de madera”.
Ubicada en el corregimiento de Ancón, la residencia de dos plantas “puede ser una de las más viejas” de la extinta zona canalera. Sigue casi intacta y es como una carcajada de la aurora. Del destino que llevó a su morador a vivir sus años finales precisamente ahí, muchas décadas después de que la ocuparan “soldados” como los que él fustiga en su elegía cruda y reivindicante: Ramas de la ramazón.
Las entrevistas se cumplieron en el segundo piso, por lo que Mora debió subir las escaleras originales, lisas y duras donde “el poeta precisamente se resbaló y quedó obligado a practicarse una operación muy complicada en la columna vertebral”.
Nunca se quejó, y más bien sus comentarios, los cuales secuencian la historia del país, compitieron en solemnidad con la mirada del retrato de su abuelo materno, colgado en la pared de la sala.
Joaquín Pablo Franco González, un médico liberal radical, nacido y expulsado de Colombia, arribó a Bocas del Toro en barco para sumarse a las tropas de Belisario Porras. Finalizadas las contiendas, el doctor terminó viviendo en La Villa de los Santos.
Surge aquí una aproximación entre Menéndez Franco y Mora Zapata, un escritor vallecaucano desterrado de su infancia por las violencias de Colombia. Víctima, junto a su familia, de desplazamiento forzado, recuerda ahora cuando bajó de su caballo para despedirlo antes de cruzar el río. Luego descalzó sus zapatitos de cuero, y en ese instante saltó al oficio de escritor.
De Santa Ana a La Villa
El comerciante español Castor Menéndez, oriundo de la provincia de Asturias, llegó a residir en Santa Ana en la década de 1920, pero la Guerra Civil Española lo obligó al regreso. Luchó con los republicanos, que perdieron, y buscó refugio en Francia. Retornó a Asturias en 1961 tras la mediación de las Naciones Unidas. Nunca volvió a Panamá.
Pero su hijo, el poeta novel de Santa Ana, se dedicó a leer clásicos infantiles, Pinocho y más adelante Tom Sawyer y Huckleberry Find. Su madre Mercedes era enfermera, lo que equivalía a “ser casi como un médico en Panamá”, sostiene Mora, y le hablaba de su papá, el miembro de la Resistencia española agrupada en Francia, y de su abuelo, el médico de la Guerra de los Mil Días de Colombia.
Las cosas se pusieron difíciles en un país abocado al comercio en medio de la Segunda Guerra Mundial. Menéndez Franco se trasladó a La Villa de Los Santos, adonde iba a pie a una escuela de Chitré hecha de quincha.
Y dice Mora que son esos años los que evoca en sus versos poblados por “campesinos y por indígenas que van teniendo unas expresiones en escenarios naturales, como el río, la montaña, el camino o la carretera”. Panameños anónimos que “sin intención panfletaria dibujan la patria con una voz de mujer”.
El cuento Hondas raíces, de Menéndez Franco, transcurre en el río La Villa y está emparentado con el río Misisipi de Tom Sawyer, y le mereció un premio literario en su colegio de Chitré.
Mora comenta que el poeta recordaba trémulo su vuelta a Santa Ana. En las entrevistas mencionaba que el parque nunca fue más bohemio ni mundano, porque lo gobernaban pensadores y poetas, actrices y profesoras, celestinas y periodistas. De noche, hetairas y políticos. Varios de ellos llegaban proclamándose comunistas, pero terminaban asumiéndose como liberales, si acaso de la facción radical.
Y el poeta, que años más tarde fue atizado por comunistas y conservadores, por torrijistas y arnulfistas, ganaba premios de ensayo y poesía. Ingresó a los 16 años al internado del Instituto Nacional donde interpeló a un ministro delante del colegio y del Presidente de turno, Arnulfo Arias, lo que allanó su salida del colegio. Su grado de Bachiller se pospuso hasta 1957, del Instituto Moderno.
En el interregno, la vida se le convirtió en la de un reportero del periódico cultural Tierra Firme. Allá también fueron a dar varios colegas suyos del parque de Santa Ana, y era tanta la fuerza de los textos y tanto el ronquido de los autores, que las principales bibliotecas de Estados Unidos escribieron solicitando ejemplares para sus hemerotecas.
El hallazgo de la obra
Y son estas anécdotas las que nutrieron los apuntes de Mora, quien acostumbra escribir todo en una libreta con plumas de tono azul, y que para este libro empleó cinco cuadernillos.
Como las charlas eran insuficientes, el escritor colombiano acudió a universidades a buscar cuanto pudiera de la obra de Menéndez Franco. Asegura que “había muy poco”, por lo que cambió de estrategia y asistió a la Biblioteca Nacional donde encontró 11 títulos. “Algunos estaban muy ajados y descompuestos desde antes de llegar a la biblioteca”.
El libro de ahora reúne 32 poemas, el ensayo Semblanza de Victoriano Lorenzo y 15 relatos literarios que Mora redondeó con angustia tras rogar y clamarle a la Biblioteca de la Universidad de Panamá que por favor le ayudaran a encontrar la mejor versión posible de Cuentos y anticuentos, porque “¡Se nos va a morir el poeta!”
A unas horas de su muerte llegó al correo electrónico del compilador una versión legible y “menos aporreada” de la pieza faltante. “Es una compilación editada en 1973 por la editorial de la Universidad de Panamá”. Llamó al poeta a darle la buena nueva y este cerró “jadeante” la conversación diciéndole que “tiene mi agradecimiento eterno”.
La Academia Panameña de la Lengua designó Académico Honoriario a Álvaro Menéndez Franco, delante de su compañera y esposa Elisa, a quien Jorge Iván Mora le leyó el poema dedicado a ella por el poeta: Si el amor que me das, samaritana. Dice: “…sin tu amor, sin mi esperanza, hecho solo pellejo desierto de agonías, me iría…”.
Y hace unos días, en los estudios de grabación del diario La Prensa, el fotógrafo Alexander Arosemena comprendió el esfuerzo del escritor y contempló su alivio. Mientras le apuntaba con la cámara, lo acunó con estas palabras: “Tome el libro como si fuera un bebé. Siéntase orgulloso. ¡Abrácelo!”.
Porque en él renace el poeta Álvaro Menéndez Franco.