Se desliza una lágrima por mi mejilla. La devuelvo a mi interior con la punta de mi lengua. Sal.
Estoy mirando una foto de la blancura amplia de un desierto de sal en las alturas de Bolivia que está por ser destruido por la extracción de litio, ingrediente principal para baterías de carros.
Pienso en el recién electo alcalde de la Ciudad de Panamá y su campaña a favor de los carros eléctricos. ¿Qué tiene que ver todo esto con la Bienal de Venecia? Una pregunta más difícil de contestar es: ¿existe algo que no tenga que ver?
Inicialmente, al Pabellón de Panamá lo ubicaron mal en el mapa oficial de la Bienal de Venecia.
A pesar de que ahí está nuestra tierra, no solo representada, sino ahí: la mismís ima tierra del Darién, en forma de la obra de Cisco Merel, un manto grueso que parece pedir ofrendas y huellas, querer engullir brazos y embarrar buena parte de la famosa isla-laberinto y sus callecitas, que durante la Bienal están atestadas de los exuberantes rituales de diplomacia político-espiritual de un sinfín de países. Gracias al trabajo de un grupo de profesionales de la cultura en Panamá, por primera vez estamos también. Panamá, su caos y grotesca belleza en los cuerpos que se revuelcan en la pintura épica de Brooke Alfaro; su vigor envolvente en la instalación de Isabel de Obaldía con sus torsos de vidrio mutilados, luminosos; la memoria de su historia traumática metamorfoseada a las delicadas manos de Giana De Dier en collages elegantes.
De todos los teatros de relaciones internacionales, creo que la Bienal de Venecia es uno de los más ricos en posibilidades e impacto: nos invita a comunicar, con todo el espacio para la entropía y sutileza que ofrece el arte, lo que nos da vida y nos aflige, permitiéndonos decir lo que tengamos que decir en todo su diverso esplendor, para ser contemplado y comprendido por el mundo.
Para ilustrar las contradicciones inherentes a este reto, volvamos a los salares bolivianos: a finales del 2023, Rusia adquirió el derecho de extraer litio de adentro de esos campos de serenidad crujiente que reflejan el cielo entero cuando se inundan. Esto, junto con sus violaciones de derechos humanos en Ucrania, ha sido asociado a la decisión de Rusia de reemplazar, este año, su propia participación en la Bienal de Venecia por la de Bolivia. El palaciego Pabellón de Rusia alberga entonces una oda a la expresión contemporánea de tecnologías milenarias del sur global. Representaciones de rituales antiguos le sirven de brocha llamativa y atinada a los pintores de un ritual de diplomacia actual. Una nube de alambre de púas colgada del techo fue lo que visualizó el artista salvadoreño Ronald Morán al ser invitado a exponer en este Pabellón de Bolivia (al que también fueron invitados, y en el que expusieron, dos artistas panameños, Humberto Vélez y Oswaldo de León Kantule). La curadora aceptó, pero estando todo en marcha, con un taller en Venecia listo para recibirlo y ejecutar la pieza, le informó que estaba desaprobada.
“Censura”, concluyó Morán. Visceralmente, esa nube de alambres conectaría la violencia cotidiana con la que se impone la injusticia en Latinoamérica con la violencia de las guerras que se viven en el mundo hoy en día. Al final, expuso una instalación de dibujos de alambres de púas, hechos con trazos de tinta negra sobre papel blanco, como si representara la sombra de la nube que no fue.
La paradoja entre la necesidad de consolidar poder y la de subvertirlo que caracteriza la institución del arte contemporáneo amenaza, en la Bienal de Venecia más que en ningún otro escenario, con transformarse en una estrella gigante roja y explotar como una supernova. Esta intensidad, y la compresión extrema de información en sus estrecheces arquitectónicas, son dos maneras que Venecia podría colapsar para formar un agujero negro.
Hay especulaciones sobre la posibilidad de que lo que entra a un agujero negro emerge, intacto, en el lejano futuro, a través de un agujero blanco, cosa que puede resultar interesante para artistas y diplomáticos. Pero no se sabe: no existe sitio más misterioso que el interior de un agujero negro. Me emociona mucho que hayamos empezado a afirmar nuestro lugar en el antiguo mapa de Venecia, para que cuando colapse, acceda al resultante agujero negro una expresión de lo nuestro.