Guía del viajero solitario: con la dermatitis en la maleta

Guía del viajero solitario: con la dermatitis en la maleta
La ciudad de México tiene casi 10 millones de habitantes, pero, a diferencia de lo que promueve el cine o la televisión, es un lugar amigable con el turista, seguro de visitar e inconmensurablemente rico en su oferta cultural, gastronómica y la acogida de los mexicanos. Foto: Roy Espinosa


Hay dos palabras que no compaginan del todo: mochilero y dermatitis. La primera habla de la capacidad de viajar llevando una mochila a hombros como único equipaje. Mientras que la segunda, para quienes la padecemos, casi que demanda una mochila propia solo para medicamentos. Y no es por exagerar, en mi caso particular, mi querido dermatólogo me tiene sobreviviendo (esto tampoco es para exagerar, porque la comezón puede desquiciar a cualquiera) a base de toda la serie de cremas, pomadas, espumas, jabones y ungüentos.

Para irnos más técnicos, según Mayo Clinic la dermatitis “es una afección frecuente que causa la hinchazón y la irritación de la piel. Tiene muchas causas y tipos, y a menudo implica piel con picazón y seca o un sarpullido. O bien, puede hacer que la piel se ampolle, exude, forme costras o se descame. Tres tipos frecuentes de esta afección son la dermatitis atópica, la dermatitis de contacto y la dermatitis seborreica”. Y por si lo preguntan, sí, se puede padecer más de una a la vez.

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Haciendo una lista mental de los productos medicados para la piel que debo usar diariamente están: un jabón, un champú, crema para humectar el cuerpo, espuma para humectar los brazos, crema para espalda, una pasta por si me salen eczemas en las piernas, y más crema humectante para las piernas, otra para las que aparecen en el rostro, gotas para la irritación en la cabeza, un tónico para después de lavar la cara, seguido una crema y por supuesto el indispensable bloqueador. Para la noche hay otra crema más, y mucha más crema humectante. Y no contemos con otros medicamentos cuyas funciones es mejor no mencionar, pero para quien padece dermatitis ya se podrá imaginar.

Ahora traten de visualizar todos estos envases y el espacio que ocupan dentro de una mochila. Sin mencionar el peso. Y sí, lo más lógico y lo más recomendable por hacer, es usar envases para viajes que nos intenten alivianar la carga, pero, funciona para estancias cortas de una semana, y si hacemos raciocinio de cada producto (cuando hay días en los que solo quieres meterte en una tina llena de todos ellos a la vez y tratar de ver el rostro de Dios en el alivio de tus pesares dermatológicos).

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Pero, cuando se planean viajes más largos o sin un tiempo definido, un envase de 65 ml se vuelve mezquino. Igual, el espacio y el peso no se vuelven menores. Y hay unos, como las espumas, que no pueden sacar de su envase a otro.

Así que se tiene que comenzar a dispensar ropa. Dos pares de calzados es demasiado, un par de zapatillas deberán ser suficientes y si son de secado rápido, mucho mejor. Por un pantalón largo caben dos cortos y los boxers son indispensables que cubran mínimo una semana de viaje (la piel, como buena dictadora, así lo demanda).

Para los tshirts siempre está el truco de al revés y al derecho, y aun así la maleta sigue pesada. Vuelves a abrirla para ver qué más puedes dejar, mientras la bolsita de los medicamentos te mira con mofa. Casi que diciendo: “si yo no voy, tú tampoco”.

La cantidad de ropa disminuye. Decides cortarte el cabello para dejar la crema de peinar y el cepillo, y porque el cabello largo te causa más comezón. Al final, la carga está mitad y mitad y emprendes viaje.

Un mochilero que se respete saldrá del aeropuerto a cualquier otro punto en transporte público. El peso es complicado y lo peor es que tu carga son medicamentos, que esperas no se hayan derramado durante el vuelo.

Los primeros días son de alegría. Finalmente, visitas México y es todo lo que te prometían. Repites ropa, pero, no platillos mexicanos (ni ropa interior). La lluvia te sorprende un día y al siguiente pasas la mañana con tus zapatillas al sol. Sabes que para la tarde aún están un poco húmedas, pero igual las usas. Esta vez sin medias, porque esas no se secaron, lo suficiente. Total, en las pirámides el sol es benévolo y te ayuda a terminar de sacarlas mientras almuerzas sopa azteca en uno de los miles de restaurantes de la ciudad.

Pero, la maldición de Moctezuma te llega de otra manera: los frascos de 65 ml comienzan a vaciarse. Necesitas una crema humectante con urea al 20% o una visita de emergencia a la catedral de Guadalupe.

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México tiene tanto que ofrecerte, pero, te queda más pozole en el plato que el champú en la botella, y pasas varias veces por la estatua de Diana cazadora buscándolo en las farmacias, aunque en vano. El que te recomendaron en la farmacia no te funciona. Entonces, la comezón en la cabeza se vuelve insufrible, pero tienes que probar los chiles en Nogada. Tus mejillas y pómulos comienzan a enrojecerse y causar un poco de ardor, pero no piensas dejar las carnitas, hasta que la dermatitis vence y sabes que es hora de regresar.

Y piensas: “la próxima vez traigo una maleta de bodega y me dejo de hacer el hippie…” pero, solo lo piensas porque al mes de volver a casa y encontrar la paz en un frasco de champú y mucha crema humectante, ya comienzas a hacer planes para viajar solo con tu mochila. Ella te da la libertad que una maleta de rueditas te niega. Se vuelve la compañera de viaje que no conseguiste con tus amistades, y su tamaño y peso es amigables para tu escoliosis… porque sí, además de dermatitis, también tienes escoliosis… y entiendes que tu cuerpo es uno de hoteles y tours en autobús por la ciudad, pero, tu mente demanda dormir en hostales, caminar por horas sin rumbo en barrios, mientras comes en puestos de la calle. Porque, como dice el dicho: dermatitis con gusto, no pica (aunque sí pica y ¡mucho!).

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