“Hay hombres que no soportan el peso de la realidad y necesitan ser ficción”, dice Lázaro, uno de los personajes de Lo blanco y lo negro, (Panamá 2021), novela reconocida por unanimidad con el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró y cuyo jurado, los novelistas Sergio Ramírez, Milton Cohen-Henríquez Sasso y Santiago Gamboa, han dicho de la obra que “es una brillante exploración del mundo caribeño visto a través de la música popular, su calor, color y ritmos, donde las vidas de los músicos, en una época evocada con nostalgia, sus amores y desencantos, entre Colón y Panamá y de regreso, se impregnan de una pátina mítica”.
Y la cita quizás sea el gran resumen del espíritu de esta obra. Una conversión en ficción de los lectores por la pura necesidad de comprender nuestra circunstancia por medio de la literatura. Pardo-Tristán, en un uso hábil de la ficción, nos muestra cómo no hemos cambiado apenas y que nuestro triunfo sobre nuestras desgracias nacionales pasa necesariamente por un urgente autoconocimiento social.
Que Lo blanco y lo negro aluda desde su título a la música (colores del piano, de las partituras), no debe despistarnos de la gran capacidad narrativa del autor que ofrece, una vez escarbamos en la superficie, toda una lección de conocimiento preciso de la época, y de los usos y costumbres de la misma, un mal del que adolecen muchas de las llamadas novelas históricas actuales.
El autor usa palabras precisas que dan una pátina de época a la novela, y que recuerdan mucho al uso que de arcaísmos hace Sergio Ramírez en Sara, o tecnicismos legales en Castigo divino, para vestir de verosimilitud la narración. Sumado a ello, Pardo-Tristán despliega un exquisito conocimiento de las ciudades de Panamá y Colón y recrea con preciosismo los escenarios y atmósferas de las escenas.
Esta es una novela coral, cuyos protagonistas forman la Orquesta Cocoyé. Todos afectan con sus peripecias vitales el devenir de la orquesta, que sufre como un ente colectivo las vicisitudes personales de sus componentes, ofreciendo así dos vías de reflexión: por un lado la individual, y cómo la incertidumbre de la vida, la búsqueda de los sueños y el amor fracasan, y cómo eso afecta a la vida de la orquesta (la colectiva) en tanto que grupo de personas con un objetivo. Lo blanco y lo negro, es un crudo y hermoso retrato de cómo nuestra individualidad afecta al resto y cómo estos puede acuerparnos como miembros de un colectivo común.
La belleza descriptiva conmueve: la musicalidad poética, las imágenes brillantes, la emoción que despiertan los escenarios, los aromas, la moda (las alusiones a la vestimentas son precisas como un cuadro de Vermeer), la comida y la bebida: el autor despliega, en una narración circular (el final es un retorno a la semilla, como Carpentier), los avatares de un grupo de personajes tan parecidos a nosotros que, al leer, escuchamos de fondo la vieja canción de José Feliciano, La balada del pianista: “se repite la historia sólo cambia el actor”.
Temas como el amor, la amistad, el racismo, la inmigración y el exilio, la búsqueda de la felicidad, las ilusiones rotas, la valentía de regresar por amor, los prejuicios, la vocación de escritor, son tratados con una altura cultural que no abruma, con humor y ternura sin romper el ritmo, con un manejo de la musicalidad poética que embellece los pasajes más dramáticos. Una novela que cuestiona nuestro presente haciéndonos caminar por los senderos retorcidos de un pasado no muy lejano. Por ello, esta novela es universal, ya que parte de lo local sin ser provinciano, con una apuesta sin complejos ni estéticos ni narrativos que la hacen perdurable.
Emiliano Pardo-Tristán ha venido para quedarse en la literatura y ocupar un lugar importante. Su prosa viva y brillante, rica de lecturas y fecunda en emociones, tiene como fuentes a Roberto Bolaño y a Jorge Luis Borges, entre otros. Un finísimo lector, con oído musical y dedos de guitarrista, con una mirada amplia, desprejuiciada y ambiciosa en el ámbito musical y literario, y con una virtud: comprende la literatura como un compromiso, como una pasión que no arde sola, que se fragua, que se trabaja y se transpira.