La palabra ‘inclusión’ se ha vuelto una constante en las pantallas en los últimos años. Más representación, tanto sexual, racial, étnica, etc., es lo que piden uno de los bandos, mientras que el otro extremo siente que se le está tratando de imponer “ideologías de movimientos radicales” a través de productos de entretenimiento.
Las salas de cines y las plataformas de streaming están abarrotadas de personajes diversos. Mujeres fuertes que no necesitan de un hombre, personas abiertamente Lgbtq+ (tanto fuera como detrás de la pantalla, porque ahora pareciese que el sexo o sexualidad del realizador es igual de importante como su producto), más representación de la comunidad negra y latina, todo esto bajo el contexto del llamado movimiento woke.
El woke o wokeismo (como le dicen de forma despectiva sus detractores) proviene del inglés y originalmente significa “despierto”. Y se utiliza en el contexto sociopolítico para describir a las personas que están conscientes y sensibilizadas sobre las injusticias sociales, especialmente en relación con toda forma de discriminación.
Pero, ¿qué tiene de malo algo que pareciese buscar igualdad para todos? Pues, como se dijo al inicio: el querer imponerlo sin justificación. Y es que un pequeño recorrido por redes sociales basta para saber que quienes critican los cambios raciales, de identidad sexual y demás, (o por lo menos la gran mayoría) no lo hacen desde una postura de “injustificación”. O, por lo menos, no la justificación necesaria. Solo basta recordar la miniserie Queen Cleopatra (2023) de Netflix y todo el escándalo que suscitó por poner a la actriz negra Adele James en el papel de la reina egipcia. Una de las justificaciones de la serie fue que a una de sus especialistas en el tema, su abuela, le había dicho que efectivamente Cleopatra era negra.
Utilizando el mismo ejemplo de Cleopatra, viene la segunda queja de los espectadores, y quizás la más válida: la mala escritura. En el caso de la serie de Netflix, a pesar de ser una serie documental, está llena de errores históricos.
Otra serie que se encuentra en el medio de ambos lados es The Lord of the Rings: The Rings of Power (2022-presente). La producción que llaman la más costosa de la historia (alrededor de unos 465 millones de dólares) está llena de representación, sobre todo racial. Un ejemplo es el del actor puertorriqueño Ismael Cruz Córdova, quien interpreta a Arondir, el primer elfo negro en la franquicia de The Lord of the Rings. Los fans del escritor J.R.R. Tolkien (1892 - 1973) no tardaron en mostrar su molestia por este cambio racial, ya que en los libros (algunos de ellos son casi enciclopedias) el autor deja muy bien estipulado la apariencia de los elfos y el porqué de sus rasgos. Sin embargo, los showrunners y los actores acusaron al escritor de no tener suficiente diversidad en su obra, se justificaron diciendo que los tiempos cambian y las obras deben ser adaptadas a las nuevas generaciones y que “Tolkien nunca dijo que no hubiera elfos negros”, aunque como ya se mencionó, los más expertos en el tema aseguran que sí lo dijo.
Como fuese, el gran problema de The Rings of Power no es un elfo negro (el único elfo negro en toda la serie), sino la escritura, el desarrollo de personajes, la trama, el trato al universo preestablecido por el escritor, incluso el cabello de los personajes es víctima de burlas y molestias por los fans.
Ahora, ¿en dónde entra House of the Dragon en todo esto? Pues el mundo de George R.R. Martin, retratado en la pantalla, ha tenido desde Game of Thrones (2011-2019) todos estos elementos, y casi nunca han sido un problema para los espectadores, incluso de los que se quejan de los mismos detalles en otras series.

Mujeres con poder
Tanto en Game of Thrones y House of the dragon, las mujeres son parte importante de la trama, pero no bajo un contexto de heroínas, de mujeres que no necesitan a un hombre que las rescate y fieras guerras (porque al parecer esa es la única forma de empoderamiento femenino que los escritores actuales conocen), como es el caso, por ejemplo, de Galadriel en The Rings of Power o Kit de la serie Willow (2022).
En Westeros las mujeres viven bajo la subordinación de los hombres. Ellas carecen de real poder por ser mujeres y si quieren sobresalir deben ganarse el respeto o temor de los hombres, con astucia, a la fuerza o con fuego de dragón.
En House of Dragon la trama gira precisamente sobre que muchos de los hombres, quienes gobiernan los reinos, se niegan a reconocer a una mujer como su gobernante. Y Rhaenyra Targaryen, heredera del rey, debe ganarse su lugar. Ejemplos como los de Rhaenyra, está lleno el mundo de Game of Thrones. De personajes femeninos que no necesitan ser físicamente más fuerte que un hombre o más inteligentes, pero que están tan bien construidos que se ganan el cariño del público. Que hacen que al espectador le importe el destino de ellas. Y las iguala o destaca sobre sus contrapartes masculinas.
Orientación sexual
Las distintas inclinaciones de los personajes dentro de la historia tampoco es algo nuevo. En Game of Thrones ya se contaba con personajes abiertamente homosexuales como Loras Tyrell, Asha Greyjoy, otros más “de clóset” como Renly Baratheon, o bisexuales como Oberyn Martell. Pero, incluso la sexualidad de los personajes juega un papel en la historia.
En el caso de House of the Dragon, por ejemplo, está Laenor Velaryon, quien al ser secretamente homosexual y casarse con Rhaenerya no puede mantener intimidad con ella. Lo que dificulta considerablemente que esta quede embarazada y dé herederos a la casa Velaryon. Pero sus hijos del matrimonio son producto de las relaciones entre Rhaenyra y Harwin Strong, capitán de guardia de la ciudad. Esto, después de haber llegado a un acuerdo entre ella y su esposo. En privado, cada uno disfrutará de su intimidad a su antojo, ya que su matrimonio es meramente político.
Un acuerdo premarital que si bien es conveniente para la pareja a futuro será uno de los detonantes de la guerra.
Algo parecido a lo que sucedió con Renly y Margaery Tyrell. Al ser Renly gay, no podía acostarse con su esposa, y así concretar la alianza con la casa Tyrell. Aunque no tenía ese mismo problema con el hermano de esta, Loras.
Mientras tanto, la bisexualidad de Oberyn sí era utilizada para destacar un rasgo del personaje, ya que lo representaban como alguien libre, intrépido, aficionado a las aventuras, interesado en el aprendizaje y que disfrutaba del sexo sin tapujos. Él mismo afirmaba: “Cuando se trata de guerra, lucho por Dorne (su reino). Cuando se trata de amor, no elijo bandos”.
Y el contexto del pensamiento social de Westeros es muy parecido al actual. Mientras, que unos consideraban la homosexualidad como una aberración, a otros no les importa. Como Jaime Lannister cuando al burlarse de Renly, dijo: “es una lástima que el Trono de hierro no esté hecho de penes, nadie hubiera podido levantar a Renly de él”, aunque paso seguido aseguró: “No lo culpo. No podemos elegir de quién enamorarnos”.
Sin embargo, otras producciones parecen utilizar la sexualidad de sus personajes como, una vez más, una cuota de simple inclusión. Como el caso de la reciente Star Wars: The Acolyte. Donde la orientación sexual es irrelevante a la trama o como muchos fans dicen: “destruye el universo ya preestablecido”. Refiriéndonos a las gemelas Mae o Osha, que nacen de la relación entre dos mujeres. Ya que una utiliza “la fuerza” para embarazar a la otra. Algo, que no tendría por qué ser del todo un problema, sino fuese porque de lleno destruye la historia de Anakin Skywalker (personaje central de la trama original de Star Wars), porque lo que hace especial a Anakin es precisamente que no tiene un padre biológico y su nacimiento se relaciona con la profecía de El elegido, la cual dice que “alguien nacido de la fuerza, traerá equilibrio a la fuerza”. Y puesto que Acolyte sucede antes que el nacimiento de Anakin, pues tan especial no era.

Diversidad étnica
Cuando se reveló que el actor Steve Toussaint iba a interpretar a Lord Corlys Velaryon el fandom de Game of Thrones, puso un rugido de dragón en el cielo. En los libros (sí, llegamos a la parte de “en los libros es distinto”), los Velaryon eran descritos como similares a los Targaryen: piel pálida, cabello dorado y/o plateado y ojos de color púrpura, lila o azul pálido.
La rabia fue tanta, que el actor llegó a recibir mensajes de odio y amenazas por sus redes sociales. Pero, al estrenar la serie todo cambió (o bueno, para la mayoría de los fans, porque los puristas siempre serán puristas). No solo por la actuación de Toussaint, sino porque su color de piel jugaba parte importante de la trama.
Cuando Rhaenyra se casa con Elanor, las sospechas que los hijos de la princesa son bastardos son más que obvias: sus tres hijos son blancos y de cabello negro. Lo que dificulta que la gente crea que sean hijos de Elanor, aunque el rey Viserys diga que “una vez tuve una yegua…”
En Game of Thrones las cosas eran iguales. Si bien, no había tanta presencia de personajes negros (se pueden contar con los dedos de una mano), sí existía una evidente diversidad étnica justificada. Mientras que los norteños, nacidos y crecidos bajo el aparente eterno invierno, son de tez más blanca, los dornienses, de clima más veraniego, tienen características más latinas, se podría decir. Así, es fácil distinguir a un Dothraki de un Lannister. Y a un norteño de un sureño. El mundo es amplio y cada tierra tiene sus características, incluyendo los rasgos físicos de su gente.
Así, para el espectador promedio, el color de piel, la orientación sexual o el sexo de los personajes, etc, no son el gran problema, sino la forma en cómo se incluyen en las producciones. Es querer sostener su historia únicamente porque son incluyentes y no por dar un buen producto. ¿Quiere la gente verse representada o quieren disfrutar de una buena historia bien contada?