La ‘difícil sencillez’ de Benjamín Ramón

La ‘difícil sencillez’ de Benjamín Ramón
Hombre en la luna nos acerca al particular universo poético y narrativo de Bejamín Ramón, autor de 'Esta ciudad que mata y otras alegrías', 'Camión' y 'Árbol, mediodía', entre otros poemarios.


Entre el exceso narrativo y poético de algunos autores, y la simplificación para hacerse más asequibles y fáciles al público “lector”, está la precisión, una virtud muy poco cultivada en literatura porque solo son capaces de manejarla los que tienen oficio, un oficio que se forja y sustenta en la lectura y el tiempo. Ya le decía Flaubert a Maupassant, citando a Buffon, que “el talento es, tan solo, una larga paciencia”.

La literatura que lleva practicando Benjamín Ramón (Colón, 1936) es una de las más excelentes pruebas de esa larga paciencia, de ese rigor de oficio, del manejo de la “difícil sencillez” de la que nos habla Consuelo Tomás (otra excelente muestra de talento poético y narrativo) en su brillante prólogo a la antología personal del autor colonense, Hombre en la luna, publicada por el sello Duende gramático, que dirige el poeta Salvador Medina Barahona.

Esta antología personal nos acerca al particular universo poético y narrativo del autor de Esta ciudad que mata y otras alegrías, Camión, y Árbol, mediodía, entre otros poemarios suyos que demuestran un paciente camino de trabajo y espaciado silencio entre libros. No es la prioridad del poeta la constante exposición de su obra, sino la precisión del poema, la construcción de la voz, de la imagen y la emoción.

La gran dificultad, y de allí su genio constatado en cada obra, está en el hecho de que el poeta y cuentista no se esconde tras la frondosidad especulativa de grandes palabras ni grandes narraciones heroico/patrióticas, ni pirotecnias verbales: se concentra en la brevedad, casi en la hiperbrevedad poética y narrativa, construyendo de ese modo un universo de precisión deslumbrante que nutre la emoción del lector, ofreciéndonos momentos luminosos para la literatura panameña.

Benjamín Ramón, y otro grande de la perfecta brevedad poética como César Young, son conscientes de que “lo bueno” de “lo breve” no es su extensión, sino su precisión, el sostenimiento de la obra en el equilibrio exacto de la emoción, en el encuentro con la belleza en el breve espacio de lo que se expresa: tal es la conciencia de su oficio, que el poeta nos escribe lo que para mí es su particular Panamá defendida, en apenas 10 líneas luminosas: “La patria es solo un nombre?/es acaso una fecha/solo cuatro paredes/o el río que corre a nuestro alcance/y que crece de pronto/arrastrando/animales y miserias?/acaso una bandera?/una historia de mártires o chinos?/acaso una moneda?”.

Si su poesía es la de la precisión y del humor, que lo hay y mucho, un humor caribe y tristón en algunos momentos, no lo son menos sus cuentos: Cundeamor, de amantes silenciosos, delicado. El número 11 de Homenaje a Tito, el negro, en el que el autor se encuentra con César Young en La Cultural, es una deliciosa viñeta que retrata el ambiente cultural de nuestro país. Una muy buena selección de la prosa de Benjamín Ramón, que se maneja, como no podía ser de otra forma, con extraordinaria soltura en la microficción.

Hombre en la luna es una fiesta para los lectores de siempre de la obra del colonense, y una oportunidad para las nuevas generaciones de conocer a uno de sus más emblemáticos escritores, que vuelve a ponerse en órbita para que no olvidemos de dónde venimos y a quién debemos parecernos el día de mañana. La literatura panameña no empezó ayer: viene de una brillante tradición que haremos bien en no perder de vista nunca si queremos llegar a un mínimo de altura literaria como país.

Poesía y cuentos festivos, de miradas hondas y humor del terruño, la obra de Benjamín Ramón es más necesaria que nunca por la virtud de la precisión en la que insistimos, por la belleza a veces desgarradora de sus miradas tan penetrantes y necesarias. Mientras nos perdemos en densas metáforas que nos despistan del fondo de nuestra actualidad, el poeta ya nos describía en 2018, en El tiempo humedece lo que hoy vivimos: “¡qué desperdicio/de país!/¡qué escándalo!/Huele a mentira/Huele a trampa”.

La sencillez es difícil, pero en las manos de un artesano de la palabra como Benjamín Ramón, se convierte en hondura y trazo firme, en alternativa contra el tedio, en ánimo seguro para seguir caminando.


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