¿Qué sentido tiene la literatura si no es capaz de conmovernos? ¿Para qué escribir si lo escrito solo alimenta el ego, solo son sueños impresos y encuadernados, pura tinta sobre blanco que todo lo aguanta con estoicismo? El olvido de la capacidad de sacudir de la literatura, es la herida por donde se desangra la escritura que mayoritariamente se perpetra (no practica) en nuestro país.
La conmoción armada del poema la propuso Gabriel Celaya, por allá por 1955, en su libro Cantos íberos, concretamente en el poema La poesía es un arma cargada de futuro, en la que la sentencia mayor de la condición del poema y del poeta no es su calidad de arma, sino su fondo ético: “Maldigo la poesía concebida como un lujo/cultural por los neutrales/que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.
Ela Urriola, (David, 1971), toma la palabra al poeta y compone un estremecedor poemario, El vértigo de los ángeles (2019), que aborda la pederastia de una manera frontal y hermosamente perturbadora, sin faltar al compromiso con la poesía, con el poema, con la voz acallada y tantas veces ninguneada de las víctimas en el seno de una iglesia cuyos principales valedores traicionaron la confianza más sagrada que se les encomendó: la inocencia de los niños.
El libro lo abre un encendido prólogo de la propia autora, que deja clara las coordenadas estéticas y éticas de un poemario de estas dimensiones: “Estos versos aspiran a reafirmar el respeto que tengo por la poesía, así como el deber que trasciende a lectores y poetas de todas las épocas, obreros y constructores del futuro: seres humanos comprometidos con soñar, actuar y remecer con palabras la injusticia, para que el mundo sea un lugar más seguro para sus niños”.
Once poemas y un cuento (La gracia, tomado de su libro de cuentos Agujeros negros), componen este poemario, que se abre con el estremecedor Voces en el viento, que nos interpela la mirada puesta en otro lado para no saber, y que muestra la profundidad de la herida espiritual y emocional de los niños abusados, en un escenario de iglesia, con un lenguaje hermoso y profundamente estremecedor. Ya desde este arranque prodigioso, vemos la pauta estética de la poeta: hondura, emoción, verdad, belleza, todo ello puesto al servicio de la voz de los niños.
Ela Urriola viaja por la geografía del abuso infantil, de sus distintas caras. No sólo aquí en Panamá: en Irlanda, en Nicaragua, en Estados Unidos, en España (léase Hitos, al final del libro), la infancia está siendo abusada, siendo destruida y el silencio es el mismo, y el infierno de las víctimas es igual, con otros acentos, en otros idiomas, pero, al fin y al cabo, la maldad es la misma: “La mudez del mundo resuena/en voces acalladas en los parques/por tormentos que fraguaron manos adultas…”.
Pájaros en los ojos, es el poema que para mí define mejor la herida, el robo de la memoria, la tentativa de escape hacia adentro en el alma de un niño. De una minuciosidad emotiva, con una delicadeza como de tembleques, se construye en imágenes el inasible estupor de los heridos, los requiebros del ánimo. Un poema musicalizado en México por la Orquesta de Guitarras Atlixcáyotl, bajo la batuta de la maestra Nadia Borislova, que les recomiendo escuchar.
La gracia, el cuento que cierra el libro como post data, es un golpe a la mandíbula de nuestra tibieza. Es un cuento ágil, eficiente, que no duda en componer un cuadro bien a las claras de la víctima, el abusador y su uso torticero de la fe que se supone debe poner a salvo la inocencia de los niños. Quizás, uno de sus mejores cuentos.
Ela Urriola ha escrito un poemario dolorosamente hermoso, que cuestiona los motivos, que alude a los pederastas y señala su procedencia, que nos reclama por el silencio cómplice, que nos pone delante una realidad que nos urge atender como sociedad. Estamos ante una obra que es una lección de buen oficio, de poesía que toma partido hasta mancharse, que sacude y reconcilia con la idea central de la literatura: cuestionar, comprender y mostrar, aunque nos cueste la indiferencia de la mayoría.