En un pedazo de tierra clavado en el centro de la cuenca del Canal de Panamá, justo en el cruce del Chagres con el Gatún, hay un poblado sumergido en la nostalgia y la confusión: Gamboa.
Aquí hay un puente tan viejo como los sueños, un faro de bienvenida, 20 mil hectáreas de bosque tropical, un túnel armado por árboles, construcciones de madera y otros vestigios del dominio gringo pasando vergüenza. Y hay 400 habitantes -científicos del Smithsonian, panameños, exzonians y otros extranjeros- en un limbo pegajoso como el aire de su selva: por más que ellos saben que despiertan, comen, duermen, compran y pasean allí, nadie se los reconoce.
Gamboa ha quedado sin código postal.
Sí. Leyó bien.
No. No es un cuento de Gabriel García Márquez.
Tampoco una versión tropical de la película Nomadland, esa que empieza contando la desaparición de un pueblo tras el cierre de una planta de yeso -la gente se fue, la gasolinera cerró y el código postal se suspendió.
Y claro, estamos de acuerdo: bien podría inspirar el próximo best seller local, más de sesenta años después de la espectacular Gamboa Road Gang de Joaquín Beleño.
Esto ocurre ahora mismo y es real: los vecinos de Gamboa existen, puedes verlos y hasta pellizcarlos. Son de carne y hueso. Respiran y viven en Gamboa, pero no hay manera de que los entiendan: están más cerca de la capital que de Colón.
Miriam, por ejemplo, quiso hacer una denuncia de robo en Colón, pero la despacharon: “Usted debe es ir a la Dirección de Investigación Judicial en la ciudad de Panamá, no aquí”, le dijo una señorita con voz chillona desde el mostrador, y de inmediato gritó otro número sin dar tiempo ni de decir chau.
Entonces ocurrió otra cosa atípica: Miriam hizo caso.
Tras perder más de ocho horas en el intento de Colón y soportar temperaturas de infarto, fue a la capital. Ahí directamente fue como prender un cerillo en un derrame de combustible.
“Pero señora, Gamboa es en Colón”, le dijeron.
Miriam, que ya no lograba encontrar en sí misma ni una pizca de paciencia, dijo “a mí no me agarran” y apeló a ese modo entre humilde y necesitado que suele funcionar en las oficinas públicas: “Mire, es que vengo de allá, ayer todo el día se me fue en eso”. Pero qué va: Gamboa no es ciudad de Panamá, respondieron.
“Nos mantienen como una bolita de pimpón para allá y para acá. Estamos aquí como en una isla botada en el mundo”, dijo Miriam en las gradas del gimnasio del lugar donde vive.
Primero fue la tierra de los trabajadores que llegaron a construir el Canal. Luego, un reducto gringo de la Zona. Ahora, un punto en disputa de los conquistadores contemporáneos del trópico: los diputados de la Asamblea.
En septiembre de 2014, los diputados crearon por ley el corregimiento de Cristóbal Este. Lo segregaron de Cristóbal, a donde anexaron a Gamboa, aunque por supuesto nadie se anima a afirmarlo.
De la noche a la mañana sus habitantes se enteraron que pertenecen a Cristóbal, a 70 kilómetros y más de una hora de distancia de sus casas, y no a Ancón, a sólo 15 kilómetros y 20 minutos de trayecto.
Hubo quejas, pedidos, llamadas telefónicas, pero siguen igual.
Las peleas por el territorio en la Asamblea no son nuevas. De los 505 corregimientos iniciales creados por Omar Torrijos, los diputados llevaron el número a 700 y luchan cada día por más, por una cuestión muy simple: control político, nuevos puestos y nuevos recursos. La otra cara de la moneda es siniestra: los vecinos, como Miriam, en el limbo.
No es solo un asunto geográfico. El tema les enreda la vida seriamente. Cuando necesitan hacer un trámite deben desplazarse hasta Colón, donde algunos no saben que Gamboa forma parte del distrito, y a partir de ahí comienza otra historia de terror.
Hay más cuentos que librerías en este rincón donde la política es mezquina, pero la naturaleza generosa. Narran que una escritora casi no llega a ver su obra, porque no sabía cómo completar el formulario donde la editorial internacional pedía nombre de calle, número y código postal y no le permitieron decir la calle del correo, la casa verde en diagonal a la piscina.
Alguien podría decir: eso pasa en cualquier lado aquí. Ahora mismo un colega del periódico me comenta: “Yo viví primero en Alcalde Díaz, luego en Chilibre y finalmente en Caimitillo, sin mudarme ni una vez”. Y tal vez ese sea el problema -o la gracia- de este asunto: pasa en cualquier lado.
Para Miriam, Betzi, Marlene, Zoila, Harold y otros vecinos de Gamboa, esto no da para más.
¿Quién se hace cargo de atender las necesidades de la comunidad? ¿De mantener parques, aceras, cortar la hierba, limpiar las calles? Nadie. Antes lo hacía la junta comunal de Ancón, pero las autoridades de Colón los acusaron de entrometidos.
¿A dónde llaman cuando hay una emergencia? Hasta en el cielo los atenderían más rápido, porque no hay ni un sistema de ambulancias que pueda auxiliarlos. Tampoco transporte: como es parte de Colón, quedó fuera del sistema Metro Bus.
“Gamboa sufre un abandono total desde hace varios años”, dice Betzi, de la Asociación de Propietarios de Vivienda de Gamboa, y enumera: no hay escuela, no hay centro de salud, no hay sistema de transporte público.
Hay una sede de la Policía Ambiental y de bomberos de Panamá, pero tampoco los atienden porque están al servicio del parque Soberanía.
Pero hay comunidad.
Un sábado de noviembre por la mañana, una máquina daba forma al césped de una cancha. Los vecinos organizados acordaron poner todos los meses una cuota para mantener las áreas públicas, como la cancha donde una decena de niños juega a la pelota.
¿Y el Estado? No mira a Gamboa como a Barrio Norte, por ejemplo, que recibió $14.1 millones de la descentralización paralela entre junio de 2021 y mayo de 2023. Aquí las autoridades sólo parecen meterse para complicar más a los vecinos o firmar un nuevo cambio de territorio.
En alguna oficina de la Comisión de Asuntos Municipales de la Asamblea deben estar los tres proyectos de ley presentados para que Gamboa sea parte de Ancón. Dos fueron impulsados por el diputado Crispiano Adames, y uno por el independiente Gabriel Silva. Cuando en 2019 Adames dio a conocer la primera propuesta, en el Consejo Municipal de Colón hubo corredera. Ante la sorpresa infinita de los habitantes de Gamboa, sesionaron allí mismo y todo. El alcalde prometió un futuro gozoso y luminoso.
Pero los vecinos no le creyeron. “Dijeron que no queríamos ser parte de su territorio por el abandono en que nos tienen”, contó Betzi.
El alcalde no se lo tomó nada bien. Zoila recuerda que les dijo que eran “cuatro gatos” y que no tenían autoridad para decidir. Eso, respondieron los vecinos, está por verse.