“—¿Vos queréis que os cuente una historia de amor y muerte?”. Así empieza la última novela del escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967), quien se atreve a preguntar al lector si quiere, si se atreve, si se queda a escuchar. Porque lo siguiente es: “En aquellos días lejanos…”, y ya no puedes salirte de la senda del relato, ya estás atrapado en una historia de amor y guerra, de vida y muerte, situada en una isla, la Isla de Bararida, que es también el mundo.
Wari y Najamutu son los protagonistas de esta historia. Adversarios de guerra primero y después amantes de una sensualidad contagiosa, la novela es en su capa más externa una escritura de la propia historia: una sucesión de fragmentos e intentos de contar los encuentros y desencuentros de estos amantes y guerreros (también traidores) que están cumpliendo una misión mucho más alta de lo que son capaces de suponer. Esa dimensión reflexiva de que formamos parte de una historia mucho mayor, ya sea en el campo de batalla o batallando en el intercambio amatorio, nos contagia de esta oración que encontramos en la página 84: “Bendita seas. Y en vos mis ojos, que no te ven y te miran, cierta en la noche, íngrima y vos. Tan cerca de mi abrazo. Wari. O mi sangre”.
La novela aspira a todo. Una vez más asistimos al milagro de la técnica narrativa, que nos sitúa en una suerte de Edad Media tropical/caribeña, salpicada de temas y leyendas indígenas que nos llevan a lomos de una isla que no está fija en el mar, que se estremece, que viaja mientras los dioses y los humanos entretejen sus traiciones y amores por el tiempo que va y viene, jalonándonos hacia lo que pasó para volver a contarlo desde otra perspectiva, con otro lenguaje, con otra estructura narrativa, de tal modo que el lector tiene la sensación de haber viajado mundos y sombras lejanísimas en apenas 133 páginas de una belleza que arrolla en un susurro.
Roman de la isla Bararida (Firmamento, 2024) tiene por momentos en su atmósfera y escenarios algo que recuerda a Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute, esa sensación de entrar y salir de distintas y parecidas historias que nos llevan en volandas hacia un final que se antoja, quizás, apocalíptico, con tintes de gran revelación, con la esperada llegada de la Reina María Lionza para que el ciclo, si gusta al lector (yo estoy dispuesto), todo vuelva a empezar, por el mero placer de tropezar otra vez con la belleza que hay detrás de cada frase.
Méndez Guédez despliega toda su inteligencia narrativa, todo su oficio, construyendo como una larga letanía, como una gran oración narrativa, un poema fundacional, una historia de amor y su revés, la muerte, en la que, con distintas formas literarias que van desde los cuentos medievales, los bestiarios, la poesía pastoril, los proverbios y sentencias, pequeñas secuencias teatrales y leyendas, consigue que la emoción desborde en cada página para deleite y asombro del lector.
Esta novela es también la celebración de nuestra lengua, es la invocación de las grandes formas literarias que componen la historia de nuestra literatura. Santos, brujas, caballeros y guerreras; el autor de Arena negra y Los maletines homenajea al español usándolo con una libertad y belleza poética que lo sitúa entre los mejores escritores hispanoamericanos, cuya obra merece toda nuestra atención. Juan Carlos Méndez Guédez ha vuelto con una gran novela de fragmentos totales (muy quijotesca, lean y hablemos) que se convertirá en la gran metáfora de todo un continente.