Dos directoras latinas, ambas treintañeras y debutantes en el largometraje, conmocionaron este jueves el Festival de Málaga con dos propuestas valientes, primorosamente escritas, dirigidas e interpretadas, que muestran dos caras de la colonización estadounidense en el Caribe, Puerto Rico y Panamá.
Son Glorimar Marrero, puertorriqueña, debutante con La pecera, una dura y emocionante historia en la que el cuerpo invadido por un cáncer terminal de una joven artista funciona como metáfora del derecho a la autodeterminación de Vieques, una isla plagada de basura bélica contaminada que abandonó en tierra y mar el ejército estadounidense.
Y Kattia G. Zúñiga, costarricense de padre panameño, que elige una historia autobiográfica, Las hijas, para hilvanar una dolorosa historia de abandono paterno con los maravillosos y acogedores sitios de Panamá, una ciudad luminosa, cálida, poblada de colores estridentes (reales, no hubo retoque, explica el equipo de la cinta) y adolescentes felices y divertidos, lejos de la imagen estereotipada en las cintas latinas de juventud desubicada y doliente.
Una película, Las hijas, llena de besos y música, de skate y de bailes urbanos donde dos actrices casi niñas, Ariana Chaves y Cala Rossel (una morena, ojos oscuros, la otra trigueña, ojos azules) aportan frescura y naturalidad en una cinta íntima y muy fuerte donde nunca se levanta la voz.
Ellas, tan diferentes, son dos hermanas costarricenses que viajan una semana a Panamá para encontrarse con su padre, que hace diez años que no las ve y formó una nueva familia, aunque ellas no lo saben, ni él sabe que van a verle. Se alojan con una amiga de su madre, que no viajó con las menores, que tiene hijos e hijas de su edad con los que aprenden, disfrutan, observan y aman en esa época irrepetible de la vida.
La historia, explicó G. Zúñiga, es real, solo que gracias a que los jóvenes de hoy tienen muchos más recursos de los que tuvieron ella y su hermana, “quise a darles a ellas el poder de ser las que decidieran no hacer a su papá parte de sus vidas”; a Kattia y a su hermana les costó unos años más conseguirlo.
“Siempre tuve una visión amorosa de la película. Siento que esta generación es distinta, que tiene muchas más herramientas y está mejor preparada de lo que yo estuve y me parecía injusto retratarlo de otra manera”, señaló en una rueda de prensa la directora, que actualmente reside en Chile.
Minutos antes se había proyectado La pecera, una impresionante historia con imágenes tan duras como bellas: pasa de la herida sangrante, real, de una enferma de cáncer colorrectal que sirvió de doble de la protagonista, a unos paisajes idílicos de las playas de Vieques.
Noelia (Isel Rodríguez) recibe la noticia de la metástasis de su cáncer y decide volver a Vieques, su isla natal, donde reconecta con su familia y amigos. Su madre (impresionante Magali Carrasquillo) completa su pensión limpiando la isla del material contaminante bajo el agua, “producto de los ejercicios militares de la marina de guerra estadounidense durante los 60 años que estuvieron allí”, precisa la directora.
“Mi mamá sufrió ese cáncer en 2013 y desde entonces quería trabajar sobre el cuerpo de una mujer que enfrenta esta enfermedad, pero también necesitaba hablar del colonialismo y de los resultados de los lazos entre Puerto Rico y Estados Unidos”, se sincera Marrero.
Y eligió Vieques, explica, porque “veinte años después de que se fueran -se cumplen este mes de mayo- la contaminación sigue allí, porque la limpieza que se ha hecho ha sido muy superficial y tampoco se atiende a los efectos de esa contaminación en la salud de los viequenses, muchos enfermos de cáncer”.
“Deberían ser ellos los que limpien lo que ensuciaron”, dice, rabiosa, Noelia, cuando su madre en la ficción parte hacia ese trabajo tan peligroso.
Directora y actrices contaron en una rueda de prensa la importancia que para ellas tiene el agua como elemento que une territorios, del agua como útero materno, del agua como fuente de historias: el agua de esa “pecera” que ella recrea en su piso de la ciudad sumergiéndose en su bañera, la misma que -en la imagen más onírica de la película- la acoge para esperar la tempestad: el huracán Irma, que los puertorriqueños no han olvidado.