Cuando la guerra llega, la primera víctima es la verdad. Por básico deber personal –y si quiere, patriótico– indague sobre la verdad del entorno, o algo aproximado, que no sea risible ni maloliente. Si el decir huele a podrido, se evaporó la verdad.
La historia aquella de que Panamá es un mercado libre o que nuestra economía es neoliberal (por nuevo liberalismo). Que funciona un mercado libre o que existe libre competencia es medio entelequia en nuestro pago. ¿Y los oligopolios y los monopolios? Que no es la polio. No pocos apretujan su pedazo de esa economía y hay quienes, con candidez, la apodan distorsión. O desviación, torsión, torcedura. Me asegura pasiero ortopeda que no es necesaria hospitalización por sencilla torcedura. Un entendido que entiende me asegura que en los textiles sí hay libre competencia. Mídase su camisa. Vístase como Dios ordena. Aunque fabricantes y distribuidores de medicamentos los han vendido y los venden –desde hace mucho– como quien ofrece una camisa para boda. Un jerarca medicamentoso desafió a un crítico del precio: “Si quieres una camisa cara, tú la pagas”. En república campeona mundial en disparidad social y con su Haití a rastras y cuestas. Esa sí es la verdad, como la expresada por Tito no romano ni yugoslavo sobre las trapisondas financieras y más de la gallera. ¿Neoliberal?
No me hagas reír ni a la Thatcher ni al Reagan, creadores de ese engendro. Mira las economías inglesa y gringa. Y la de nuestro pago lejos de aquella falacia. Fíjate el Nitoestadón. Hace buen rato que se está inflando el Estado, que no quedemos como la rana que quiso ser buey, hoy más con la pandemia, que no se va la desgraciada. Marga y Donald deben estarse revolcando en sus tumbas. Separadas. Vayan a otro lado a engañar, y si quieren autoengañarse, háganlo en privado. Entender y después parlar. Nos vemos en el recreo.
¿Libre competencia en la política? Oligopolio también. Ese de libre postulación es burro amarrado frente al tigre suelto partidario. En la tierra de Justo Arosemena, muchos no se atreven a competir. Imagínate que los medicamentosos compitieran. Mejor competencia, así uno se esfuerza más. Disfrutar la siesta y no darse por aludido, mientras se fragua la nueva protesta. Nito, así andan los humores.
A propósito de Nito y elecciones 24, ¿por qué no se registran en tribunal las futuras promesas de campaña y quienes triunfen están obligados a cumplir, al pie de la letra, su hemorragia dicharachera de conquista de votos?
Educación y valores. Nada en contra. Pero la prioridad nacional es borrar la impunidad que se pasea como reina de Carnaval. Tuve un deja vu. ¿Qué es Carnaval? Ya hasta se me olvidó. Si alguien recuerda, me avisa. Los valores están en el Himno Nacional. No se han perdido. Allí están. Debemos aplicarlos y no oír esa letra de Jerónimo como si fuéramos todos Alexa. Eliminar privilegios y blindajes para que la corrupción no siga danzando. No es deporte nuevo. Nos toca intentar ganarles la batalla a los mafiosos coetáneos, herederos de los truhanes del Canal Francés.
Mariposas amarillas. García Márquez ideó sus mariposas amarillas en el pasaje del excelso amante Mauricio Babilonia, de Cien años de soledad, porque las observó en bandadas en una travesía entre el aeropuerto de Tocumen y PTY hace buen rato. Se abalanzaban sobre el parabrisas del taxi. Esas mariposas amarillas son el símbolo literario del genio. Lo leí en una revista mexicana, Novedades.