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Extranjería ubicua

Extranjería ubicua
Obra de Brooke Alfaro "La tierra tembló y el mar rugió", colección permanente Museo de Arte Contemporáneo (MAC Panamá). Cortesía.

Una aspirante a la Presidencia de la República afirmó en el segundo debate de candidatos que los migrantes irregulares han quitado 100 mil puestos de trabajo a los panameños. No es la primera vez, a lo largo de su carrera, que esta persona recurre al sensacionalismo xenófobo para elevar su perfil. Del mismo modo, ha sido inescrupuloso el intento de ciertos operadores políticos estadounidenses por aprovechar la ola migratoria en el Darién para agitar la opinión pública en Estados Unidos de cara a la contienda electoral de noviembre.

Como antídoto a estas tácticas demagógicas, la primera participación oficial de Panamá en la historia de la Bienal de Arte de Venecia ofrece una visión más empática y humanizada de la migración, más representativa de la actualidad y de nuestra historia. Tanto la Bienal, cuya edición de 2024 se titula “Extranjeros por todas partes”, como el pabellón panameño, bajo el lema “Surcos: En el cuerpo y en la tierra”, exploran la vivencia de la migración, mostrándola no como un asunto divisorio y ajeno sino como lo que realmente es: un aspecto fundamental de la experiencia humana, parte del tejido social e incluso de nosotros mismos como individuos.

Así como la travesía del Mediterráneo, la del Darién es una de las grandes crisis humanitarias de esta época. Entre la incapacidad administrativa y el cinismo, las sociedades carecen de soluciones duraderas para gestionarla. En este contexto, el arte panameño representado en la Bienal ofrece un escape necesario: en lugar de apelar a la polémica o a la lógica fría, las obras y los métodos de Giana De Dier, Isabel De Obaldía, Brooke Alfaro y Cisco Merel nos invitan, a través de la vista, el tacto y el sonido, a situarnos en la perspectiva del migrante.

Cisco Merel, por ejemplo, esculpe estructuras de barro parecidas a las construcciones interioranas así como al lodo trillado de la selva darienita. Comenta su asombro al percibir la propiedad que tiene la tierra de afilarse “como un cuchillo” al ser sometida a los pasos diarios de miles de personas.

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Detalle de "Espejismo del tapón", de Cisco Merel. Cortesía.

A Isabel De Obaldía también le interesa el misterio de la selva y su efecto abrumador sobre los seres humanos: sus esculturas de vidrio, algunas laceradas, otras mutiladas, otras con los brazos extendidos en gesto de súplica e incluso algunas marcadas con las huellas de animales, evocan el peligro y el cambio al que somos expuestos cuando estamos en condiciones precarias.

Las pinturas de Brooke Alfaro, cuyas escenas épicas y multitudinarias recuerdan a las obras de El Bosco pero trasplantadas a la densidad tropical, tienen una cualidad inquietantemente onírica, como la desorientación que debe producir el pasar días y semanas en un ambiente transitorio y hostil con un destino incierto. Compara su propio proceso creativo al de empezar “una aventura que no sé por dónde me va a llevar”.

A Giana De Dier le motiva rescatar un pedazo crucial de la historia panameña: el de la masiva migración afroantillana al istmo a principios del siglo pasado y, en particular, el papel de las mujeres antillanas en la realidad segregada de la antigua Zona del Canal. Sus collages contraponen imágenes centenarias de mujeres en blanco y negro sobre trasfondos de atuendos, fotos de hogares y vegetación con colores intensos y fragmentos de recetas y documentos oficiales, dando una idea del bagaje que conlleva el desarraigo y de las nuevas dificultades que enfrentaron en su búsqueda de oportunidades.

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Detalle de la serie "Todo lo que es bueno y noble", de Giana de Dier. Cortesía.

Pero la reivindicación de la experiencia migratoria no acaba con las obras que estos artistas estarán exponiendo en la Bienal. Igual de valioso para nuestro país, donde tenemos algo tan absurdo como una larga lista de profesiones que sólo pueden ser ejercidas por nacionales, es recordar que el arte es la práctica de un diálogo abierto y sin fronteras. Cisco Merel fue, durante años, un cercano colaborador del venezolano Carlos Cruz-Diez, el artista-migrante por excelencia, conociéndolo en su taller de París y trabajando en el que abrió en Tocumen. Es una dinámica repetida incontables veces en el mundo: existe evidencia que demuestra que las innovaciones en la representación de la perspectiva de pintores como Degas y Van Gogh se nutrían de grabados japoneses de la misma época, y estos grabados a su vez se inspiraban en importaciones holandesas a Japón en el siglo dieciocho. Asimismo, Picasso, un inmigrante malagueño en París, observaba y coleccionaba máscaras africanas cuyas formas influían en sus cuadros.

Quizás con Panamá en Venecia podamos ir deshaciéndonos de la costumbre dañina, aprovechada por algunos políticos, de culpar a los extranjeros por problemas inexistentes, reemplazándola por una que celebre sus contribuciones. Al fin y al cabo, la extranjería es parte de quiénes somos.


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