La lectura: el origen de la invención

La lectura: el origen de la invención


En Colón, una noche de 1923, se escribió, para gloria de nuestras letras, El Canto del Niño Virgen, poema que según el argentino Cesar Aira es “un ejemplo sobresaliente de las vanguardias latinoamericanas de las primeras décadas del siglo XX, una celebrada obra maestra de la poesía centroamericana”. Su autor, un antiguo escribano de tercera, nunca había escrito un verso ni se le había ocurrido motivo alguno para hacerlo.

Hay cada vez menos lectores y no es un mal de ahora. En un libro que encontré en una librería de segunda mano, Cómo ser escritor, el autor dice: “Jamás se había leído y escrito tanto como ahora (quizás demasiado). La masa de escritores, sobre todo novelistas, es enorme”. Estamos en 1968 y José Repollés, autor del librito, afirma lo mismo que sostenía Javier Marías en 2017: mucha gente cree que por saber leer y escribir puede ser novelista. “La cosa es mucho más compleja”, sostiene Repollés.

La literatura no puede estar viviendo un gran momento en el país cuando la venta de libros es el principal indicador de nuestra relación con la lectura. Y no se trata de que nuestros estudiantes no estén a la altura en comprensión lectora (que deben estarlo), sino que esos mismos malos lectores luego crean (es lo que viene pasando desde hace 20 años) que pueden ser escritores, no solo comprendiendo mal lo que leen, sino dejando directamente de leer sin el más mínimo rubor.

Síntoma de la mala calidad de la enseñanza es la baja calidad de las novedades “literarias”. Lo peor es que cualquier cosa que se imprime se convierte en literatura, merece espacio en redes y programas de televisión, y sus autores son mirados con asombro por aquellos que no se atreverían nunca a escribir nada, y hasta animan a que cualquiera escriba: suéñalo, deséalo, hazlo realidad. Nadie recomienda leer, y hasta te dicen que puedes ser un Nobel. Y sin leer, claro.

Llevamos tantos años dando mal de leer, bajando tanto el nivel de obras literarias para las escuelas, que lo normal es que cualquiera crea que es fácil escribir y ganarte una plata en cualquier premio. Así se nota la falta de conocimiento sobre algo tan básico como los géneros literarios, la gramática y la ortografía. Publicadores de libros que discuten en redes sobre una literatura que no han comprendido nunca, pero les funciona y pueden vender: esa es la medida, foto aquí, foto allá, y muchos maestros, malos lectores, se quitan un peso de encima: creen que una obra aprobada por el Meduca es buena literatura.

Sin lectura no hay escritura. Hay conversatorios o directos en redes de “escritores” que ponen en evidencia lo que han escrito. Se escudan en los subgéneros para no responder por la pobreza de sus personajes o las faltas de ortografía y de gramática que se encuentran solo en la contraportada de sus publicaciones. Pero es su sueño, quien es nadie para despertarlos y decirles lee, sigue leyendo, vuelve a leer, luego escribe. No, los subgéneros y géneros literarios, esa dictadura academicista, tienen sus reglas, y solo puede saltárselas el que las conoce, quien no, se expone a escribir una mala obra.

El autor de El Canto del Niño Virgen, ya lo saben, no es otro que Varamo, el personaje principal de una novela de Aira del mismo nombre, y que ocurre en nuestro país. Milagros literarios como el de esa obra suele haber poquísimos, tan pocos, que son pura ficción. Se puede escribir rápido o lento, pero no sin leer. Se puede publicar sin leer, se pueden vender libros sin leer y hasta te pueden llamar “escritor” pero, muy raro, es que alguien escriba una buena obra sin leer.

La lectura está en el origen de la invención, “lea y no sueñe”, dice Flaubert, y también que “es preferible no escribir nada antes que ponerse manos a la obra mal preparado”. Mejor leer, mejor buscar el aliento y el oficio en los libros que leemos: son la mejor escuela, son el mejor espejo y el mejor de los remedios contra la desidia literaria, que solo sigue sumergiéndonos en una triste falta de comprensión de lo que nos ocurre.

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